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Mientras tantoDe mi Diario: Semana 49 / 2013

De mi Diario: Semana 49 / 2013


 

Weiß/Colonia, 1.12.

Parte de la mañana enfrascado leyendo el capítulo cultural en el acuerdo de coalición al que han llegado cristianodemócratas y socialdemócratas para gobernar por tercera vez mano a mano. La declaración de principios en el orden económico es muy precisa: «El presupuesto cultural de la Federación será desarrollado por la coalición a un alto nivel. La cultura no es una subvención sino una inversión en nuestro futuro». ¡Pues qué lindo! Luego vendrá el tío Paco con la rebaja y ya encontrarán alguna justificación para no reabrir la revista Humboldt. Sin ir más lejos.

 

Como generalmente suelo hacer el primer domingo de cada mes, me dediqué un par de horas a poner en orden las cuentas y revisar toda la correspondencia quelonia llegada a lo largo de noviembre. Mucho, casi dos tercios, son peticiones de ayuda solidaria, de organizaciones tipo Caritas, Misereor, Malteser, acuciantes ahora por el tifón de las Filipinas. El resto, casi sólo facturas. Y dos buenas noticias, mejor dicho, una buena noticia y ½. La buena es que de los 4.725.21 € presentados al cobro al seguro de enfermedad y a la subvención estatal tan sólo son 163.96 € los que debo poner de mi propio bolsillo. La ½ es que, según mi asesor fiscal, sí deberé pagar suplemento al Fisco por mis ingresos en el 2012, pero sólo serán 366.17 €. Respiro harto aliviado, porque entretanto me han ingresado más de mil euros en dividendos de Telefónica y de Lehman Brothers. Voy a cerrar el año sin números rojos. Algo es algo, que dijo un calvo al encontrarse un pelo; así decía mi abuela Remedios, cuyo hijo Ricardo y los nietos que tuvo de él salieron todos calvos, mientras su Laureano y sus tres nietos de él con hermosas pelambreras.

 

Weiß/Colonia, 2.12.

0:10 am : Pasaron el primer capítulo de la que parece que será la última temporada del comisario Wallander. El mayor interés de los fans como yo se centra lógicamente en la reaparición de su hija Linda, que se esfumó de la serie tras el suicidio de Johanna Sällström. Es muy poco un solo capítulo para emitir juicio, pero si el resto sigue en la misma onda, esta segunda Linda, casada y mamá, es una Linda descafeinada. No es que Charlotta Jonsson, la actriz que la interpreta, actúe mal, antes al contrario, pero al personaje como tal le faltan la hondura sicológica y el lastre vital que arrastraba la Linda de la primera temporada, nuestra inolvidable Johanna.

 

Mi otorrino es un filósofo tirolés que se toma todo el tiempo del mundo con sus pacientes y que a mí, por ejemplo, me ha explicado con gran lujo de detalles qué es lo que está pasando con mis cuerdas vocales, y entre otras cosas achaca su daño no sólo a la cortisona de las inhalaciones para los bronquios sino al idioma que hablo. Me asegura que es típico de sus pacientes de habla hispana. «Si usted fuese alemán, por ejemplo, las que estarían afectadas son sus fosas nasales». «Y bien –le replico–, llevo acá desde 1963, legalmente puedo pedir la nacionalización, si le parece que eso ayudaría a su terapia». Él y la enfermera se echan a reír: «¡No, por Dios, no haga eso, y además su idioma es tan hermoso!». El diagnóstico definitivo me lo dará el viernes, cuando me haga una endoscopia distinta a la de hoy, que ha sido poco agradable, esa sonda que te meten por la nariz y baja hasta la garganta, uggggggggg

 

