Me han regalado un hibou, que para entendernos es un búho, pero dicho en francés.
Es pequeño, plumado y suave, aunque no gusta de caricias, que tiene un pico muy agresivo, más que el de mi mujer, si ello es posible.
Es un polluelo.
Es pequeñito, espero que le dejen crecer
Pero es bonito y tiene esa mirada de asombro que comparte con la mayoría de los niños con los que me encuentro en las aldeas y para los que soy, en la mayoría de los casos, el primer blanco que ven en su vida.
Es arrogante, orgulloso, me resulta difícil sostenerle la mirada.
De hito en hito te observa con tal atención que parece que te desnudara el alma y te desarma y te reprochara todos los crímenes de la Humanidad, como si yo fuera su representante y responsable en la Tierra.
Lo más parecido a encontrarte el Día del Juicio mirando a Dios a los ojos, bueno al Ojo que siempre lo pintan con un solo ojo metido dentro de un triángulo, ¿o será sólo maquillaje?
El caso es que no acaban de regalármelo y me dicen que es un pájaro de mal agüero, que tengo que deshacerme de él.
¡Vaya por Dios, para algo que me regalan! (¿o será por eso?)
Anoche se me presentan en la cena la comisión de las tres señoras de la casa a darme el cante de que hay que deshacerse del hibou.
Que anuncia la muerte y toda clase de desgracias.
Y yo les digo, ¿pero las anuncia o las trae?
Me responden que es lo mismo y yo les aclaro que no, que una cosa es hacer una guerra y otra ser corresponsal.
Que si fuera como dicen habría que cerrar todos los medios de comunicación…, y me quedo pensando que lo mismo tampoco estaría mal, que hay demasiados medios y propagandistas que más que anunciar desastres intentan provocarlos.
Pero deseché la idea de darle matarile, ¡pobre hibou, él es inocente!
Así que después de rechazar la propuesta de mis mujeres, devotas fervientes cristianas protestantes, pero más devotas aún de la magia y el oscurantismo, me fui a hablar con el viejo Lassané, el guardia de noche, para prevenirle de que dejara de hacer comentarios y meterles miedo a las mujeres.
Os omito la introducción de la charla (aquí llevan mucho tiempo los preámbulos) y os pego la traducción de la misma:
—¿Lassané?
—Sí, patrón (ya he dejado por imposible que me llamen Félix).
—¿Les has dicho a Mme y las niñas que el hibou anuncia desgracias?
—Sí.
—¿Por qué?
—Porque es así, todo el mundo lo sabe.
—Pues yo no lo sé, ni quiero saberlo. El hibou se quedará con nosotros mientras yo esté aquí…
Me miró fijamente, como un mochuelo, echándome un cálculo de mi esperanza de vida, frunció los labios, cambiando de un lado a otro el palillo, arqueó una ceja y respondió:
—Como desee, patrón.
No sé qué pasara porque por más que les he advertido mucho me temo que Ojitos (ya sé que he tenido días más ingeniosos bautizando) acabará muerto, envenenado lo más posible. Ya lo han comentado y les he advertido de que ni se les ocurra, pero me temo que se les va a ocurrir.
Porque esto de la ‘cultura’ de los africanos sigue pasando, ¿hasta cuándo?, por la magia, la brujería, sacrificios y sortilegios.
Y matanzas tribales como la que ahora se cumplen, ¿se celebran?, 20 años en Rwanda.
Alrededor de 1.000.000 de personas asesinadas en poco más de 3 meses.
Casi 10.000 diarias.
Mi amigo Alfonso Armada estuvo ahí.
Cuando lo pienso no puedo imaginar cómo se puede seguir viviendo con ese horror clavado en la memoria.
Por la memoria de todos ellos, seres humanos asesinados por seres inhumanos, bestias salvajes que, por supuesto, son los animales más peligrosos de África y de toda la Tierra.
Luchemos porque no vuelva a repetirse.
Al menos que no se vuelva una costumbre. Que la tierra les sea ligera.
Ya os pondré fotos de Ojitos si fallece en extrañas circunstancias, que lo mismo hay gente tan amante de los animales que les conmueve más que las imágenes terribles del genocidio.
O la mía, si como me vaticinan los malos augurios, voy a palmar.
Yo sé que tengo que morir, como todos.
Pero sin prisas, por favor. No empujen.
En África todo se acaba justificando con los dioses y la magia.
En la época de la revolución de Sankara, éste vino a visitar mi ciudad, Ouahigouya, y existe aquí una plaza, la Plaza del Nabaa Kango, donde está su tumba, que ningún notable, rey o político, debe atravesar, so pena de muerte mortal.
La plaza se reformó hace pocos años y la tumba del rey está debajo de ese monumento. Yo he pasado varias veces por ella sin daños aparentes, O son cosas de la ignorancia, la maldición, o es que soy un mindundi, o las dos…
Y Sankara, que quería sacar a su pueblo del oscurantismo, atravesó la plaza para desafiar y denunciar las creencias absurdas.
Al cabo de 2 años le asesinaron en un golpe de Estado, dirigido por el actual presidente.
La gente dijo:
—¿Lo ves? Estaba escrito.
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