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Mientras tantoEstudiante y puta

Estudiante y puta


 

Suenan Le temps de l’amour y

J’ai jeté mon coeur, de Francoise Hardy

 

 

François Ozon es uno de esos cineastas que dada su hiperactividad  -estrena una película cada año- y su eclecticismo suele, sino sorprendernos, sí llamarnos la atención. Y además en pocas ocasiones nos deja indiferentes o nos decepciona. En sus películas siempre hay algo que pica nuestra curiosidad, que supone un estímulo gratificante para el espectador.  Puede que ello se deba a que en ellas siempre subyacen el misterio, aunque no haya crímenes, y la inquietud, aunque la provoque la incertidumbre de lo cotidiano. En sus películas siempre tenemos la impresión de encontrar a un cineasta inteligente que sabe muy bien lo qué cuenta y cómo lo cuenta. Ello no nos garantiza que podamos encontrarnos frente a una obra maestra porque ni En la casa (Dans la maison, 2012), ni Swimming pool (Idem, 2003) lo son, por citar dos películas notables y con ciertos vínculos que además juegan hábilmente con las expectativas de los espectadores y precisamente hacen del misterio y la ambigüedad su razón de ser. Pero incluso en obras fallidas, tal vez por partir de planteamientos explícitamente más lúdicos y joviales, como Potiche, mujeres al poder (Potiche, 2010), uno no deja de entretenerse.

 

 

Su última película, Joven y bonita (Jeune et jolie, 2013), nos ofrece de nuevo a un Ozon hábil e inteligente como lo demuestra cuando en un momento determinado, justo en el instante en el que el relato da un breve giro al descubrir el resto de personajes a qué se dedica la joven protagonista, aparece la figura de un psicoanalista que pretende encontrar alguna explicación a esa conducta. Ese recurso que en la mayoría de ocasiones hubiese ofrecido una coartada que acabaría definiendo a la misteriosa protagonista y, por tanto la despojaría de su encanto, aquí se introduce como un breve apunte crítico e irónico. El personaje, de forma directa y rotunda, es retratado como un inútil, como una presencia ridícula que recurre a los tópicos que dictaría cualquier manual de psicología para aprendices. La película renuncia a ofrecer una coartada psicológica para que entendamos qué lleva a ejercer la prostitución a una adolescente de diecisiete años, aplicada estudiante, perteneciente a una familia acomodada y en principio bien avenida, aunque su padre biológico no forme parte de su vida, sin aparente conflictos en sus relaciones sociales. Joven y bonita no va a ofrecernos ninguna respuesta a esa pregunta porque Ozon no lo pretende y todo espectador que espere a que se las ofrezcan se equivoca de película, todo aquel que intente encontrarlas ejerciendo también de psicólogo comete un grave erro de enfoque y pierde el tiempo.

 

 

Isabelle, la joven y bonita protagonista, estudia y se prostituye. Nada más. Y Ozon tan solo nos ofrece una ida y venida del colegio a los hoteles y de los hoteles a casa, de clases con profesores que enseñan la poesía de Rimbaud a citas con clientes casados y maduros, de trabajos escolares a encuentros sexuales remunerados. En ese trayecto no aparece ni la más mínima nota de psicologismo por mucho que aparezca un psicólogo, por muchas preguntas que se hagan los padres de Isabelle, cuya presencia fría y distante, siembra todavía más inquietud y misterio, nos transmite un mayor poder de seducción. El espectador es testigo de un proceso que no se impone, a pesar de que el relato lo organice de forma episódica, que se construye sin determinismos que tracen un relato edificante con redención incluida y moraleja en forma de coda.

 

Ozon es un cineasta que de forma sutil, eso sí, siempre ha tenido muy presentes sus referencias en sus películas. De esa manera, no es arbitrario asociar Bajo la arena (Sous le sable, 2000) con el cine de Michelangelo Antonioni, Gotas de agua sobre piedras calientes Gouttes d’eau sur pierres brûlantes, 2000) con Rainer Werner Fassbinder, en este caso porque partía de una obra teatral del propio cineasta alemán. Y en el caso de Joven y bonita el referente es Robert Bresson, contrariamente a los continuos vínculos que han pretendido buscar con Luis Buñuel y concretamente con Bella de día (Belle de jour, 1967), sobre todo por esa narración concisa y elíptica que parece elaborar una película vacía que se sustenta sobre la presencia de su protagonista y su cotidiana doble vida. Ni rastro de elementos oníricos, por supuesto, y ni siquiera de pulsiones eróticas reprimidas, de conflictos morales. Joven y bonita es una película fascinante que no nos ofrece ninguna posibilidad y a la vez nos las ofrece todas.

 

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