“Cuidado si alguien utiliza el término ‘humanidad’, seguro que quiere engañarte”. Es una frase de Proudhon, el anarquista, el de “la propiedad es un robo”. Y nos la decía hace unos pocos días el economista Juan Ignacio Crespo. Nos hizo pensar en que, en realidad, el interés general no existe. “Quizá el único sea que no nos caiga un meteorito”, nos decía Crespo. “O que no se nos acabe el oxígeno”, apuntaba. Aunque, añadía: “Incluso para averiguar cómo luchar contra las emisiones de dióxido de carbono hay discusiones, porque los intereses de unos colisionan con los de otros”. Los de unos países con otros. Los de unas empresas frente a los de otras.
Pero la expresión “interés general” ha calado demasiado y, en general, seguimos creyendo que existe. Igual que eso de que “hay que remar todos en la misma dirección”, o eso de que “todos estamos en el mismo barco”, o la campaña esa del buenrollismo que nació hace ya unos años, en los primeros de la crisis: “Esto lo arreglamos entre todos”, patrocinada por las Cámaras de Comercio, es decir, por la patronal, que ya sabemos qué tipo de medidas ha impuesto porque ya están negro sobre blanco y aplicándose. Las últimas han pasado un poco desapercibidas por los justos revuelo e indignación provocados por la usurpación del derecho al aborto. Pero es obligatorio conocerlas.
Lo que nos tendría que hacer sospechar es que esos mensajes de unión interclasista siempre vienen de los de arriba.
Pero la vida, el Gobierno y el periodismo consisten en arbitrar unos intereses que siempre son contrapuestos. O, lo que diría el clásico: la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases. Y nada mejor para mostrar esa confrontación que el siguiente gráfico que extraemos del informe de perspectivas para 2014 de BlackRock, la mayor gestora de inversiones del mundo:
Efectivamente, no hay mayor ejemplo de intereses opuestos que los que enfrentan al trabajo y al capital: la reducción de la remuneración del factor trabajo provoca el aumento de los beneficios del capital. Pese a quien pese, es un juego de suma cero. Al hecho de que la tarta se reparta ahora mismo de esta manera tan desigual influye, sin duda, que haya mucha gente en el paro. Son las leyes del mercado: si hay mucha oferta de trabajo, su precio baja. Pero este fenómeno también es culpa de las decisiones políticas, como poner en marcha medidas para que las empresas puedan descolgarse de los convenios colectivos. Al final, éstos se han terminado convirtiendo en papel mojado. ¿Para qué se siguen negociando si se sabe desde el primer momento que si las empresas no quieren no se cumplirán? Nos encantan los paripés.
Gobernar es arbitrar los intereses de una clase frente (o sobre) los de otra. En muchos casos, lo que hace un Consejo de Ministros depende de la clase social de la que vengan sus miembros o a la que creen o quieren representar. En otros casos, los peores y, desgraciadamente, los más habituales, de aquélla en la que esperan aterrizar después de que los suyos pierdan las elecciones o a la más mínima oportunidad. Un gran número de ellos lo que quieren es entrar en el selecto club de los miembros de los consejos de administración, porque están estupendamente pagados y, además, una cosa lleva a la otra y cuando se quieren dar cuenta, ya están en tres o cuatro. Y, claro, para ello no se pueden meter con según qué intereses empresariales. Todo tiene un precio.
Afortunadamente, la eclosión de nuevos medios de comunicación, sobre todo en internet, pero también algunos programas de televisión, como Salvados, está haciendo posible que nos empecemos a enterar de todas estas cosas. Quizás nos tengamos que desdecir de algunas de las afirmaciones de este artículo, por defender a capa y espada a los medios de comunicación impresos, pero en las últimas semanas hemos asistido a un fenómeno novedosísimo: por primera vez en la historia de España los medios digitales han marcado la agenda informativa. En concreto, eldiario.es e Infolibre, con el caso de Miguel Blesa y Caja Madrid. Tras una semana o una semana y media con las páginas web de Ignacio Escolar y de Jesús Maraña a tope de información sobre el caso, los medios tradicionales no tuvieron más remedio que contarlo también, dada la relevancia del asunto. Pero aún nos queda la duda: ¿Tiene más alcance que estas noticias las cuenten los diarios convencionales?, ¿qué hubiera sucedido si estas informaciones no hubieran llegado a las portadas de El País y El Mundo?
Volvamos al tema que nos ocupa: la colisión de intereses. Si decíamos que gobernar es gestionar intereses contrapuestos y, finalmente, inclinarse por la defensa de los de un grupo social frente a otro, el periodismo es, al final, algo similar. Se puede contar una historia asumiendo una concreta forma de ver el mundo, la dominante, aceptando el orden establecido, el (des)equilibrio de fuerzas existente y tomando la opinión de fuentes “bienpensantes”, incluso de aquéllos que salen ganando manteniendo el “statu quo” y, por tanto, reforzando la idea de que todo funciona y de qué para qué cambiar nada, porque entonces llegaría el desorden, el caos.
También se puede contar esa misma historia cuestionándolo todo, planteando alternativas, mostrando quién gana y quién pierde manteniéndolo todo como está y eso de que lo que unos se llevan de más otros se llevan de menos. Y que ahí está la causa de que las desigualdades y la exclusión estén aumentando, ahí, y en que el Gobierno (éste o el anterior) está escogiendo una determinada vía para salir de la crisis que beneficia a un determinado grupo social que es el que, qué casualidad, la provocó, aunque hablen en nombre del interés general. O sin hacerlo, porque ya no tienen los escrúpulos que hace no mucho les llenaban la boca de tramposas coartadas.
Hacer una cosa o la otra es tomar partido por los intereses de unos o de otros. Pensemos lo que pensemos, lo importante es lo que hacemos y de parte de quien nos ponemos con nuestras actuaciones. Somos lo que hacemos. ¿Estamos con el poder o lo cuestionamos?, ¿justificamos a quienes desahucian, criminalizamos a la PAH o defendemos a los desahuciados?, ¿entendemos a las empresas por contratar en precario o ilegalmente (sí, todavía, aunque pocas, hay cosas ilegales en el mundo laboral) o denunciamos las irregularides que cometen?, ¿comentamos estas cosas con indignación pero en petit comité o escribimos reportajes para que la gente lo sepa?
Lo malo es que es el poder el que califica a las personas y pone nombre a las cosas. Y te puede caer el sambenito de “demagogo” o de “populista”. Lo mismo a los periodistas que a los gobernantes. No vamos a concretar porque seguro que nos vienen a todos muchas imágenes a la cabeza de personas a las que se les pone esa etiqueta. Sólo nos gustaría reflexionar un momento sobre por qué les ha caído ese apelativo, porque nuestro problema es que aún no sabemos muy bien lo que es la demagogia. Si es cuestionar el poder, no nos importa que nos lo llamen o que se lo llamen a las personas que consideramos que están haciendo un gran trabajo, tanto en la profesión periodística como al mando de gobiernos.
No nos equivoquemos: el punto medio no existe. Ni lo aséptico. Siempre se toma partido. Y tenemos que ser conscientes de ello.