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Mientras tantoHeridas sin curar

Heridas sin curar


Suena Can our love…,

de Tindersticks

 

 

A los miembros de la familia Makhmalbaf –el padre, Mohsen, y las hijas, Samira y Hana-, al condenado y recluido Jafar Panahi y al maestro Abbas Kiarostami, occidente añadió el nombre de Asghar Farhadi cuando en 2009 se presentó A propósito de Elly (Darbareye Elly, 2009) en el Festival de Berlín y al cineasta iraní se le concedió el Premio al Mejor Director. Dejando al margen a Kiarostami, con su personal y zigzagueante trayectoria que va de los terrenos de la abstracción al documental siempre cuestionándose los límites de la representación cinematográfica, Farhadi contrariamente a sus compatriotas puso de manifiesto, invocando el espíritu de Antonioni, y concretamente el de su obra maestra La Aventura (L’avventura, 1960), que su cine establecía vínculos directos con la tradición europea. Su película, obviamente no causó el seísmo que su referente sí, sino que, todo lo contrario, mereció un unánime reconocimiento que posteriormente se vería confirmado cuando con su siguiente película, Nader y Simin, una separación (Jodaeiye Nader az Simin, 2011) no solo se le concedería el máximo reconocimiento en la Berlinale sino que además recibiría el Oscar a Mejor Película de Habla no Inglesa.

 

Después del éxito, se produjo el aterrizaje en una Francia siempre dispuesta a adoptar a los nombres destacados o prometedores de las cinematografías orientales, ya sea el filipino Brillante Mendoza, el japonés Nobuhiro Suwa o el maestro taiwanés Hou Hsiao-Hsien. Un factor este que parece no haberle afectado a la vista de su última película, El pasado (Le passé, 2013). Farhadi ya nos había dejado claro que sus películas se sustentan bajo una férrea estructura dramática que parece ser el resultado de una compleja ecuación matemática que a medida que se va resolviendo va generando nuevas incógnitas sin que por ello se resienta su andamiaje narrativo. En A propósito de Elly la desaparición del personaje que da título al film desencadenaba un relato a partir del cual se iban revelando secretos que afectaban al resto de personajes; en Nader y Simin, una separación a partir de un incidente, aparentemente involuntario se creaba una especie de efecto de bola de nieve que acababa por llevarse por delante a todos los implicados e, incluso, a los espectadores. El pasado parte del mismo concepto al tratar una historia triangular entre una mujer y dos hombres, del primero de los cuales va a divorciarse para poder casarse con el segundo, el futuro padre de su hijo, y que tiene a su esposa ingresada en coma. Un punto de partida que podría ser el de cualquier melodrama televisivo.

 

 

Pero no es así. Porque al dar un paso hacia occidente, Farhadi ha decidido ir mucho más allá y en El pasado parece haber querido desarrollar una fórmula que permita confeccionar un relato laberíntico donde los tres protagonistas entrarán en conflicto ya sea por los secretos que esconden o irán sabiendo, ya sea por las heridas que arrastran. Cada descubrimiento siembra una nueva duda, cada palabra desencadena un sentimiento encontrado. Todo se construye a partir de la incertidumbre de lo que se calla o se dice y de la transparencia de una imágenes cuya puesta en escena puede transmitirnos una falsa impresión de teatralidad. Simplemente, todo está medido a la perfección. Y es que tal y como ocurría ante sus precedentes, al ver El pasado se tiene la sensación de estar frente a una obra perfecta en la que cada acto genera una serie de consecuencias pero que en cualquier caso pueden ser concluyentes ya que la causalidad resulta ambivalente. Cuando el espectador espera poder encontrar la variable que necesitaba para solucionar el relato, se tropieza con una nueva duda.

 

 

Al igual que anteriormente nos quedábamos con la duda sobre lo que le había podido ocurrir a Elly, al fin y al cabo un simple mcguffin perfectamente orquestado, o sobre si Nader había empujado o no a la mujer embarazada, ahora, Farhadi, de forma tan deslumbrante que a veces el espectador sentirá la tentación de querer desvelar cómo se ha construido la fórmula en lugar de dejarse llevar y formar parte de ella, nos deja continuamente en vilo a través de una historia dictada por el misterio, la incertidumbre, las continuas suposiciones -¿fueron leídos los e-mails que supuestamente son el motivo del intento de suicidio de la esposa de uno de los protagonistas?, ¿por qué el intento de suicidio de la esposa de uno de los protagonistas se produce frente a una de las empleadas de la lavandería?, etc.- Preguntas y más preguntas que nos hacemos, que también se hacen los personajes, mientras unos y otros quedamos maltrechos; unos por el vértigo emocional que transmiten estas matemáticas aplicadas directamente a los asuntos del corazón que es El pasado; otros por las heridas causadas y que el paso del tiempo parece no solo no poder borrar sino que su dolor no aumente en el futuro.

 

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