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Mientras tantoDe mi Diario: Semana 10 / 2014

De mi Diario: Semana 10 / 2014


 

Weiß/Colonia, 2.3.

GBS ha visto en Campinas el tuit de @JaqueFraque traducido por mí al mexicano, en honor de @AlmaDeliaMC [«Dos sinsontes trinan a pleno pulmón unas cosas que yo personalmente platicaría de manera bastante más discreta»], y me confiesa que no logra encontrar el nombre portugués del sinsonte. Me animo a buscarlo y creo que lo encontré: tordo-dos-remédios. Lo sea o no lo sea (las enciclopedias se equivocan y confunden mucho), más poético, imposible. 

 

Después de leer la última entrada de mi diario en Fronterad, me deja un comentario Javier«Se ha escrito mucho sobre el pintoresco resultado de un punto o una coma mal puestos. En una ocasión me invitaron a dar una charla, comida incluída, en la sede de una determinada asociación. A los distintos actos del programa llamaban con una campana y, para informar sobre la hora de la comida, un cartel que, a falta de un punto, decía: «A las 14:00 se tocará la campana la Presidenta»». Le contesto: «¿Y se puede saber por qué no podía tocarse la campana la señora Presidenta?  La Declaración de los Derechos Humanos la respaldaría plenamente. Es más, si era joven y agraciada, yo mismo se la hubiese tocado de mil amores, para evitarle el esfuerzo».

 

Cristy me ha hecho llorar con su artículo dedicado a Ana María Moix. Ayer, cuando Diny me trajo la noticia, estuvimos recordando la última vez que nos encontramos con ella, hace años. Fue en Barajas, ella llegaba con el puente aéreo, desde Barcelona, y nosotros íbamos allá con el puente aéreo. Apenas nos dio tiempo de abrazarnos. Ana María está presente en nuestras dos  antologías, las que hicimos Felipe y yo, primero con un cuento breve (“Antes del almuerzo”) para el # monográfico 5/78 de la revista Akzente, y luego en la monumental Ein Schiff aus Wasser, para K&W, en 1981, con el delicioso relato “Correo urgente”, de su libro Ese chico pelirrojo a quien veo cada día. Se trata de un epistolario (en días muy anteriores al email) entre varias personas, y se inicia con un telegrama escueto«LO SÉ TODO. MARTÍN». Ana María se emocionó mucho con esa traducción, sobre todo cuando Felipe le explicó que había sido hecha a cuatro manos. Como en la antología era yo quien manejaba el asunto de la traducción, había decidido, p. ej., que en ella a las escritoras nada más las iban a traducir mujeres. Sólo que el cuento de Ana María  me puso en un aprieto (aunque la verdad es que me lo podría haber sacado de encima seleccionando otro del mismo libro, pero yo me empeñé en ese). Me puso en un aprieto porque los presuntos autores de los correos eran personas de ambos sexos. Y ahí tomé la decisión más atrevida de toda la antología: a los corresponsales varones los iba a traducir un hombre, y a las corresponsales una mujer. A Ana María, cuando terminó de explicárselo Felipe, le brillaban los ojos de contento, según él me contó. Lamentablemente, aquel día que ella pasó por Colonia yo no estaba aquí. Pero le dijo a Felipe que, por favor, me diera las gracias porque tantísimo primor en traducir bien su cuento nunca podía habérselo imaginado.

 

10:05 pm : Como preludio a la noche de los Oscar, ceremonia que no veré debido a lo abierto de la tijera del huso horario –pero (seré honesto) creo que tampoco la vería aunque la pasaran en un horario asequible, es el género de espectáculos que me resultan vomitivos–, como preludio, pues, una peli nominada en diez categorías y que consiguió dos estatuillas, Adivina quien viene esta noche. Para mi gran sorpresa, resulta que Diny no la conocía. ¡Qué envidia le he tenido, cuánto diera por verla de nuevo por primera vez, siquiera fuese por devolverme a 1968! Pienso, cuando termina, que es la última peli de Spencer Tracy, y es él quien la cierra con su alegato, y en ese alegato, al dirigirse a Joey, su hija, y el Dr. Prentice, su prometido (negro o no, qué importa), se esconde una declaración de amor a Katherine Hepburn: «The only thing that matters is what they feel, and how much they feel, for each other. And if it’s half of what we felt that’s everything. [“La única cosa que importa es lo que sienten ellos, y cuánto lo sienten el uno por el otro. Y si es nada más que la mitad de lo que nosotros sentimos, eso ya es todo” y conste que lo traduzco de la dicción de Tracy, no del inglés, un idioma que no se me da para nada porque ¡sigue siendo tan frío cuando es tan cálido! y esa rara mezcla no soy capaz de apresarla]».

 

Weiß/Colonia, 3.3.

