Querida mía:
Cuando termine de escribir me frotaré las legañas aunque ya me haya duchado y estaré listo para que me acunes. Otra vez, casi no me ha dado tiempo a preparar tu venida. Te he esperado a sorbitos. Como el del sábado pasado en Compostela al escuchar esas cornetas que olían a niñez con regusto hogareño. Noté que me garabateaba dentro todo eso que se garabatea cuando está a punto de regresar uno de esos amigos a los que llevas casi un año sin ver. Las tripas sin bordados que se encogen en la madera, las lágrimas como hisopos que se alargan por los carrillos, la fe dubitativa que apocopa bajo el capirote, las ausencias presentes que desangran la memoria. Volveré a bajarme el capirote. La vida por unas horas a través de dos pequeños orificios y el vértigo de los siglos en los párpados. El minutero en el desgarro del jueves; los segundos a tu vera en el vaivén de una soga dorada el viernes. Un cruce de miradas y los días mecido. Que me das la vida, Semana Santa. Bienvenida.