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Mientras tantoLos camarlengos y la `realpolitik´

Los camarlengos y la `realpolitik´


 

Pilar Ruiz-Va nos da un verdadero repaso al hilo de “las dimensiones que ha alcanzado lo que ocurre [ya ha ocurrido] en el Vaticano durante el fin de semana”, que comienza con algo que al parecer el público de hoy no tiene claro, a saber, que beatificar no es lo mismo que canonizar o santificar. Madre mía, lo que es la edad. Así tuviera yo de claras otras cositas. Beatificar es lo máximo que consiguió la fundadora de las Doroteas, monjas que estaban en Tuy (su convento, tan romántico pero tan frío en invierno, sigue allí), donde estuve interna de los nueve a los trece. Nos hinchamos a rezar, hacer visitas al Santísimo y sacrificios para ver si conseguíamos entre todas que la Beata Paula Frasinetti fuera elevada a los altares, pero creo que ni modo, aunque no lo he comprobado.

 

Y eso que en ese convento estuvo una buena temporada una monja célebre, la hermana Lucía, una de las videntes de Fátima, nada menos. Hartas estaban las monjas de las colas que se formaban para tocarla, pedirle una bendición o ponerle bebés en los brazos (¡una servidora, por ejemplo!). Y parece que era tímida y no le gustaba hablar del momento estelar de su vida ni de los famosos secretos que la Virgen les confió. Ya saben que uno de ellos era que Rusia se convertiría (estaba implícito que la Virgen quería decir que volvería a ser un país religioso) y en cierta manera acertó, ya que al no concretar era fácil. Rusia desde luego se ha convertido en muchas cosas que no voy a concretar pero que todos tenemos in mente.

 

Pilar subraya que cuando la RAE define beatificar o canonizar habla siempre en masculino (“difunto”, “honrado”, “santo”), lo cual no nos sorprende nada de nada, y repasa términos como motu proprio, fumata blanca/negra, cónclave o cardenal camarlengo (¡cómo suena!).

 

Y a mí lo que me ha fascinado de ese evento con resonancia urbi et orbi no es los millones de personas que lo contemplaron, sino la realpolitik al estilo católico, el papa Francisco poniendo al mismo nivel de excelsas virtudes al entrañable abuelito que quiso abrir la institución al mundo y dijo que, al fin y al cabo, cada uno tenía que decidir en conciencia un terremoto que yo recuerde, y al férreo político que machacó a los de la Teología de la Liberación y, sobre todo, el papa que protegió al corrupto y millonario pederasta Maciel y miró para otro lado en el resto de los casos mientras la caja B del Vaticano seguía llenándose de dinero. ¡Vaya papelón y vaya tragaderas!

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