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Mientras tantoDe Mário Coluna, el primer astro africano del Benfica

De Mário Coluna, el primer astro africano del Benfica


 

Antes de que el mundo se fragmentara, en una época de ambiciones imperiales y colonias inabarcables, el fútbol, invento mágico e igualitario, fue un vehículo que sirvió para canalizar alegrías, ilusiones y en ciertos casos inclusive nacionalismos solapados bajo la excusa de un juego. Así lo fue para muchos chicos en Argelia, en Angola y también en Mozambique, donde a principio de los años 50 brilló Mário Coluna, uno de los primeros productos de exportación de la colonia y el más importante jugador de su generación, que habría de convertirse en el ancla de la mejor selección portuguesa de todos los tiempos.

 

El predecesor de Eusebio, Coluna llegó a Portugal en 1954, tras fichar a los 19 años por el Benfica desde su filial, el Deportivo Lourenço Marques de Mozambique, donde se desempeñaba como atacante. En su primera temporada en el Benfica, Coluna marcó 14 goles en 26 encuentros, seis goles menos que el titular en su posición, el angoleño José Águas, todo un prodigio que desde su llegada al club en 1950 siempre había marcado al menos 25 goles por temporada. Pero el entrenador del Benfica, Otto Glória, un brasilero recién llegado, al igual que Coluna, en 1954, quien hizo un esfuerzo concertado por modernizar al club e incorporar talentos de las colonias y los suburbios lisboetas, lo convirtió en medio centro, aprovechando al máximo la habilidad para leer el juego y la proeza física de Coluna, un chico espigado, que aparentaba más que el metro 72 que marcaba en su ficha y que en su Mozambique natal había sobresalido en varias disciplinas de atletismo. Así nacía la leyenda del “Monstruo Sagrado”, el Didí portugués, un jugador que acaso creó el molde del que se tallarían algunas de las joyas más espectaculares del fútbol, no solo de aquella época sino también de la actual, pues Yaya Touré no es otra cosa que un Mário Coluna moderno.

 

Aquella temporada 1954-55 habría de ser fundamental para el futuro del Benfica, no solo por la llegada de Glória, quien reclutó a Coluna y al se convertiría en el portero titular por los próximos 15 años, Alberto da Costa Pereira, otro chico de Mozambique, aunque esta vez de padres colonos en el puerto de Nacala, sino también porque el club inauguraría el nuevo Estadio da Luz, con una capacidad de 120.000 personas y un ambiente que lo llevó a ser conocido como el “Infierno da Luz”. En aquella primera temporada en el Benfica, Coluna consiguió el doblete de Copa de Portugal y liga, la primera que el Benfica conseguía en cinco años. La hazaña se repetiría dos años más tarde, ya con la columna vertebral de aquel Benfica plenamente establecida, con Costa Pereira entre los palos, Coluna controlando el juego desde el medio centro, y Águas marcando los goles.

 

Durante 16 temporadas militó Coluna en las filas del Benfica. Sobrevivió la partida de Glória en 1959, y también la llegada de Béla Guttmann, su sustituto, venido del Porto. Con Guttmann el Benfica transformó su éxito doméstico en conquistas europeas, de manera que Coluna se alzó también con la Copa de Europa al final de 1961, tras vencer en lo que se conocería como “la final de los palos cuadrados” al Barcelona de Czibor, de Kubala, de Kocsis y Ramallets.

 

Ya para entonces había llegado de Mozambique, con toda una comparsa de intrigas, despistes y noticias engañosas, una nueva joya, un adolescente que se hacía llamar Eusebio, así no más, hijo de unos conocidos—ni siquiera amigos—de la familia de Coluna en Lourenço Marques. En una carta, la madre de Eusebio le pedía al señor Coluna que por favor cuidara de su hijo, pues no conocían a nadie en Portugal. Mário Coluna se lo tomó a pecho, se convirtió en el padrino de facto de Eusebio, y también años más tarde, en el padrino oficial de alguno de sus hijos. Eusebio no fue presentado hasta bien entrada la temporada de 1960-61, y apenas llegó a jugar en un encuentro aquel año. Pero en la temporada siguiente fue convirtiéndose en una figura clave para el club a medida que se fue adaptando a su nuevo hogar. Llegada la final de la Copa de Europa de 1961-62, ante el Madrid de DiStéfano, Puskas, Gento y Santamaría, Eusebio ya se había establecido como titular. Es famosa la anécdota del penalti, bien entrada ya la segunda parte y con el partido 3-3, que Coluna iba a lanzar cuando Eusebio le preguntó, “señor Coluna, ¿me permite lanzarlo?”.

 

El señor Coluna lo dejó. Eusebio no lo defraudó. Juntos ganaron esa final, la última competición europea que el Benfica ha ganado hasta hoy. Juntos también perdieron tres finales más, y la semifinal del Mundial de Inglaterra de 1966, representando a Portugal porque Mozambique aún no se había ganado el derecho de ser nación, en un torneo que a día de hoy se recuerda más por los derrotados que por los vencedores. Inclusive tras la partida, conflictiva y controversial, de Béla Guttmann en 1962, Coluna y Eusebio siguieron en el Benfica, en parte porque el gobierno portugués declaró a la “pantera negra” tesoro del estado y no le permitió jugar fuera del país.

 

Coluna ante el Ajax, 1965Coluna se convirtió en el capitán del Benfica tras el retiro de Águas en 1963. Junto a Simões, Augusto y el altísimo Torres conseguiría seis ligas (1963-65 y 1967-69) y tres copas (’64, ’69 y ’70) más, llevando su total a diez ligas y siete copas en 16 temporadas. Pero más allá de los títulos conseguidos y las oportunidades desaprovechadas, lo más destacado, lo más singular que Mário Coluna dejó en su carrera como futbolista fue su relación con uno de los más grandes goleadores de todos los tiempos. Coluna y Eusebio se entendían casi telepáticamente y jugaban un fútbol veloz, trepidante, que daba gusto y que además delataba el aprecio y el respeto que sentían el uno por el otro, dentro y fuera del terreno de juego. La muerte de Eusebio en enero de 2014 ha opacado la desaparición, poco más que un mes después, de su gran mentor, compañero, amigo. Mário Coluna murió en un hospital de su Maputo natal a los 78 años de una complicación pulmonar. A diferencia de Eusebio, no fue velado por el mundo entero—tampoco importa demasiado. Eso, lo importante, ya el fútbol se lo había dado.

 

 

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