Quedan pocas semanas para las elecciones al Parlamento Europeo. Se celebrarán a finales del próximo mes de mayo y, gracias al Tratado de Lisboa, se afirma que serán las elecciones más democráticas de la historia de la Unión: sin olvidar que la democracia dentro de la Unión se ejecuta en una tonalidad diferente a la democracia en los estados miembros (de hecho no siempre resulta audible).
Con todo, las elecciones al Parlamento Europeo no dejan de ser uno de los signos más claros de que una democracia europea supranacional es posible. Para muchos, un signo superficial, considerando las dinámicas de poder de la Unión, que no siempre pasan por las instituciones teóricamente previstas para su ejercicio. ¿Qué poder tiene el Parlamento frente al Consejo Europeo, por ejemplo? Muy a menudo: escaso. ¿Qué poder tiene el Consejo Europeo frente a la voluntad de algunos estados como Alemania, Francia o Gran Bretaña? Muy a menudo: escaso.
La Unión Europea siempre ha presumido de su atractivo para los países vecinos: el primer imperio en la Historia que amplía su territorio y su poder porque los países vecinos piden a gritos que les conquisten. Sobran las razones para esta entrega (casi) apasionada: por ejemplo, un atractivo innegable basado tanto en sus principios respetuosos con los derechos humanos como en los beneficios de desarrollo económico y social que aporta el ser miembro del club de los hijos putativos de Carlomagno. Además, desde Bruselas se suele presumir también de una política exterior bienintencionada, centrada igualmente en los derechos humanos, la promoción de la democracia, etcétera. Se han establecido políticas de vecindad que, en teoría, se basan en esos mismos principios que rigen el funcionamiento interno de la Unión. Y una política exterior hacia los países más alejados que, también en teoría, no se fundamenta en negociar con las armas encima de la mesa de negociación: los diccionarios no incluyen de momento los acuerdos comerciales como posibles armas de ataque.
Proyección exterior de los valores europeos. En 2011 la Comisión Europea aprobó los presupuestos para financiar la política exterior de la UE entre 2014 y 2020. En el comunicado de prensa mediante el que se anunciaba dicha aprobación, la Comisión afirmó que dichos instrumentos eran “propuestas [que] permitirán a la Unión asumir sus responsabilidades en la escena mundial en lo tocante a la lucha contra la pobreza y la promoción de la democracia, la paz, la estabilidad y la prosperidad”. ¿Suena bien, no?
Hace unos días se conocía el proyecto de ley elaborado por la Comisión –por la misma Comisión de 2011- para regular el comercio de minerales provenientes de países en conflicto, conocidos como minerales de sangre. En muchos países africanos buena parte de las guerras de los últimos años, y de algunas en curso, como en el este del Congo, han estado motivadas en buena medida por la lucha entre grupos armados por el control de yacimientos mineros. Hasta ahora, Ruanda, Uganda y Burundi han ganado mucho dinero limpiando la sangre de esos minerales, como pivotes de un comercio minero cínicamente triangular.
¿Y qué ha pensado la Comisión para contribuir desde Europa a la promoción de la democracia, la paz, la estabilidad y la prosperidad de esos países productores de minerales? Una regulación que no establece la obligación de declarar el origen de dichos minerales por parte de esas empresas europeas implicadas en el negocio de minerales. En otras palabras: serán las propias compañías las que decidirán si se someten a la “autotransparencia”.
Organizaciones de derechos humanos ya han calificado el proyecto como un ejemplo de cómo la Comisión puede ceder ante los grupos de presión de la industria minera. De momento, estamos tan sólo ante un borrador de ley. Pero ¿dónde está la opinión pública europea capaz de influir en la futura aprobación de ese borrador?
Sin opinión pública europea. A finales de 2013 se cerró PressEurop, una plataforma de noticias que se dedicaba a publicar traducidas a varias lenguas europeas noticias provenientes de medios de todo el continente. La plataforma estaba financiada por la Comisión Europea, que a pocos meses para la celebración de las elecciones europeas decidió no renovar el contrato de financiación. El don de la oportunidad, podría llamarse. El candidato a presidir la próxima Comisión por parte de la socialdemocracia europea, y presidente del Parlamento Europeo, Martin Shculz, lemantó el cierre declarando que el papel de PressEurop era fundamental: “Gracias a un innovador sistema de traducción instantánea, este sitio brinda a los europeos la oportunidad de intercambiar ideas y opiniones en diez idiomas y de este modo se ha convertido en unos años en un espacio de debate transnacional. Imaginen que una gran mayoría de europeos puedan debatir sobre asuntos comunes en sus respectivos idiomas y entenderse entre sí: ¡en su escala, Presseurop ha hecho realidad un sueño europeo!”.