Diego Aristizábal sacó una de sus columnas suavemente catilinarias donde aborrece del abuso del verbocolaborar” en reflexivo como parte del idiolecto diario del colombiano. Que es otra de esas metástasis del idioma como aquella que obliga a sus compatriotas a decir “colocar” en vez de “poner” porque dizque poner sólo ponen las gallinas. ¡Quién habrá sido el (¿la?) imbécil que craneó semejante dislate! Felicito a Diego, y también lo hace José María, que me escribe:  «Loable la batalla iniciada por Diego contra los molinos del abuso de confianza de nuestra muy lamentable zoociedad. A cada paso encuentra uno más lagartos y orangutanes abusadores y aumentan exponencialmente los acomodados a que se les sirva sin retribución. A esa ralea se suman los que a cada trámite te piden les «regales» algo. ¿Me regalas el número de tu teléfono? ¿Me regalas tu cédula? ¿Me regalas la dirección de tu domicilio? Y la más dolorosa relacionada directamente con la columna de Diego: ¿Me regalas una moneda para ajustar lo del bus? ¿Me regalas un campito [=puesto] en la fila que estoy muy apurado?». Le contesto: «A mí siempre me dio la impresión de que muchas de esas pendejadas (regalar, convidar, colocar, colaborar, ¡¡la inquietud!!) tienen que ver con el afán de hablar «fino, culto, educado». Y convierten el idioma en un cenagal. ¿Qué tal que en el programa del teatro te digan «Colocación en escena: Fulanito de Tal»? ¿Qué tal que el novio le pida a la novia que le convide (o le colabore) con un polvo?»

[HH, que conoce muy bien a los colombianos, porque sobrevive entre ellos, me confirma lo que pienso y me señala desde Bogotá que «en sociolingüística esta manera afectada de hablar se conoce como la hípercorrección de la clase media, porque suele ser un modo de hablar utilizado por quienes intentan imitar a las clases altas, cayendo frecuentemente en el ridículo». Ay, dios, viene a ser algo así como aquello que en mis lejanos días adolescentes se acostumbraba decir, para burlarnos de los provincianos que al irse a vivir a Madrid se empeñaban en hablar finolis, pronunciando las eses finales y sin comerse la “d” de los participios pasivos: «Es que ya son tan fisnos que dicen Bilbado». Pensándolo bien, parece casi de Cortázar en Rayuela].

 

Weiß/Colonia, 3.12.   

Iba a escribir que abrí de mañana las ventanas del dormitorio, para airear la pieza, y me encontré la primera escarcha del año. Pero no, es tan sólo la de este invierno, quién sabe la de escarchas y hasta puede que nieve no habrá habido entre enero y febrero. De todos modos eso me lleva a pensar en cuántas veces escribimos fórmulas acuñadas, sin tomar en cuenta las circunstancias crónicas y tópicas, como nuestro catedrático de Derecho Canónico, Manuel Jiménez Fernández (perdón: don Manuel Jiménez Fernández),  llamaba a las de tiempo y espacio.

 

Hoy en La Modicana espaguetis frutti di mare de una bondá 9 en la escala Mancinone. ¡Yupiiii!

 

Me trajo Carlitos de regalo un ejemplar del Canarisches Tagebuch [Diario canario] 1904–1906 de Luise Schmidt. Es una gran alegría pensar que este libro se debe al hecho de que Julio nos invitase a comer en su casa el día de su cumpleaños, e invitase también a unos amigos alemanes, de los cuales Klaus Matzdorff, al enterarse de la estrecha relación de Carlitos con las Canarias, nos habló de su abuela Luise, del diario que llevó cuando vivió dos años en Tenerife y luego ya vino todo rodado, Carlitos lo convenció de que debían publicar ese material, le consiguió una editorial en el propio Tenerife, et voilá!, acá tenemos el libro. Que me encanta desde ya, antes de leerlo, por cómo empieza, el viaje en barco desde Hamburgo a Santa Cruz. Me hace pensar en el que Diny y yo emprendimos en diciembre del 2001, rumbo a Buenos Aires.

 

Weiß/Colonia, 4.12.

