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Mientras tantoDe mi Diario: Semana 13 / 2014

De mi Diario: Semana 13 / 2014


 

Weiß/Colonia, 23.3.

2:15 am : Vuelvo a ver, con muy pocos días de diferencia, Le nom des gens: esta peli puede llegar a crear adicción, como el Single Malt y el jamón de Jabugo, dos drogas a cuál más sutiles.

 

Documental sobre la única superviviente de las siete maravillas del mundo antiguo: la pirámide de Cheops. Confieso que nunca he sido proclive a la admiración de tales monumentos creados por los hombres, siempre me han resultado sospechosos. La sola vista de semejante adefesio como la tal pirámide ya me produce alergia. Y la visión de Macchu Pichu (y aún más teniendo como telón de fondo los versos vomitivos de Neruda) me provoca náuseas. Descuento todo lo que puede argüirse positivamente en orden al resultado final acerca de la sapiencia matemática, arquitectónica y astronómica de quienes planificaron y edificaron semejantes monstruosidades, y me pregunto: Y si los nazis, en vez de dedicarse a gasear judíos en Auschwitz, ¿los hubiesen puesto a trabajar en la construcción de la pirámide de Adolf?  Ay, que se dejen de joder con las monumentales maravillas de la Antigüedad, que se pongan de una putísima vez a pensar en los crímenes a la humanidad que las hicieron posibles. Un rastro de sangre que llega hasta el Valle de los Caídos (¡mierda, me contagió la mayusculitis!), en la sierra del Guadarrama.

 

Weiß/Colonia, 24.3.

La verdad es que puedo estar bien orgulloso sabiendo quienes me leen. Ahora recibo un email de Joserre, que ha visto en mi diario lo que le platiqué a Arcángeles de las dos razones por las que alguna vez hubiese ido a Nueva York. Y Joserre me dice: «Si te hubiese leído hace dos días habría dejado la rosa en tu nombre. En cuanto a lo de alojarme en el Algonquin por ti, me temo que no lo habría hecho: primero porque es algo que tiene menos sentido hacer de forma vicaria, y segundo porque cuesta cuatrocientos dólares la noche, y no hay que exagerar con los gestos románticos». Y le contesto: «Pues como volverás a Nueva York, esa tarea te encargo, dejar una rosa en el cementerio del Bronx, sobre la tumba de Miss Gertrude. Y gracias por leerme».

 

Weiß/Colonia, 25.3.

1:00 am : Stille Nacht [Noche silente], la peli neerlandesa con título alemán, referente irónico al de la popular canción navideña “Noche de paz”, es un estudio serio y convincente de un asunto más bien vidrioso: cómo defenderse de un violador serial frente al que la policía ha fracasado siempre. Son cinco estudiantes, todas mujeres, que deciden investigar por su cuenta y, si fuere necesario, tomarse la justicia por su mano. Una peli que vale la pena ver, y rever. No me explico por qué no ha llegado al mercado español ni al hispanoamericano (sí, en cambio, al brasileño).

 

Mañana y pasado de nuevo huelga de la mayoría de los servicios públicos en esta zona de Renania/Westfalia. Con una excepción: en Colonia, los tranvías y autobuses dejarán de circular desde las 3 am hasta las 9:00 am, pero lo seguirán haciendo a partir de esa hora. Hay una razón poderosa: el partido de fútbol del 1. FC Colonia a las 4:30 pm. Me cago en la recontrarremilputa que los remilparió, si esta mierda no es populismo que venga Dios y lo vea. Hace un par de días escribí aquí que el Verdi [abreviatura de Vereinte Dienstleistungsgewerkschaft, o sea, sindicato unido del sector terciario] haría mejor en llamarse Mahler [=el que machaca]. Ahora pienso que sería mejor llamarlo Hugo Chávez. Aunque HC se limpiaba el culo con los sindicatos, dentro de la más ortodoxa tradición castrista. Pero populista sí que lo era. Más aún: populach[er]o. Puah.

 

En La Modicana, Carlitos me habla de una foto satelital de las Canarias, donde se las ve como desmelenadas por el viento. Al llegar a casa tengo un email de Israel, otro canario, quien me la envía como propina a una información técnica que le pedí.

