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Mientras tantoObjetos perdidos

Objetos perdidos


 

 

 

 

“¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el amor,
hasta aquí el odio?

¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el hombre,
hasta aquí no?”

Límites (fragmento), Juan Gelman

 

 

Hay búsquedas que duran unos días. Perdemos los auriculares del teléfono y resulta que estaban enredados en el fondo del bolso, o perdidos en el forro de un abrigo viejo. Hay búsquedas que duran unos meses. Esa llamada de teléfono que arranca con un ¿recuerdas aquel libro que te dejé, lo tienes tú?, y al final resulta que el libro se quedó en un tren al que ya nunca volvimos a subir. También hay búsquedas que duran meses. Amigos perdidos, pero para eso está Facebook. Y finalmente existen esas búsquedas que duran toda una vida. Y esas no suelen ser de auriculares o libros extraviados. Esas son las búsquedas que marcan los días de alguien, las mañanas, las tardes y las noches. Existen personas que se extravían y que no aparecen por sorpresa en ningún bolsillo. Tachán, estaba aquí, escondido treinta años. Eso son las dictaduras. Esas son las cosas que le ocurrieron a Juan Gelman y a tantos otros que no caben, por desgracia, ni este post, ni en una lista, ni en un archivo. Tantos nombres no caben en ningún lugar.

 

Porque uno puede perder a su hijo en cuestión de segundos. Zas: nunca más. Y por la misma razón, uno puede tardar veintitrés años en conocer a su nieta. Eso es así. Ayer, a raíz del fallecimiento del poeta y periodista argentino Juan Gelman, al que tanto admiro, recordé un episodio que leí hace tiempo en los periódicos. El 31 de marzo nunca sería un día cualquiera para Gelman porque ese fue el día en que recuperó a una nieta que no conocía, la hija que tuvo su hijo Marcelo con María Claudia, su pareja, dos jóvenes desaparecidos de la dictadura militar argentina. La niña fue criada por un militar uruguayo y veintitrés años después la recuperó Gelman gracias a los esfuerzos de toda una vida. Recuerdo unas palabras que dijo cuando conoció a su nieta Macarena: “Podrán imaginarse lo que significa esto para cualquier ser humano. Yo mismo puedo sentirlo; soy abuelo”. Pero yo no podía imaginarlo. Hay cosas que no podemos imaginar: ser abuelo de repente. O dejar de ser padre también de repente.

 

Cuando vivía en Buenos Aires, estudié en una universidad que estaba al lado de un antiguo centro de detención y tortura en los tiempos de la dictadura militar. Alguien había escrito en las paredes del edificio algo que siempre me acompaña “No podemos olvidar aquello de lo que no podemos acordarnos”. Pasaba todos los días por ahí y me detenía a leerlo. Al principio me pareció una frase sin sentido. Luego entendí que era una frase que tenía que leer muchas veces para entender. Porque a veces parece que para mirar hacia delante uno tenga que olvidar también lo que deja atrás. Pero en Buenos Aires, que es sin duda, mi rincón favorito del mundo, aprendí que las cicatrices que no se cierran bien nunca dejan de sangrar.

 

Antes volvía a esa carta que Gelman le escribió a su nieta en 1995. “Quién sabe cómo serás si sos varón. Quién sabe cómo serás si sos mujer. A lo mejor podés salir de ese misterio para entrar en otro: el del encuentro con un abuelo que te espera”. Esperar a una nieta. He releído esa carta muchas veces. La tengo guardada con mis poemas, con mis notas. Y vuelvo a menudo a ella para recordar que del horror, como bien sabía también Jorge Semprún, no se puede hablar. Pero esa carta sí habla del horror. Nos dice que todo estará bien mientras lo que perdamos en la vida sean unos auriculares, un libro. Pero que cuando un abuelo intenta recuperar a un nieto a quien no conoce después tantos años, es señal de que algo ha ido mal. Muy mal. Tan mal como pueden ir las cosas. El problema de las búsquedas es ese: que a uno se le puede ir la vida tras ellas. Buscando, tratando de entender. Pero no. Lo he dicho mal. El verdadero problema es que un abuelo tenga que buscar a su nieto. Que los hijos desaparezcan como en un macabro truco de magia. Que la vida se convierta de repente en una sala enorme y sombría de objetos perdidos.

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