8:15 am. : El cartero siempre timbra dos veces, y al oír la segunda salto de la cama porque Diny no debe de estar en casa (¿pero dónde?) y el cartero me entrega muy cabreado un sobre enviado desde Bogotá y en el que se han confundido con la dirección, en vez de Pflasterhofweg 11ª lo enderezaron al Pflasterhofweg 112, y la numeración de nuestra calle sólo llega hasta el 99, que es la casa junto al río donde viven Petra y Achim. Menos mal, porque allí le dieron las señas correctas. Disculpo al remitente con el cartero, y luego me pongo a ver si Diny me ha dejado algún mensaje diciendo a dónde ha tenido que ir por la mañana del Lunes de Carnaval, festivo acá en Colonia. No hay ningún mensaje, pero de repente oigo trajín en el cuarto de baño, y ahí está Diny, ocupada con el lavarropas. No, no escuchó el timbre ninguna de las dos veces, aún no se ha enchufado los audífonos. Regreso a la cama ya sin sueño, así es que al cabo de un par de minutos me levanto (“Ni modo”, diría mi sub), haré la siesta más larga.

 

Repasando la lista de los Oscar entregados anoche, recuerdo que he leído hace muy poco, en las memorias de Simone Signoret y de Liv Ullmann, sus respectivas experiencias de una noche de entrega del premio cuando ambas habían sido nominadas para el de mejor actriz. Signoret lo obtuvo en 1960 por Room at the Top, y Ullmann no lo obtuvo en 1973 por The Emigrants (el de aquel año fue para Liza Minnelli por Cabaret). Es muy curioso comparar ambas vivencias, y no sólo porque, como es lógico, fueron diametralmente distintas. Y el de Signoret, además de harto merecido, la venganza y el ajuste de cuentas de Hollywood contra el maccarthysmo y su caza de brujas y sus listas negras y sus delatores y toda esa nefanda, infame mierda, tan gringa. Ahí se echaron p’alante no más derecho viejo y le dieron el Oscar nada menos que a una “roja”.

 

Weiß/Colonia, 4.3.

17 comensales en La Modicana. Parece una colmena. Carlitos propone pedir a la signora que cuelgue un cartel en la puerta: «Los martes a mediodía reservado para los Sres. Müller y Bada». «Y sus eventuales compañías, respectivas o comunes», añado mentalmente.

 

Terminó por ahora una nueva tanda de Lewis, aunque cronológicamente no es muy kosher lo que está haciendo el canal que la transmitía. Por eso digo tanda, y no temporada, ya que en las últimas seis semanas pasaron la cuarta y los dos primeros episodios de la quinta, que termina casi con la renuncia de Lewis a su puesto para dedicarse al nieto que está en camino. Pero sabemos que aún queda la segunda mitad de la quinta, los cuatro episodios de la sexta y los tres dobles de la séptima. A esos programadores del canal los colgaría de los huevos hasta que confesaran los motivos para semejante desaguisado. Menos mal que sustituyen a Lewis por  Vera, nueva en esta plaza, y nada menos que con Brenda Blethyn, una de mis actrices inglesas favoritas. Bravo.

 

Weiß/Colonia, 5.3.

En días como hoy me siento igual que el infeliz Josef K. de El proceso, de Kafka, teniendo que apechar con las consecuencias de una falta que no sé cuál es. Aunque me he pasado ½ hora atando cabos y me parece que ya sé a que se podría deber, mi “proceso”. Ay.

 

Hoy novedad también en el mismo canal que transmitía la serie de Lewis, esta se llama Código 37, es belga, de la TV flamenca, y Code 37 designa a la Brigada Antivicio, concretamente la de Gante. Es una unidad especializada en los ítems agresión, intimidación y discriminación sexual, violación, pornografía infantil, estupro, pedofilia, exhibicionismo, prostitución, así como toda la organización subyacente, etc. La serie promete, porque los flamencos hacen muy buen cine, así es que como son los mismos, por lógica natural también son buenos sus telefilmes. Y estos dos primeros episodios que he visto demuestran que saben comprimir siguiendo una regla que deben de haber aprendido leyendo a Gracián: «Menos es más». Lo que pasa es que hay series donde se desea que el caso acabe cuanto antes, y esta puede ser una; y en cambio hay otras, como puede ser la de Lewis, que a uno no le importaría que cada episodio, en vez de 90 durase 120 minutos, corriendo, eso sí, el riesgo de que en esa ½ hora suplementaria el asesino se mandase mudar al Paraguay, como el doctor Mendele, con la bendición de la iglesia carótida. Eh, católica.

 

Weiß/Colonia, 6.3.

Llega Diny de su gimnasia y me ve leyendo el diario mientras desayuno: «¿Ya llegaste a las esquelas fúnebres?» «Todavía no», le digo. Luego sé por qué lo preguntó. Ha muerto Carlos Santillán, a los 80 años. Y no murió en Colonia, donde era una institución, sino en París. ¡Carlos Santillán! Siempre que nos encontrábamos, las pocas veces que sucedió desde que dejé de ir a su restaurante, El Gaucho, me reprochaba que no fuese más por allá. Nunca le expliqué por qué, pero creo que él terminó sabiendo por qué y que, en el fondo, sabiendo cómo soy, me daba la razón.

