He dedicado buena parte de los últimos días a esperar. Un paseo por la segunda planta del hospital, que es como una metáfora de la vida: urología, uvis, paritorios; un café con leche; una pregunta por Whatsapp a mi cuñado, otra, y otra más. Y así hasta la última respuesta. Concluida la espera, no me he cansado de observar sus casi tres kilos, su poco más de medio metro. Colosal candidez. No es extraño entonces que, mientras escribo en el vagón de regreso a Compostela, vea en el movimiento ondulado de los edificios el dibujo que con sus dedos como púas de un peine traza en el aire Elena. Siempre rehuí convertir la parte textual de este blog en el diario personal del periodista que en verano se enamora de Leila Guerriero; del tío que en invierno se embelesa con su primera sobrina. Pero así como sus brazos se sacuden en diminutos espasmos repentinos —¿lo haría de igual modo en el útero?— así las fachadas se balancean á dereita en otra genialidad paulina que volverá á esquerda, aunque no esté ahí para afirmarlo.