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Mientras tantoLa Tilsiada

La Tilsiada


 

Tilsa Lozano y Beto Ortiz en El valor de la verdad

 

Cantan en tierras lejanas –y acá al norte han llegado los ecos–el drama de una nación. La protagonista de esta historia es una mujer llamada Tilsa, que con tiernas lágrimas que rozan sus mejillas y ruedan hacia el recuerdo de los televidentes, nos convoca.

 

¡Tilsa! ¿Qué te han hecho?¿Por qué lloran tus ojos mientras los hombres espían los ángulos oscuros de tu vida, se desean consortes tuyos, se imaginan escenas que pintas mejor desde tus labios. Un país paralizado por tus lágrimas. Cruel amor, dardos que cruzan en batalla desigual, fieles que miran los restos al final del combate y entretejen poemas sobre esta gesta: un jugador, una mujer bella. Este es el rostro por el que se perdieron mil goles.

 

Nos convoca quien posee los dones del divino ingenio. Está vestido de verde y sus preguntas ensayadas pretenden recordarnos el fragor de una contienda que se libraba en secreto. Nos imaginamos las camas de Italia, los besos en Italia, los cruces del océano que se dieron en su nombre. Las promesas de victoria tendidas o espaciadas por la ira de la televisión, la mafia de la prensa. Se nos antoja imaginarte revolcada en la delicia de tu dulce pasión por el jugador. Se nos antoja imaginar tu carne entregada entre promesas incumplidas, los sueños que tejiste al borde del delirio: la casa ocupada, los hijos que preveías el destino (¡oh cruel destino!) les guardaba.

 

Red de misterios, cólera funesta que se cierna sobre el maldito jugador que te hizo esto. Tu madre llora contigo y su pudor somete nuestro deseo. Que se piensen mejor los hombres que pierden la cabeza y acrecientan la envidia de los demás, mientras tú te recuperas de la infamia y vas anunciando: «soy soltera y hago lo que quiero».

 

Compatriotas: un jugador pierde un gol porque vuelan sus deseos hacia el júbilo que le promete la carne. Liba de la copa que le presentan, se sacia con el cuerpo que le ofrecen y pide más. ¿Qué se ha perdido mujer? ¿Acaso el héroe no te dio su vigor y te ofreció la magia de ser suya? ¿Por qué rasgarnos las vestiduras si una mujer y un hombre marchan otra vez hacia sus palacios y proyectos? Se deshace ella de ira, eso sí. Reconoce el engaño y por unos días sueña que tiene el poder de envilecer su sangre de veneno sólo con desearlo. Luego se olvida y queda el dulce recuerdo de los días bendecidos por la lujuria, convocados para el roce de las carnes.

 

El hombre del bendito ingenio se frota las manos. Al final de esta batalla, programada y mediática, ya se ha calmado el ponto de los insultos. Ha quedado entonces él solo –otra vez– con el cheque de los auspiciadores y unas lágrimas secas que no sirven para nada. Los ecos llegan hacia este norte: en la televisión del sur de nuestros ancestros, ha sucedido un jugoso negocio.

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