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Mientras tantoDe mi Diario: Semana 3 / 2014

De mi Diario: Semana 3 / 2014


 

Weiß/Colonia, 12.1.

Coincidencia grande donde las haya, empiezo a leer las memorias de Simone Signoret y el canal Arte programa para esta tarde, a las 8:15 pm, Casque d’or [París, bajos fondos], la película con la cual se consagró. ¿Si será que los programadores del canal me leen en Fronterad, y quisieron darme esta alegría? Por si acaso, gracias.

 

El final de la serie Wallander es muy triste. Creo que nunca volveré a ver un episodio de esta última temporada, me han ido deprimiendo más y más conforme se acercaba el de esta noche, el de la despedida definitiva. Cuando terminó, recordé el viaje que hice en el exprés Hölderlin con Hilda, Gonzalo Rojas y Álvaro Mutis, de Hamburgo a Colonia, en octubre 1987, y cómo Álvaro nos estuvo contando de la escritura de Cien años de soledad, que siguió tan de cerca, y que un día Gabo le contó llorando: «Acabo de matar al coronel». En fin, no he llorado con el final de Wallander, que además no muere, pero sí entendí mejor la anécdota.

 

Weiß/Colonia, 13.1.

Leí «Se la tomó fondo blanco» y por el contexto deduje que se trataba de tomar una copa de un solo trago. De todos modos, y como siempre ando queriendo aprender, me interesó saber cuál sería la difusión continental de la expresión e hice una consulta a 287 amigos en América Latina, desde Texas a la Patagonia, y al levantarme y abrir la estafeta tenía 37 respuestas, entretanto son ya 57, de las que 53 coinciden en lo de tomarse una copa (o una botella de cerveza) de un solo trago, aunque son diferentes las explicaciones por lo que se refiere al color. Lo que más me gusta de todo es que aprendí que en México también suele decirse «Hasta verte, Jesús mío», porque las copas de tequila tenían antes en el fondo algún símbolo cristiano. Curiosamente, Óscar en Bogotá y Susana en Punta del Este desconocen la expresión “fondo blanco”. También Dagmar, que es en quien más me extraña, porque Dagmar se cuenta entre los más mijores trujamanes de castellano en este país, y ha traducido a narradores de todo el continente, lo cual significa que nunca se ha tropezado con esa expresión (como yo tampoco, hasta verla ayer), lo que a su vez significa que casi no se ha empleado en la literatura en nuestra lengua. Caso raro. Mucho más raro aún es lo que me responde Rolando desde Austin, que el “fondo blanco” quiere decir “cosas de mujeres: el brasier, las pantaletas, el fondo, y luego el vestido”. Imagino que en El Valle llaman “fondo” a aquello que en la España de cuando vine al mundo llamaban “bajera” y/o “enaguas”. Lo dicho, ese idioma común que dizque nos une. Qué risa, María Luisa.

 

La tarde me trajo más material sobre “fondo blanco”. Andrés me pasó desde Bogotá el enlace con la gráfica del uso de la expresión a partir de 1750.  Desde San José de Costa Rica, Rodrigo me informa de que en Cámaralentolandia, como yo llamo al país, «se dice «tómeselo cor–cor»,  probablemente imitando el sonido de la garganta cuando recibe tan violenta catarata». And last but not least, la impagable Lillian me desasna a su modo, siempre certero: «La expresión mexicana es «Hasta NO verte, Jesús mío», en el sentido de no detenerse de seguir empinando el tarro en tanto no se mire el fondo. Y las efigies del Cristo no estaban en las copas de tequila, que los machos siempre se beben de un trago, sino en los tarros de pulque, que son más o menos como las jarras de cerveza en Alemania. [] Hoy ya no existen las pulquerías, y quién sabe si se sigue haciendo pulque. Todavía en los 80 se conseguía enlatado. Y también en México se le llama o llamaba «fondo» a la prenda interior femenina que va de los hombros al borde de la falda, y «medio fondo» al que va de la cintura pabajo. No sé si se sigue usando esa prenda, pero ciertamente mi madre tenía unos muy bellos, que hoy en día servirían como vestido de coctel, eran muy bien cortados y con encajes, sumamente favorecedores y no te imaginás cuán sexys. Yo llegué a usarlos en mi muchachez. No he vuelto a verlos en las tiendas de lencería». Leer este primor de prosa y observación me ha hecho recordar ese cuplé de La montería, la zarzuela del maestro Guerrero, que siempre que se pone en escena es coreado por el público. 

