Mi amiga Pepa tiene un problema: no le gusta reconocer que tiene prejuicios. O sea, su prejuicio es tener prejuicios, una frase que no es mía sino de mi amigo @ojomágico (hola Carlos, un muac). Pero es difícil no tenerlos, bien lo sabemos todos. Ella siempre dice que no tiene hasta que el otro día la pillé en uno, relacionado con el sexo y los señores mayores. El sexo y la edad, vaya.
Mi amiga Pepa no está nada mal: tiene “taitantos”, como ella dice y es bastante atractiva, de hecho, aparenta ser más joven de lo que es. Siempre fue muy ligona, no tuvo problemas para llevarse a quien le diese la gana a la cama. Pero claro, ahora tiene de competencia a las nenas de 30 años que, aunque más sabe el Diablo por viejo que por Diablo, es de todos conocido que los hombres las prefieren más jóvenes (esto sucede porque son tontos del culo, pero hasta ahora el Ine no ha estudiado esta temática porque bastante tiene con preguntar a los españoles si les preocupa más la Eta o el paro, también, menuda preguntita).
Pero volvamos con Pepa: el otro día me llama totalmente excitada. Que ha conocido a un mastodonte musculado de los pies a cabeza, dice, y que él parece interesado en tener con ella “algo más que palabras”. Bien, le digo yo, ¿cuál es el problema?
—Que es mayor que yo
—¿Cómo de mayor?
—Pues mucho más mayor
—Pero, a ver, alma de cántaro, ¿es más joven que tu padre?
Tras oír las risas durante un rato, me dijo que sí, que en efecto el señor en cuestión era más joven que su padre. Pues ya está, no hay problema, tampoco hay que ir pidiendo el DNI en la cama, ¿no?
Pero Pepa dudaba.
—A ver, ¿qué te ralla en esta historia?
—Chica, que es mucho mayor que yo. Me da la impresión de estar con un abuelete y me da que pensar a ver si ahora solo me voy a ligar a señores de cierta edad.
—Mándame una foto por guassap que le vea, le dije yo
Confieso, tras ver la foto, que babeé, como diría mi amiga Pi. Porque el tipo en cuestión, aunque entradito en años, tenía unos pectorales y unos brazos torneados de infarto. Comprendía a Pepa claro, socialmente está bien visto que un señor mayor, arrugao como una pasa, se pasee con una mocetona de 30 pero viceversa, por mucho que Madonna lo promueva, no está tan bien visto. Putos convencionalismos. Por si fuera poco, el señor éste en cuestión no tenía más que ventajas: vivía en otra ciudad distinta a la de Pepa (lo idóneo para no complicarte mucho la existencia), tenia una vida de lo más apasionante, era un tipo muy interesante y lo más importante: el cuerpo queridos lectores, el cuerpo. Que había estado entrenándose toda su vida y era puritita fibra, sin un átomo de grasa… Ja! Ya quisieran muchos treinteañeros con barrigas con colgajos tener ese cuerpo pensé yo.
Al final Pepa se dejó los convencionalismos (o los prejuicios) en su habitación y acabó disfrutando con él del mejor polvo en sus últimos dos años, confesaba al día siguiente. Que el señor además, tenía capacidad multi-orgásmica (yo nunca he visto nada así en mi trayectoria vital) y se pasaron toda la noche y la mañana siguiente, dale que te pego. Un polvo tras otro. Y que tener a una bestia de semejantes dimensiones encima o debajo era, por lo visto, de lo más estimulante. ¿Qué fue lo primero que hizo Pepa al meterse con él en la cama? Medirle la espalda, que no la polla, con sus manitas mientras él la miraba estupefacto: más de cuatro palmas me decía ella, emocionada. Joder con el señor mayor, pensé yo, mientras contaba la distancia con las palmas en la pared del comedor.