Por fin me envió Rolando el original del poema de Wiliam Carpenter que traduje hace más de un mes, pero a partir de la traducción alemana. He chequeado cuidadosamente mi versión con el original y son mínimos los cambios que debo hacer, lo que significa que la versión de la que partí es muy buena. La mía final sería esta:

«Esta mañana de verano voy bajando el camino de acceso, / repartiendo correo, pensando / en la última noche, cómo nos amamos en el porche abierto, / cómo los mosquitos primero a mí, / después a ti, nos picaron en la espalda hasta hacernos sangrar. / Todavía es temprano en la Ruta 1. Izo / la banderita roja y quedo esperando cómo el sol / disipa la niebla sobre el asfalto y revela algo / que hay en la autopista: el cuerpo de un animal, / un puerco espín cuya cabeza fue aplastada durante la noche, / taladrando con sus incisivos el asfalto, / así es que no puedo retirar su cuerpo de la calzada. / Le arranco una de las púas y me la traigo a casa. / La empuño con tres dedos, como una pluma, pienso / escribirle a un amigo a quien no he visto / desde hace años, para decirle que sigo vivo, vivo / en un lugar salvaje y te escribo, con / una púa hueca rellena con sangre roja de puerco espín, / que el amor nos mantuvo despiertos anoche, así es que podíamos / oír el tráfico, los cambios de marchas de motos y camiones con remolque, / uno de ellos arrolló a un puerco espín justamente en ese / momento en que los dos gritábamos, así es que nadie oyó / qué sonido profiere un puerco espín / en el último minuto, / cuando vuelve sus púas hacia la luz que se le echa encima».

 

Terminaron las sesiones de fisioterapia y Frau Schumacher feliz con haberme erradicado el dolor de la rodilla. Al salir de la consulta, en vez de tomar el bus camino a casa me voy a la parada de enfrente para esperar el bus en el que llegarán tres minutos después Diny y Henri, quiero verlo aunque sea no más ese trayecto entre la penúltima y la última parada, entregarle la chocolatina que le he comprado, y con ese mismo bus (que es pendular) volver a casa. Henri se alegra de verme y aún más –¡claro está!– de echarle mano a la chocolatina. Pero se revancha luego, porque cuando Diny regresa por la noche me trae una bolsa de celofán con pastas navideñas horneadas por élbajo la sabia dirección de su padre, buen maestro repostero. Y hmmmmmmmmm¡Henri, oh Henri mío, si mantienes esta línea de producción tienes asegurado el futuro en la Argentina como fabricante de alfajores! ¡ALFAJORES HENRI! ¡Dios mío, qué belleza y qué pena que ya no estaré aquí para contarloni tampoco para seguir morfándolos! 

 

Weiß/Colonia, 5.12.

0:25 am : Uno de los errorres de traducción más estúpidos y más evitables de los que me ha sido dado oír en esta reencarnación. En el último capítulo de la última temporada de la serie policial danesa El Águila, la periodista le pregunta a la hermana del inspector Halgrimsson, islandés, que cómo se llama, y ella le contesta que «Johanna Halgrimsson». No hay una sola islandesa que no se dejaría cortar los ovarios, siendo hija de un Halgrim, antes de confesar llamarse Halgrimsson en vez de Halgrimsdóttir. ¡Y que esto tan elemental venga a descubrirlo un tercemundista!        

 

Ayer fue la fisioterapeuta, hoy es el ortopeda quien me da luz verde. A este paso no sé cuándo me voy a morir. A no ser de salud.

 

Henri en casa una vez más, porque la mamá está enferma. Qué niño tan querido. Aunque llega enfurruñado, después de la siesta lo noto muy pensativo cuando Diny le dice que estoy triste porque pasa hoy tan pocas horas entre nosotros. Al regresar de llevarlo a casa me cuenta Diny que lo primero que Henri le contó a su madre es que yo me quedé muy triste por su partida. 