 

Me pregunta Óscar desde Bogotá si sé el origen de la expresión “amor platónico”,  y como no lo sé recurro a mi dilecta amiga Miss Hortensia Google. Quien, muy gentil, en 0,28 sg. me ofrece 2.160.000 entradas. Elijo al azar, y por curiosidad, ver lo que dice al respecto un artículo en El Heraldo, de Tegucigalpa, y constato que después de 1.030 sesudas palabras (5.967 espacios) viene un aviso avieso y lapidario: «Ver más noticias de Crímenes». Le mando el enlace a Óscar diciéndole que, según ese diario hondureño, el amor platónico es un crimen. A ver si no.

 

Otra muerte: Leopoldo María Panero, uno de los poetas que incluimos en Ein Schiff aus Wasser. Busco en el índice y cuento. Si no ha habido alguno más que muriese sin yo enterarme, de los 42 autores representados en esa antología ya son 19 los que se han mudado al patio de las malvas.

 

Weiß/Colonia, 7.3.

Diny se marcha a pasar el fin de semana con Alex y su familia en Darmstadt. Me quedo en casa trabajando en los archivos y despachando correspondencia virtual (cada día más emails), aunque también voy a Rodenkirchen para fotocopiar documentos y enviárselos a mi asesor fiscal: me llegó la liquidación de Hacienda para el año 2012, y en vez de los 366.17 € que había calculado él que tendría que pagar como finiquito, Hacienda me reclama nada más que 218.18 €. No seré yo, precisamente, quien reclame. Con esos 147.99 € que llegan como llovidos del cielo puedo comprar un buen salmón ahumado, una buena botella de single malt y hasta quizá sobre un resto para macadamias. Danke schön, Finanzamt, danke schön!

 

Weiß/Colonia, 8.3.

Pronóstico del tiempo para el fin de semana: 21°. Y ando desganado, lo único que me llama la atención es la lectura, iniciada ayer por la noche, del libro Por obra del instante, que contiene todas las entrevistas que concedió Juan Ramón Jiménez a lo largo de su vida. Y en esa desgana se inscriben mis pocas ganas de cocinar, así es que consigo convencer a Carlitos para reunirnos en el Nordsee y comer una bullabesa con un pincho de gambas a la plancha. Para Carlitos es una revelación, el centro de la ciudad en sábado a mediodía, hacía décadas que no venía por acá y después de la experiencia de hoy me dice que no piensa volver más. Y la verdad es que no sé de dónde sale tanta gente, todos ellos cargados de paquetes. Y los restaurantes y las terrazas llenos a tope. En los medios y los políticos no hacen sino hablar de la crisis, pero no la veo por ninguna parte. Abriéndonos paso por el vulgo “municipal y espeso” llegamos del Nordsee a la parada del Metro y vamos a Saturn, Carlitos a comprar unos cachivaches electrónicos y yo a ver si ya tienen la sexta temporada de Lewis, que los dioses saben cuándo la darán en la tele y si yo viviré hasta entonces. Aún no la tienen, pero compro Adivina quien viene esta noche, para Diny, y Secretos de un matrimonio, en un DVD inesperadamente barato de una peli de Bergman.

 

Leyendo en el tranvía, de vuelta a casa, encuentro una aguda observación de JRJ en el relato de uno de los dos jóvenes poetas andaluces que fueron a visitarlo a su casa de Moguer, allá por 1911. Les enseña Juan Ramón el patio íntimo de aquella casa y les dice: «Vean, ¡qué celindas, qué madreselvas!  Esa es hierbaluisa. Esto, mejorana. ¡Qué hermosa es nuestra habla –exclamó, luego de subrayar las sílabas ana, luisa, madre–: hasta a las flores les da nombres de mujer!»

 

Quisiera congelar una observación hecha en el Nordsee. Sentada frente a mí, en diagonal, en la fila de mesas paralelas a la nuestra, una joven de unos 25, 26, 27 años, no más, con larga melena negra colgándole a derecha e izquierda desde la raya central hasta más abajo de los hombros, enmarcando un rostro inequívoco de semita (quiero decir árabe), con unos ojos de endrina y unos labios gordezuelos y sensuales. Luce además, desafiantes, dos pechos como dos palomas del Cantar de los Cantares. Pero si me llama tanto la atención es por la estupefaciente asimetría entre su aspecto y su gestualidad facial y manual, típicamente alemanas, mientras platica con quien está comiendo. Es algo así como si la Venus de Botticelli se pusiera a hablar y te dijese con acento reo, porteño: «¿Por qué me mirás tanto las lolas, che? ¡No son de silicona!»

 

***********FIN***********

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