 

Llegó Diny de lo de Chico, como todos los martes, pero esta vez inmediatamente llamó un taxi y se hizo llevar a la clínica Sankt Antonius, la más cercana. Ayer, al volver de lo de Montse, me contó que estuvo ayudando a Oskar a bajar no recuerdo bien qué artefacto, de encima de un armario, y de repente se soltó parte del mismo, una parte bien pesada, y le cayó con todo en el pie derecho. Temía que se le hinchara. Pero esta mañana pudo acudir a sus tareas de los martes, con Vincent, sólo que a lo largo del día el pie se fue poniendo negro e hinchado. Quiso volver acá y tenderse a descansar, pero ya en el camino de la parada del bus a casa se dio cuenta de que urgía una ayuda médica. Apenas se fue el taxi llamé a Montse para que supiera, y Montse dispuso que Frank y Oskar se vayan inmediatamente a la clínica para traer a Diny de regreso cuando la curen. Acaba de llegar hace unos minutos y el alivio es grande, no hay fractura de hueso ni hubo necesidad de enyesar. Y se siente mucho mejor. Ufffffffff

 

Weiß/Colonia, 26.3.

Me escribe Violeta Rojo desde Caracas y me envía el enlace con un cartel anunciando un concierto de música hip hop antifascista y en el que destaca poderosamente la figura de Stalin, con un gesto exultante, oficiando de DJ ante una consola de sonido: «No puedo confirmar la veracidad de esto. Lo publicaron los oficialistas en un grupo de facebook llamado Ruta nocturna de los museos. Parece una broma, pero aparentemente es verdad, aunque no encontré más referencias a esto en la red. Si es verdad, ¿no te parece una delicia? Ellos nunca llegaron a 1956, no saben de Nikita Kruschev, no saben del discurso contra el culto a la personalidad. Les debe parecer que las purgas y las hambrunas eran chévere». Le contesto: «Los españoles nacidos después de la muerte de Franco ya te imaginarás (o más bien sabrás) cuán poca idea tienen de lo que fue la represión de la posguerra ni lo que fueron los subsiguientes años del hambre. Por eso, entre otras razones, amo Alemania. Acá no pasa una semana sin que uno u otro canal de la tele presente documentales con testimonios fehacientes de lo que fue el nazismo. Alemania es, además, el único país que ha pedido perdón públicamente por sus crímenes».

 

Ayer terminé de leer tres libros que venía leyendo/releyendo a la par. El primero Relatos, donde Julio Cortázar reordenó en Juegos, Ritos y Pasajes sus primeros cinco libros de cuentos y un par de relatos dispersos en sus dos de misceláneas. El segundo, La nostalgia no es más lo que era, las memorias de Simone Signoret, que me parece que son –de lejos– las mejores que haya escrito un actor. Las únicas que se le acercan en calidad son las de Harpo Marx. Y en estas de Signoret, ya casi al final, encuentro un pasaje donde narra que nunca estuvieron (ni ella ni Yves Montand) en el Palacio del Elíseo, a pesar de haber sido invitados por De Gaulle, Pompidou, Mitterrand…: «No significa una actitud agresiva, sólo significa una cierta distancia respecto de aquellos que se encuentran en el poder». Y añade que si alguno de ellos los hubiesen visitado durante un rodaje, por ejemplo, lo habrían atendido con mucho gusto, e incluso invitado a tomar un piscolabis en la cantina de los estudios, aunque, eso sí, pagándolo del propio bolsillo. Eso me recuerda un día en Belarmino, en la calle Castelló de Madrid, uno de aquellos almuerzos de los viernes que presidía Rafael Conte, y aquella vez estábamos él, Carmen y Álvaro Mutis, Diny y yo, Conchita y Chus Visor, Fernando Carvallo, y Carmen González, entonces esposa de Felipe González, y una gran admiradora de la obra de Mutis. Y ahí fue donde se conocieron personalmente. Al principio, Álvaro pensaba recalcitrante que era una broma nuestra, que aquella no podía ser “la  Carmen de Felipe”, hasta que al final reventó y soltó en voz (más) alta, para que lo oyese Carmen al otro extremo de la mesa: «Pues a mí me ha dicho Gabo que si quiero probar las mejores lentejas que se guisan en Madrid tengo que ir a La Moncloa». «Bueno –le replicó Carmen desde su puesto–, pues estáis invitados, todos, este fin de semana». Recién entonces se lo creyó Álvaro y sé que fue una sorpresa maravillosa para él. Con lo que no contaba es con que a La Moncloa sólo iban a ir él y “su” Carmen, porque Diny y yo alegamos tener un compromiso para ese mismo fin de semana, y Fernando estaba regresando a París, aunque se habría quedado un día más para acudir a La Moncloa si nosotros hubiésemos ido, eso también lo sé. Álvaro no entendía que dejásemos pasar tal ocasión única de estar en el centro del poder. «Yo, del poder, Álvaro, lo más lejos que se pueda», le dije, respaldado por Diny. Y me alegra saber que Signoret y Montand son (eran) dos personas con quienes compartimos la misma manera de pensar. Allí, en Belarmino, aquel día, estábamos almorzando con Carmen González, como tantas otras veces lo hicimos, y al final, siempre, llegaba la factura y la pagábamos a escote, todos los presentes. Como está mandao.