 

Me fui a dormir la siesta apenas se marcharon Diny & Henri, y al despertar, en esa semivigilia en que se siente todo de una manera muy intensa, casi real, entra en el dormitorio una mujer que sé quién es pero no la identifico y me doy cuenta de que viene a matarme. Despierto de golpe con el corazón palpitando como un caballo al galope y me oigo decir con la voz muy velada por la angustia y la cortisona «¿Qué quiere usted?» ¿Si será una premonición? ¿Y si sí, de qué?

 

Empieza en el canal Arte la transmisión de una serie de siete capítulos, sobre Dostoiewski, pero a partir de los primeros diez minutos siento que no me agarra. Busco en la revista de programas de la tele, a ver qué más hay, y me encuentro que pasan en un canal comercial The Man Who Fell to Earth y el redactor de turno resume así su comentario: «David Bowie es la encarnación perfecta para el protagonista». Está tan bien formulado que puede entenderse como un elogio o como sarcasmo. Y en vista de que no hay nada que merezca la pena hasta pasada medianoche, que llega el inspector Gently, me aplico a pasar a pantalla mi texto sobre el léxico taurino de Hemingway, que hasta ahora nomás lo tenía en soporte papel y se lo he prometido a la escuincla.

 

Weiß/Colonia, 6.12.

No llegó el diario, y Diny se sube por las paredes, siempre la misma canción cuando nuestros repartidores se van de vacaciones, a los sustitutos se les hace cuesta arriba llegar a esta casa que no está directamente a la calle, sino en segunda línea. Reclamo por teléfono y me aseguran que no se trata de que estén de vacaciones sino, al menos uno, enfermo, y que a partir de mañana no habrá problemas. Los dioses los oigan, porque quitarle a Diny el placer de leer demoradamente el diario durante el desayuno comportaría, si por ella fuese, ± la pena de muerte al culpable.

 

Mandela. Decir su nombre como un mandala. Como el de Gandhi. Pero no el de Martin Luther King. He leído por ahí, en varios lugares, que se los nombra casi al unísono, y todos olvidan que ni Gandhi ni Mandela se doblegaron nunca, y en cambio MLK agachó la cabeza cuando el FBI en la persona de John Edgar Hoover le puso el cuchillo en la yugular. Honestamente creo que, al terminar su encuentro con semejante hijueputa, MLK tendría que haber comparecido ante la prensa diciendo: «Mister Hoover posee material sobre mi persona que me califica como adúltero y sexista. No sé como lo ha conseguido, ni si sus métodos para conseguirlo son legales. Pero su contenido es auténtico. I have a dream: Que en el futuro haya menos Hoovers y más Kings en este país, menos castrados y más hombres». El hijueputa se hubiese quedado sin armas contra el reverendo. Pero el reverendo agachó la cabeza. Estas cosas se olvidan. Yo no las olvido nunca. Y menos mientras estoy escribiendo, llorando porque se nos murió Madiba, y luego veo que lo ponen en el mismo plano con quien no tuvo sus arrestos.

 

El otorrino me tenía reservada otra sesión de tortura. Primero suave, con la ayudante, que me encasquetó unos auriculares para chequear mi capacidad auditiva frente a graves y agudos, algo que me resulta ridículo pensando en que mi oído funciona a la perfección (según Diny oigo caer las hojas de los árboles). Después menos suave, él mismo, con un cilindro terminado en una cámara que me introduce en la boca, casi hasta la epiglotis, y casi me hace vomitar, para filmar el funcionamiento de mis cuerdas vocales. Quiere convencerme de que mi capacidad auditiva ha disminuido desde hace siete años (la última vez que me la midieron acá) y le digo resueltamente que me paso los resultados de ese análisis por el arco del triunfo. Al final transamos en un nuevo chequeo en febrero y en una terapia de “duchas de nariz” que le aseguro, muy formalmente, que sí la llevaré a cabo pero no sé si la practicaré. Él es como persona muy simpático y muy sabio, pero si se fía más de sus máquinas que de mi sano juicio, adiós muy buenas.

