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Mientras tantoQuerido Camus

Querido Camus


 

 

 

Una de mis máximas de siempre ha sido la de evitar hablar de autores cuyo apellido no sé pronunciar. Reconozcamos que queda mal, en vez de decir ‘Kutsi’, decir Coetzee, como he hecho yo toda la vida, aunque para ahorrarme la vergüenza solía decir “estoy leyendo al escritor sudafricano este… ahora no me sale el nombre.” Sí, claro. Otra que no lo sabe pronunciar. Sin embargo, hago la tesis sobre Albert Camus. De niña lo pronunciaba a la española: Camús. Y me quedaba tan pancha. Cuando entramos en la universidad ya empezaron los problemas con esa ‘i’ tan sibilina que convertirá al Camus de toda la vida en alguien un poco menos abarcable: en ‘Camí’.

 

Ahí me empecé a complicar. Cuando vivía en Buenos Aires me dediqué a leer un autor tras otro intentado escoger alguno que me interesara para hacer la tesis. Rechacé a Camus, claro. Muchos me dijeron que era un filósofo de pacotilla. Otros me dijeron que para hacer algo, era mejor acercarse de los grandes: Heidegger, Hegel, Wittgenstein, o por qué no: dale otra vuelta a las categorías kantianas, Laura. (Apetecible, ¿eh?). Las decisiones nunca han sido lo mío. Así que me pasé casi un año saltando de un autor a otro. Como quien busca novio y tiene un máximo de citas para decidir. Así que rechacé al primer novio, a Camus, porque me dijeron que no era ni filósofo ni escritor. Se quedaba a medias. A mí, que siempre me han gustado las cosas a medias, aquella objeción debió de haberme convencido. Pero era más joven y aún creía que era mejor hacer lo que los demás me decían. Así que rechacé al filósofo de pacotilla, a ese Camí que aún no acertaba a pronunciar, y empecé a leer a Maurice Blanchot. Con Blanchot no tuve problema para pronunciar su apellido. El problema lo tenía en entenderlo y claro, eso era peor. De manera que seguí con Proust. Y con él tenía otro problema: a pesar de que lo entendía y de que el apellido me salía a la perfección, tardé cuatro meses en terminar el primer tomo de la À la recherche. El tiempo perdido. Sí, para mí, tiempo perdido fue el que empleé en leerlo. Porque a Proust hay que leerlo con la madurez que no se tiene a los veintitrés. O que al menos yo no tenía a los veintitrés. Y sigo sin tener, pero eso es otra historia.

 

Un día, en una vieja librería de Buenos Aires –qué bohemio e interesante me ha quedado esto- encontré entre una pila de libros amontonados, un libro que nunca había visto. Se llamaba El primer hombre, de Albert Camus. Y me lo compré. Así que llegué de nuevo a Albert Camus como se llega a todo lo importante en la vida: por casualidad. Este libro inacabado, el que él creía que iba a ser el inicio de su verdadera obra, es el que, a mi juicio, redondea la trayectoria impresionante del argelino. El libro es una búsqueda de ese padre ausente, de ese progenitor que Camus no conoció y que fue, sin embargo, el primer hombre de su vida. En esta obra vuelve a sus orígenes: a ese paupérrimo barrio argelino en el que se crió y a esa madre analfabeta que nunca logró comprender bien a que se dedicaba su hijo. Después de leer El primer hombre, supe que quería y tenía que escribir sobre Camus. Me digo que al final las cosas se imponen. Porque quería conocer a Camus, encontrármelo entre sus líneas, en los márgenes de sus Carnets. Pero sobre todo, me gustaba su voz en ese libro póstumo. Esa voz humilde que nos recuerda que cuando nos hemos perdido es útil mirar atrás. No para detenernos ni empantanarnos, sino para reencontrarnos con lo que fuimos.

 

El primer hombre está dedicado a su madre, “A ti, que nunca podrás leer este libro”, porque su madre no sabía leer. Camus, que sí que sabía, tampoco terminó de leerlo. Porque desgraciadamente no pudo terminar de escribirlo. Ayer Camus hubiera cumplido 100 años. Sí, ese chico de un arrabal de Argelia que me contó casi todo lo que sé de la felicidad y del compromiso. Ese chico al que tanto le gustaba el fútbol y que se convirtió en ese gran pensador que nos dijo a todos y de todas las formas posibles, lo que era ser un hombre. Y esas cosas no deberíamos olvidarlas.

 

Así que eso. Feliz cumpleaños, Albert Camus. Y gracias. Eso sí: me sigue sin salir lo de ‘Camí’. Así que cuando defienda la tesis voy a pedir permiso al tribunal para pronunciarlo a la española. Camús. Sé que a él no él no le importará. 

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