 

El tercer libro que terminé ayer fue el de las entrevistas completas de Juan Ramón Jiménez. Qué lupa de tan gran aumento, qué grande se vuelve Juan Ramón cuanto más se va sabiendo de él, qué pigmeos morales y éticos se vuelven quienes lo denigraron en vida. Y lo que más me gusta es cuando en lo descrito aparecen niños. Parece que Juan Ramón los adoraba. Con Zenobia, en los primeros meses de la guerra civil, antes de abandonar Madrid, hasta llegaron a organizar una guardería, financiándola ellos, para los chicos huérfanos a causa del conflicto. He retenido dos anécdotas que cuenta Zenobia, datadas durante su triunfal viaje del invierno austral del 48 al Río de la Plata. Esta es la primera: «Días pasados en el Uruguay un pequeño alumno de la Escuela Cervantes nos conmovió hasta las lágrimas durante un acto escolar. Se situó quietecito al lado de mi marido, y luego, tomándolo de la mano, le dijo: “Señor, cuando yo me muera, quiero ir con usted”». Y esta es la segunda: «Recuerdo que cuando estuvimos en Buenos Aires –donde el Platero es obligada lectura escolar– nos ocurrió una anécdota muy bonita. Dieron a Juan Ramón un homenaje en un colegio. Al final, cuando ya nos íbamos a ir, un chiquitín gritó “¡Yo quiero recitar ‘La púa’!” “La púa” –quizás usted lo recuerde– es un capítulo del libro. Era ya tarde y el director del colegio, cariñosamente, quiso oponerse: aquello estaba ya fuera del pequeño acto Pero el chiquillo seguía insistiendo. “¡Bueno, que diga ‘La púa’!”, concedió Juan Ramón. Y el chiquitín empezó Empezó y, de pronto, a las pocas frases, se quedó azorado; de momento no se acordaba de seguir Entonces, uno de sus compañeros le ayudó, y después otro, y otro; y así, entre varios chicos, recitaron el capítulo entero Juan Ramón decía que es el homenaje más bello que había recibido en su vida». Y tanto.

 

A la hora de la siesta pasan Finding Neverland. Renuncio a la siesta. Bien hecho, porque no la conocía y me ha conmovido fuertemente, aún a sabiendas de que es una peli casi pura fantasía, que poco tiene que ver con el James M. Barrie de la realidad. Ah, esa Kate Winslet es otra cosa, como bien diría Rolando. Por cierto que hace un par de días me explicó: «Eso de “Es otra cosa” es lo que dicen los bolillos: “He is something else”. Ya que la bolillada usa (y machaca) dichos en español, nosotros hacemos lo mismo». Me encanta que los tex–mex llamen “bolillos” a los gringos blanquitos como los panecillos, a los que también llaman “bolillos”, y de ahí el símil. Pero la guinda en lo más alto del pastel es eso de “la bolillada”.  

 

Weiß/Colonia, 27.3.