 

Weiß/Colonia, 14.1.

2:50 am : Rashomon, una obra maestra por la que no pasan los años. Por quienes sí que pasan es, ay, por nosotros. Pero, en este caso, afortunadamente. Así se presenta la ocasión de volverla a ver, y cada vez con nuevos ojos.

 

En la pizarra de La Modicana anuncian canelones de carne, y encargamos dos raciones sin más. Pero pero sólo queda una, nos informa la camarera persa después de comunicar con la signora, y antes de que Carlitos tenga la más mínima chance de reaccionar ya he alzado el dedo en el aire y la ración de canelones es para mí. Soy un hijueputa sin remisión. Con amigos como yo, pa qué querría enemigos Carlos. Pobre mártir, diría Cortázar.

 

Por culpa de la Historia de Inglaterra de Maurois y de los ensayos y textos de Faulkner, tuve muy abandonadas las memorias de Ingmar Bergman. Ahora recuperé el hilo y estoy leyéndolas en paralelo con las de Simone Signoret. Dice IB: «Comprendo al maestro de obras Solness [el personaje de Ibsen] cuando comienza a escalar torres de iglesias a pesar de que sufre ataques de vértigo. Los sicoanalistas arguyen, con la mayor delicadeza, que el deseo de lo imposible tiene algo que ver con la disminución de la potencia sexual. ¿Qué podría decir, si no, un analítico?»  La ironía es sangrienta. Pero en el capítulo siguiente nos regala una epifanía casi de García Márquez, cuando cuenta que una vez, durante un ensayo de El rey Lear en el Teatro Real, de Estocolmo, de repente hubo un apagón de la corriente eléctrica en toda la ciudad, y algunos de quienes intervenían en el ensayo, los más empedernidos fumadores, salían a fumar de la sala de ensayo a la contigua, pero regresaban de inmediato: «Allí afuera reinaba una tiniebla egipcia».

 

Weiß/Colonia, 15.1.

1:10 am : El último de los mohicanos. ¡Y pensar que Daniel Day–Lewis ha ganado tres Oscars, pero ninguno de ellos con su mejor interpretación!  De todos modos, qué hermoso es ver que si un actor es bueno, actuando al lado de un grande se crece. Es el caso de Madeleine Stowe acá, emparejada con DD–L. Ahora lo que tengo que encontrar es el hueco para releer la novela de Fenimore Cooper, al cabo de los siglos, pero hacerlo en una traducción alemana. Sospecho que puede pasar con ella como con Las minas del rey Salomón, de Rider  Haggard, traducida por Eça de Queiroz: que la traducción resulta el colmo de la traición, por ser bastante mejor que el original. Es, ¡qué ironía! ¿no?, un clásico del idioma portugués.

 

Levantarme dos horas antes de lo habitual, a las 8 am, linda con el sacrilegio, pero a las 10 debo estar en lo de mi Dr. Ruppert, en ayunas, para la extracción de sangre. Funciona todo tan bien con los buses y tranvías que puedo regresar a casa a las 11 para desayunar, antes de partir a las 11:40 para la cita con la oftalmóloga, y en su consulta funciona todo tan bien que vuelvo acá a los pocos minutos de que Diny haya traido a Henri del Kindergarten. Tanta bondad divina me parece sospechosa. Pero la agradezco. Y aunque Diny & Henri se van inmediatamente a dormir la siesta, saber que mi criatura está bajo mi techo me consuela de muchas horas de desazón y de angustia en los últimos tiempos. Después, cuando se levanta y quiere irse a su casa, para ver un DVD que lo tiene fascinado, Cars se titula, lo convenzo para que se quede entre nosotros una hora más, viendo sus episodios preferidos de Pettersson & Findus. ¡Loado sea el Altísimo!

