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Mientras tantoSeamos cursis, que es Navidad

Seamos cursis, que es Navidad


 

 

 

No son los abetos. Ni los turrones. Ni el rollo de Papá Noel, los renos o el trineo. Tampoco las bolas del árbol ni el despilfarro de las luces navideñas. Las Navidades son, para mí, una canción de Mariah Carey que suena en la sección de perfumería del El Corte Inglés. Para ser más concretos: la de All I want for Christmas is you. Esta tarde lo he vuelto a comprobar. Porque si Proust buceó en su pasado gracias a una vulgar madalena, en mi caso, si algún día decido escribir mis memorias tendré que hablar de Mariah Carey y de El Corte Inglés. Glamuroso, lo sé.

 

Cada año ocurre lo mismo. Llega diciembre y saco mi lista de propósitos. Como cuando de pequeños cambiábamos cromos con la consabida cantinela de tengui-tengui-falti. Y este año había albergado ciertas ilusiones que me llevaban a pensar que por estas fechas me habría mudado al Caribe para brindar por el 2014 bajo un cocotero (falti). Barcelona en diciembre está lejos de ser el Caribe. Y el Corte Inglés y la sección de perfumería, aún lo están más. Así que hoy hemos hecho las compras rápido, con prisas. Y cuando de fondo, entre marcas de pintalabios y cremas rejuvenecedoras, ha empezado a sonar la buena de Carey, he sabido que era inevitable… ya están otra vez aquí. Bienvenidas.

 

Siempre he pensado que las Navidades –como los estudios universitarios, la muerte o las pollas largas, como bien dice David Trueba, aunque lo diga de la amistad- están sobrevaloradas. En ese mundo perfecto de anuncios de perfumes caros, juguetes supersónicos y parejitas que se dan la mano, hay algo que se tambalea. La lotería, Freixenet, anuncios como el de Campofrío con esa exaltación de la España de Pandereta… en fin, la lista es interminable. Ya se sabe: hay que ser un poco cursi que si no, los Reyes Magos no vendrán. Porque estoy segura de que las Navidades alteran el termómetro nacional de la sensiblería. Si no, no me explico que ayer volviera a ponerme Love actually o que me viniera a la cabeza la película de Bridget Jones y esa escena navideña en la que Mark Darcy lleva un jersey de cuello vuelto con un reno. Es imposible no enamorarse de un hombre así, me dije.

 

Pero sí. Este año estaba un poco desganada con las Navidades. A la sensación de haberme convertido en una Bridget Jones de provincias, se le añadía el mal tiempo, que se me acumulaba trabajo… En fin: muchas cosas de la vida moderna. Pero de repente me hicieron uno de esos regalos que le cambian a una el día. Aparentemente no era más que una cajita de cartón con un lazo bonito. Dentro había una maceta con tierra y una bolsita con unas semillas. Ya estamos, me dije. Porque no me gustan las flores ni las plantas: se me mueren y luego da pena tirarlas. Pero después, hurgando en la misma cajita encontré unas instrucciones de uso. “En tus manos está todo lo que necesitas para hacer nacer una flor única. ¿Qué harás?”. Hala, otra cursilada, pensé.

 

Se trata de una flor de jardín japonés. Tuve que buscar en google lo que era porque mi bagaje de plantas empieza y termina en el concepto de geranio. Pero al llegar a casa me faltó tiempo para plantar las semillas. “En tus manos está todo lo que necesitas para…”:  esa fue la frase que me convenció. Supongo que así nacen todos los proyectos. Así que pensé que lo de plantar una flor tenía su gracia. ¿No decían que había tres cosas que tenían que hacerse en la vida: plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo? Creo que ahora ya tengo un punto sobre tres. He plantado una planta (¿vale por medio árbol?) y he escrito algunos relatos (me pongo medio punto más entonces).

 

Sé que todos los años reniego de las Navidades. Pero en el fondo, si pudiera, seguiría dejando agua y turrón para los camellos de los Reyes Magos. Así que después de plantar mi flor de jardín japonés decidí volver a subirme al tren de la cursilería. Algo tienen las Navidades, aunque estén sobrevaloradas. Si no, tampoco me explico que luego incluso tuviera ganas de poner a Mariah Carey de fondo. Pero me contuve.

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