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Mientras tantoUna simple presentación

Una simple presentación

 

Un 25 de noviembre Nick Drake leyó un fragmento de El mito del Sísifo de Albert Camus mientras sonaban los Conciertos de Brandeburgo de Bach. Lo encontraron muerto, las carnes frías, vistiendo tan solo un mísero calzoncillo y con un bote de pastillas sobre la mesita de noche. Recuerdo la respuesta de un amigo mío tras contarle la historia: “yo creo que la existencia de Camus y de Bach son motivos más que suficientes para no suicidarse”. Tiene razón. Le contesté que yo era más feliz desde que leía a ese maldito francés, pese a que se tratase a una felicidad diferente a la del resto. Ya saben, queridos, cada cual busca justificar su vida como puede, con Camus una se deslinda de significados, de metas, y acaba encontrando en cada rincón de su día a día a un Sísifo empujando una piedra montaña arriba. Entonces una cree que es feliz, quizás equivocadamente, porque dice haber olvidado su piedra en la ladera.

 

El Sísifo que enfadó a los dioses y que recibió como castigo la condena de perder la vista y de empujar una roca hacia la cima de una montaña, a sabiendas de que esta rodaría hacia el suelo una y otra vez, es para Camus la metáfora del esfuerzo inútil e incesante del hombre. La misma piedra de este héroe absurdo es la que empuja el obrero que durante toda su vida realiza las mismas tareas, el estudiante, que será mañana obrero, el obrero que será mañana nada. El hombre consciente de lo fútil que atañe a su vida es, sin lugar a dudas, el hombre absurdo de Camus, ese Sísifo que camina montaña abajo tras su piedra para alcanzarla y volver a llevarla hasta la cima, el mismo al que debemos imaginar dichoso, al menos en algún instante de su camino: “la lucha para llegar a las cumbres basta para llenar el corazón de un hombre” dice el autor y, sin embargo, qué insignificante es la vida. Por mucha fuerza que uno emplee en empujar su piedra, que no es más que el mundo de todos y de nadie, quien escriba sobre la realidad lo hará siempre sobre inmundicia. La piedra caerá y con ella los cimientos. Una vez más el eterno retorno presente en nuestras vidas y con él la inmutabilidad de lo que algún día dijimos querer cambiar. Quizás por eso solo son quienes de decirse libres esos que pese a que su piedra cae no van tras ella y permanecen en lo alto contemplando, si cabe, lo que algún día fue un paisaje.

 

Dejadme, pues, que os escriba desde la cima.

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