 

Me manda Javier un «sorprendente e increible enlace que nos dice la distancia y el medio de transporte entre dos puntos del mundo (países, ciudades, e incluso calles). Le he puesto algunas rutas complicadas y me ha funcionado». Le acuso recibo con esta reflexión: «Lo simpático es que si quieres saber cuánto cuesta venir de Huelva a Colonia, resulta que te sale por 99 euros, pero si quieres viajar de Huelva a Andorra son 135 euros. Misterios del mundo mundial».

 

21:50 : À bout de souffle. Todas y cada una de las veces focalizo el rosario de preguntas de Patricia a lo largo de la peli, en ese guión magistral de François Truffaut: «¿Qué es “el horóscopo”? [] ¿Qué significa “cuajar”? [] ¿Qué son “muecas”? [] ¿Qué es “plantarse”? [] ¿Qué es “tragar (guardias)”? [] ¿Qué es “un chalado”? [] ¿Qué es ser “un gallina”? [] ¿Qué es “pollito”? [] ¿Qué significa “asquerosa”?»   Esa pregunta con que termina la peli te pone un nudo en la garganta, como el final crudelísimo de Brighton Rock, la novela de Graham Greene. ¿Cuántas veces la hemos visto juntos, À bou de souffle, Diny y yo? Quizá sea la peli que más veces vimos en amor y compaña. Y nunca, nunca hemos dejado de visitar la tumba de la inolvidable Jean Seberg todas y cada una de las veces que fuimos a París y acudido al cementerio de Montparnasse; allí se encuentra, en el camino a la de Cortázar y en la misma avenida que la mía.

 

Weiß/Colonia, 16.1.

0:45 am : Nada que declarar. A pesar de su aparente superficialidad, es una peli de lo más interesante, acerca de la xenofobia (en este caso la francofobia de un belga). La xenofobia es proteica. Si borra su aversión en un cuadrante de la rosa de los vientos, lo abre como válvula de escape en otra, y hasta en forma de racismo. El final de la peli, que se nos brinda como una broma, es mucho más amargo de lo que parece. Lo dije hace ya mucho tiempo, y la censura española de antaño (la “Delegación Provincial de Información y Turismo”, dirigida por un tal Guillermo –Alonso del Real, creo–, quien a partir de la muerte de Franco descubrió que él había sido un demócrata “de toda la vida”) me golpeó, ay, con la regla en los nudillos. Fue cuando, allá por 1961, en Radio Popular de  Huelva, sostuve que «Los españoles no somos racistas porque, gracias a Dios, todos somos blancos». La censura española de aquellos años de plomo me echó entonces la vista encima para luego descalificarme profesionalmente, amordazándome, la próxima vez que hice pipí fuera de su tacho («El intento de invasión de Bahía Cochinos ha sido eso que el diccionario de la Real Academia define como una “cochinada”»). En último término, le debo a la censura española la decisión irrevocable de abandonar España y venir a Alemania. Al final hasta voy a tener que estarle agradecido.

 

Mari Pepa me escribe preguntándome si me animo a pergeñar una nueva serie de trujamanes y le contesto ipso fuckto que sí, porque cincelar esas miniaturas fue uno de los mayores placeres que tuve las dos pasadas veces que me encargó otras tantas series. Por otra parte, se diría que este año está empezando para mí con buen pie, lo que me resarce del tormento que fueron los diez días que siguieron al 24 de diciembre. ¿Nochebuena?  ¡Amos, anda!

