Artículo escrito por Rocío González Rey.
Se cumplen 20 años del genocidio ruandés, el más brutal genocidio de la historia moderna africana. Se trata de asesinatos a machetazos de alrededor de 800.000 personas, en su gran mayoría tutsis asesinados por hutus. Pero, ¿qué desencadenó el descarnado acontecimiento de 100 días? ¿Cómo se desarrolló? ¿Qué hizo la comunidad internacional?
¿Cómo estalló el conflicto?
El 6 de abril de 1994 el avión en el que viajaba quien era presidente de Ruanda, Juvenal Habyarimana, fue derribado por un misil. Francia acusó del ataque al que actualmente es presidente, Paul Kagame, quien por aquel entonces estaba al mando del Frente Patriótico Ruandés.
Kagame lo desmintió y acusó del atentado a los extremistas hutus. A día de hoy, 20 años después, todavía no se sabe quién cometió el ataque.
La violencia estalló en la capital, Kigali, el mismo día del asesinato del presidente, extendiéndose por todo el país durante 100 días, convirtiéndose en una matanza monumental. En suma, más de 800.000 personas entre mujeres, niños y hombres tutsis y hutus que no apoyaron la masacre.
Pero, ¿qué otras consecuencias llevaron a la masacre?
Las rivalidades entre la mayoría hutu y la minoría tutsi siempre habían existido, sobre todo cuando el país colonizador, Bélgica, diferenció drásticamente entre hutus y tutsis, otorgando a estos últimos mejores trabajos y educación.
La violencia entre ambas etnias era constante, la revuelta de 1959 dejó sin vida a unos 20.000 tutsis. Tras la independencia de Ruanda en 1962, los hutus intentaron recuperar el poder que habían perdido.
Mientras la situación económica empeoraba, los tutsis refugiados en Uganda comenzaron a formar el Frente Patriótico Ruandés (FPR) con el objetivo de volver a su país de origen y derrocar al entonces presidente Habyarimana.
Tras meses de violentos ataques e intentos de negociación, el presidente Habyarimana y el FPR firmaron un acuerdo de paz que duró hasta que el avión del presidente fue abatido.
¿Cuál fue el papel de la Radio Mil Colinas?
Las antenas radiofónicas de la emisora Mil Colinas propulsaron la aversión por todo el territorio ruandés. Valérie Bemeriki fue la locutora encargada de difundir mensajes cargados de odio en los que decía dónde se encontraban los tutsis, refiriéndose a ellos como “cucarachas”. Algunos eclesiásticos también ayudaron a localizar a los tutsis.
“Vosotros, cucarachas, no sois ruandeses”, “alegrémonos, las cucarachas han sido exterminadas, no tendrán futuro” fueron mensajes que instigaron a militares y a población civil a matar a machetazos a sus vecinos.
Bemeriki está condenada a cadena perpetua por los mensajes de repugnancia que lanzó.
¿Cuál fue el papel de la población civil?
Hombres, mujeres y niños se vieron inmersos en la masacre. Los civiles eran recompensados con dinero y comida, y a algunos incluso les decían que podrían apropiarse de las tierras de los tutsis que mataran.
El periodista Javier Espinosa afirma que “las bandas de hutus obligaban a los niños a elegir a las víctimas (…) señalando como tutsis a los más altos”. Espinosa recuerda “a un niño que con una mano te pedía algo, y en la otra tenía una granada, mientras que los Interhamwe (“los que matan juntos”) seguían masacrando gente a machetazos”.
¿Qué ocurrió tras la masacre?
Los crímenes cesaron en julio de 1994 cuando el Frente Patriótico Ruandés tomó el control de Kigali, la capital, declarando el alto el fuego. Alrededor de dos millones de hutus huyeron a Zaire (actualmente República Democrática del Congo). Kagame se proclamó presidente de Ruanda.
¿Cómo intentan reconciliar al país?
Se llevan a cabo los denominados juicios «Gacaca», juicios populares donde los vecinos deben decidir quién mató, violó o saqueó durante el genocidio. En el “Gacaca” se busca el reconocimiento de los delitos por parte de los responsables y la petición de perdón a la comunidad ruandesa.
Muchos de los que intervinieron en las matanzas cumplen condena en las distintas cárceles; otros huyeron en el momento que el FPR llegó a Kigali; otros todavía no han sido juzgados y algunos han sido liberados.
Algunas iglesias donde los tutsis se refugiaron son a día de hoy centros que persiguen preservar la memoria, lugares donde se amontonan montones de huesos y cráneos de quienes fueron asesinados.
¿Cómo reaccionó la comunidad internacional?
Son abundantes las críticas sobre la actuación en Ruanda, coincidiendo en que la comunidad internacional dejó de lado al país.
Incluso Ban Ki-moon reconoció que el genocidio es “una vergüenza” para la ONU, añadiendo: “debimos hacer más, los cascos azules fueron retirados de Ruanda en el momento en que más se les necesitaba”.
Al mismo tiempo, el actual presidente ruandés Kagame se ha pronunciado en varias ocasiones sobre “el papel directo de Bélgica y Francia en la preparación política del genocidio, y la participación de esta última en su ejecución”.
Estados Unidos defendió la retirada de las fuerzas de UNAMIR (misión de la ONU para Ruanda) en cuanto comenzaron las masacres y murieron 10 de sus soldados. Francia, uno de los principales proveedores de armamento al régimen de Habyarimana y encargado de entrenar a los efectivos de las Fuerzas Armadas Ruandesas (FAR), también se opuso al fortalecimiento de UNAMIR.
No estaban dispuestos a seguir financiando la intervención ni a perder vidas de los cascos azules.
La crítica más fuerte contra Naciones Unidas radica en que “las fuerzas de la ONU ya estaban presentes en Ruanda, y pudiendo haberse valido del Derecho de Intervención Humanitario a fin de proteger los derechos humanos básicos que estaban siendo violados cruelmente frente a sus propios ojos, pero no lo hicieron”.
¿Qué lecciones deja Ruanda?
Un genocidio en el que hay todavía muchas incógnitas por desvelar. Como afirma José Antonio Guardiola, Ruanda es “un país gobernado por unos vencedores que han impuesto su relato oficial”.
Por su parte, Ramón Lobo asegura que “apenas hemos aprendido nada”, que “nadie es capaz de modificar las causas del odio, construir la verdadera paz”. Sin embargo, Lobo afirma que Ruanda sí ha dejado varias lecciones: que es esencial acabar con la impunidad, (…) que cada crimen reciba su castigo y que los líderes sean capturados y exhibidos.
Lobo sostiene una reflexión final clara: “no importa el poder que se amase, siempre hay persecución, juicio y condena”.
@rociogonzalez90