Hay gestos y acciones que nos acompañan desde la infancia, sin que nos demos cuenta, sin que lo percibamos conscientemente. Hoy lo percibí de manera consciente cuando estaba almorzando una fabada de las que compro en la tienda del importador español y que me devuelven mucho de la infancia. Hoy, por ej., un gesto. Y eso a pesar de que en casa no se comía fabada, que es cosa de las Asturias, pero sí potaje de judías blancas con chorizo. La fabada tiene además tocino y morcilla, y yo los desecho de las que compro en lo del español (el tocino siempre, la morcilla a veces), me quedo sólo con las judías y el chorizo, que riego con un chorrito del mejor vinagre a la mano. Y me lo como todo golosamente, saboreando cucharada a cucharada, pero la última es siempre la mejor, la última es como en casa, en Huelva, en el 21 de la calle Alonso Sánchez, con mamá, las dos abuelas, la tía Joaquina, la Nena y Antonio; la última es una que sólo contiene el trozo de chorizo, deshaciéndose engolosinadamente entre la lengua y el paladar, con su sabor a Fregenal y a matanza de San Martín. 60, 65, 70 años desde entonces, y el mismo gesto.

 

Weiß/Colonia, 28.3.

Tuve que ir al centro para comprar el regalo de cumpleaños de Frank, y aproveché para citarme con Carlitos a la 1:15 pm en el Nordsee, comer una bullabesa y de allí marchar a Saturn, donde yo sabía que él también tenía algo que mercar, uno de esos chismes que sirven para copiar de un soporte a otro, de casete a CD, por ejemplo. Llegué bajo un sol bastante presente y con vocación de futuro, me senté en una silla de la terraza a esperar a Carlitos, y de repente sentí que alguien me miraba, miré, y era Cecilia. ¡Cecilia, meu Deus, como dos años de no vernos! Y estaba en la terraza, justamente comiendo una bullabesa y en compañía de su hermana, Gabriela, que estudia en La Plata y anda de vacaciones en estos pagos. Gran alegría por este reencuentro inesperado, y al poco llega Carlitos, y ellas terminan su almuerzo, y como Carlitos es alérgico a comer en un lugar al aire libre, nos acompañan adentro a seguir platicando mientras nos mandamos a bodega nuestras bullabesas respectivas, Carlitos con cerveza, yo con vino blanco (y bueno, la cultura es algo que o se tiene o no se tiene), y le recomiendo a Gabriela que no deje de leer La aventura de un fotógrafo en La Plata, que es –para mí– la mejor novela de Bioy Casares, en fin, un regalo del cielo este viaje al centro en un viernes que no prometía nada. Luego, en Saturn, y sin la más puta idea de cuántas ni cuáles son las series policiales de TV que ya tiene Frank, le compro la 2ª  temporada (no tenían la 1ª) de Montalbano, dizque novedad absoluta en alemán. Veremos, dijo el ciego, porque Frank y Montse sí ven TV comercial (aunque sólo sean las series, sobre todo las gringas), cosa que nosotros no hacemos ni que nos lo mande el médico. A lo mejor resulta que Frank ya conoce a Montalbano, y no sólo en soporte papel. Aunque eso sería ideaaaaal, pienso, porque así me puede devolver mi regalo el 10 de junio, para mi cumpleaños, y todos contentos, ya que en los DVD no hay publicidad. Una vez más: ¡Mecáchis, qué hijueputa soy!

 

Weiß/Colonia, 29.3.

Hoy, en el diario, rellenaron un hueco entre las esquelas con una cita de Jean Paul (no Sartre, sino el bueno, el alemán): «El recuerdo es el único Paraíso del que no podemos ser expulsados»

 

Diny ha salido de compras al centro e inesperadamente se presenta en casa Paul. Nos viene a mostrar sus notas del último examen oral de español, un 2, la segunda mejor posible, así es que aprovecho para conversar largo y tendido con él. Se interesa bastante por lo que estoy haciendo ahora y sentados a la mesa del comedor le hablo de la prospección que estoy llevando a cabo en torno a los nombres populares del clítoris en castellano, y al rato, ya delante de la pantalla, le muestro mi trabajo en Nexos, sobre Christian Morgenstern, al que no conocía y que le divierte muchísimo. Pasamos hora y ½ de charla, y me hace un bien inmenso constatar la atención que le presta a mis cosas y el afecto filial de este muchacho al que ya tengo que mirar alzando la cabeza, en ángulo casi recto con el cogote. Es el mayor regalo que me ha hecho la vida, estos cuatro nietos cada uno amoroso a su manera. Y mañana, además, veré a Henri, yupiiiiiiiiiiiiiii

 

***********FIN***********

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