¿Servirán las próximas elecciones europeas los valores de la próxima Comisión? ¿Qué poder tendrá un tipo como Shculz, en caso de ser elegido, para revertir el hecho de que Bruselas sea la ciudad del mundo –después de Washington- con máslobbies operando a sus anchas en la opacidad?
De Jean-Claude Junker, candidato a la presidencia de la Comisión por parte de los populares europeos casi es mejor ni hablar, ¿no? Ex presidente de un paraíso fiscal, Luxemburgo, del que hace unos meses dejó de ser presidente debido a un escándalo con los servicios secretos del país, escándalo por el que se negó a asumir cualquier responsabilidad, ni siquiera política: sí, hablamos de ese Junker.
Hablando de Luxemburgo: ¿no es una idea grandiosa situar la sede del Tribunal de Cuentas Europeo en un coqueto paraíso fiscal? También se encuentran el pequeño Gran Ducado las sedes del Tribunal de Justicia de la UE y una de las sedes del Parlamento Europeo.
Gas ruso y cohesión interna de la UE. Con motivo de la crisis en Ucrania, se ha escrito mucho acerca del interés ruso en asegurar un tránsito confortable de su proyecto gasístico South Stream: su trazado marítimo transcurrirá por el lecho marino al sur de Crimea. Se ha hablado menos del Nord Stream, un gaseoducto ya operativo que hace llegar el gas ruso enviado por Gazprom directamente hasta Alemania. Al frente del proyecto ha estado el ex canciller alemán Gerhard Schröder. Algunas consideraciones sobre el Nord Stream:
Uno: las puertas giratorias entre política y empresa, no son un problema exclusivo del retrasado y corrupto sur europeo
Dos: el trazado marítimo del Nord Stream permite –era uno de sus objetivos fundamentales- que el gas ruso no pase por el territorio de ex repúblicas soviéticas como los países bálticos o Polonia que forman parte de la Unión Europea, y que no tienen con Moscú las mejores relaciones. En su momento, el ministro de asuntos de exteriores polaco se refirió al acuerdo entre Alemania –la pulcra Alemania, el brillante motor económico y moral de la construcción europea- en los siguientes términos: “el gaseoducto Molotov-Ribbentrop” (en referencia al acuerdo entre la Alemania nazi y la Rusia estalinista que permitió la cómoda ocupación de Polonia, y en consecuencia de buena parte de la Europa central).
Tres: la sede del consorcio Nord Stream está en Suiza. Paradisíaca patria fiscal de muchas empresas de intermediación energéticas rusas y europeas.
En los últimos días, a propósito de la situación en Ucrania, se ha escrito mucho sobre el régimen político ruso. Por supuesto, los dirigentes rusos son unos corruptos impresentables, que sólo miran por sus propios intereses, y ni siquiera por los de sus propios ciudadanos (no es ironía). No como en Europa, ese bloque de países cohesionados que, periódicamente, celebra unas elecciones legitimadoras de un sistema de gobierno democrático repartido entre Comisión, Estados, Consejo Europeo y Parlamento que siempre se respeta, y que tiene como misión la defensa de todos los ciudadanos europeos, con independencia de su país de nacimiento y residencia (¿es ironía?).
Dejo los grandes éxitos de la Unión Europea en política exterior y de vecindad para cometarlos en otro artículo. Asuntos como, por ejemplo, la situación en Libia o la brillante implicación de Bruselas en la crisis ucraniana (¿también ironía?).
¿Más Europa, entonces? Sí. En otras palabras: sí. Resumiendo: sí. Desde un punto de vita geopolítico, se intuye que menos Europa sería un desastre a medio y largo plazo para los países miembros. Pero ¿estamos seguros de querer más de esta Europa?
Trazado del South Stream*:
Trazado del Nord Stream:
*Ilustraciones tomadas de la página de Gazprom