 

Mi última cita de las memorias de Ingmar Bergman, viendo celebrar a su padre un oficio divino en una iglesia: «Por mi parte concebí el final de Nattvardsgästerna [Los comulgantes] y sentí la confirmación de una regla que siempre he seguido y que siempre seguiré en el futuro: “Pase lo que pase, tienes que celebrar tu oficio divino”. Esto es importante para los fieles, pero aún más importante para ti. Si también es importante para Dios, está por verse. Cuando no existe ningún otro dios sino tu esperanza, también es importante para el Dios».

 

Weiß/Colonia, 17.1.

Desde ayer por la mañana he estado sufriendo un dolor casi insoportable cada vez que me levantaba del asiento o de la cama y quería echar a andar; el dolor se había enquistado en el hueso saliente de la cadera derecha, como si me hubiese topado la cabeza de un rinoceronte y me hubiera clavado el cuerno en el mero hueso. Lo he tratado con friegas y con termoterapia, pero recién hoy he descubierto que la mejor terapia es la bici fija, de manera que he montado a Kate nada menos que tres veces, debe pensar que soy un garañón. Y me va ya bastante mejor, aunque Diny, optimista por naturaleza, opina que el dolor me durará todavía una semana.

 

Weiß/Colonia, 18.1.

1:30 am : Antes de apagar las luces de la sala me doy cuenta de que sobre la tapa del secretaire de Diny, dispuestas sobre un tejido bordado de artesanía guatemalteca, siguen las figuras del pesebre (el niño Jesús, The Papas & The Mamas, la mula, el buey, los tres monarcas con el oro y el incienso y la mirra), tal como ella las dispuso allí en vísperas de Nochebuena, para que Henri se sintiese en un ambiente navideño comilfó. Inevitablemente me tengo que acordar de lo que refiere Ibargüengoitia en Estas ruinas que ves, cuando platica de las mujeres de Cuévano: «Sus diversiones consistían en arreglar nacimientos, que por desidia quedaban expuestos hasta el Viernes Santo». Por la mañana le diré a Diny que este año el Viernes Santo será el 18 de abril.

 

En el diario veo por primera vez una esquela fúnebre con un epígrafe en neerlandés: «Geluk wordt pas zichtbaar als het vorbij is» [La felicidad se hace visible recién cuando ya pasó]. Lo que me hace gracia es que su autor, Godfried Bomans, fue uno de los mejores humoristas que ha habido en los Países Bajos. Sería cosa de pensar en un epígrafe para mi esquela: ¿por quién me decido, por el negro Fontanarrosa o por Jardiel Poncela?

 

Hoy es el centenario del nacimiento de Arno Schmidt, a quien casi no se conoce en el ámbito de la lengua española y es, posiblemente, el autor alemán más original del siglo XX. Recuerdo que al irse a vivir a Bargfeld, una aldea sajona poblada por unas 300 almas (hoy devenida un mito, gracias a su obra), comentó que era un lugar tan chiquito que ellos eran los únicos Schmidt que vivían en él. Es como si en un pueblo español no hubiese nada más que un Pérez. Igual que si en una vereda colombiana no hubiese sino un Restrepo.

 

Apurada la relectura de las memorias de Ingmar Bergman, y en paralelo con la lectura de las de Simone Signoret, abordo la de un libro de Liv Ullmann, Forandringen [Senderos], del que ella misma dice en el prólogo: «No he tenido nunca la intención de escribir una autobiografía». Este ejemplar es el regalo de Rebeca a Diny en la Navidad del 76, con un dibujo polícromo (un ramo de flores y cuatro corazones, uno en cada esquina) en la página de guarda, y la letra infantil de mi Rebecota querida. Y el libro me encanta ya desde el primer párrafo, fulminante: «Vine al mundo en una pequeña clínica en Tokio. Mamá se acuerda de que un ratón corría por el suelo, lo que interpretó como un buen agüero. Y de que una de las enfermeras se inclinó sobre ella y le susurró compadecida: “Por desgracia es una niña. ¿Querría ser tal vez usted misma quien se lo diga a su marido?»»

 

***********FIN***********

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