 

Primer aviso, tímido, de una nevada, al salir de la consulta del otorrino. Son los flecos de Xaver, el ciclón que ha pasado asolador como pocos, por dicha muy lejos de Colonia.

 

Weiß/Colonia, 7.12.

1:30 am : La TV alemana está dedicada esta noche, casi sin excepciones, a Mandela. Me decido por el primer canal, donde han programado Endgame, que hasta donde yo sé no se conoce en el mundo hispano. Es una peli necesaria, y tiene momentos muy emotivos, como cuando Mandela saluda en afrikaans al negociador bóer que incorpora de manera tan convincente William Hurt.

 

De mañana me encuentro docenas de emails como reacción al anticipo de mi diario que les envié ayer a un puñado de amigos. Sólo dos son negativas. Como son de dos amigas muy queridas les contesto por separado y tratando de poner las cosas en claro. Les digo que Mandela y Gandhi tampoco eran perfectos, no es ese el problema. Además, hay que leer con atención mi texto, que no es de ayer, porque esa reflexión la tenía anotada en un viejo cuaderno, y si no hubiera visto ayer tantas referencias a los tres juntos seguro que si siquiera la habría recordado, es del año de Mari Castaña. Y si se lee con atención mi texto puede verse que en el fondo estoy dolido de que a MLK le faltaran esas agallas en ese momento crucial de la lucha contra el racismo gringo. Dicho de otra manera, yo admiro a MLK y me dolió su muerte como ahora me ha dolido la de Madiba y como –vicariamente, a través de mi padre, que lo adoraba– me dolió la de Gandhi (yo tenía 8½ años cuando lo asesinaron y es la única vez que vi llorar a mi padre por alguien que no fuera de la familia). De manera que no es que sea yo tan exigente ni le pida a mis ídolos que sean perfectos ni que mi antiamericanismo me ciegue hasta el punto de no saber quién fue y qué le debemos a MLK. ¡Si justamente lo que digo –he puesto esas palabras en labios de MLK, pero son las mías– es que tengo el sueño de unos USA con menos Hoovers (con cero Hoovers, a ser posible) y más Kings, muchísimos, miles y miles de más Kings!

 

En el foro de mi columna de ayer en El Espectador, un lector pregunta: «¿Qué es una relectura diagonal?»  Le replico: «Una lectura diagonal de un libro ya leído». ¿Será que lo entiende?, me pregunto. Pero no sólo lo entiende sino que contesta: «Gracias, me hizo reír con su explicación», y me siento obligado a responderle lo siguiente: «Me alegro de que tenga tan buen sentido del humor, cosa rara de encontrar, porque la verdad, si bien mi respuesta era correcta, también era desvergonzada, y ante su reacción, pues me avergüenza y le pido disculpas. OK?»

 

11:00 pm : Acaban de transmitir, en Arte, la inauguración de la temporada en la Scala de Milán, broche de oro del bicentenario de Verdi, La Traviata, con Diana Damrau en la Violetta. Debe, sí, debe haber palabras para describir lo que ha sido su actuación. Yo no las tengo. Yo sólo sé de mis lágrimas viéndola morir. La Violetta de la Netrebko es una maravilla vocal, pero para eso basta con el CD. La Violetta de DD es un prodigio vocal y de vida vivida sobre las tablas, lo que se dice “dar vida” a un personaje, que se te erice la piel. No creo que haya habido cantante como ella desde la Callas. Y no creo ser injusto al decirlo, porque no le quito méritos a ninguna de las grandes que la sucedieron. Pero la Damrau es rancho aparte. El huracán de aplausos y de bravos al saludar al final fue el único que superó a la ovación al comienzo de la gala, cuando el director de orquesta Daniele Gatti, antes de empezar la ópera, invocó el nombre de Mandela y el teatro entero se puso en pie y no lo dejó continuar para pedir un minuto de silencio.

 

***********FIN***********

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