Los caminos de la vida son extensos y sus avatares, sorprendentes. Parafraseando el popular vallenato de Omar Geles, esos caminos de la vida “no son lo que yo pensaba, no son lo que yo creía, no son lo que imaginaba”. Tampoco su destino es único. Los caminos se construyen y se reconstruyen con fines inmediatos que luego son sustituidos por otros, incluso, antagónicos.
Hay uno de esos caminos sorprendentes que serpentea durante unos 5.200 kilómetros entre montañas y páramos andinos, aunque todas sus derivadas podrían haber sumado unos 60.000 kilómetrtos. Es un camino físico, desde luego, pero también fue un camino de la vida que, más tarde, jugó un papel importante en la muerte.
Se llama el Qhapaq Ñam, y es, era, un complejo entramado vial que conectaba los extremos del imperio más vasto en extensión conocido en Suramérica, el Tawuantinsuyu. Por ese camino fluyó el intento de tejer una realidad a punta de quipus y coca, de piernas y mentes brillantes herederas de una milenaria tradición. Pero por allí también entró el conquistador, que aprovechó las huellas del conquistado para entrar como una exhalación por esa ruta que conectaba Quito con Tucumán como una lanza al corazón de unos pueblos que ya nunca pudieron respirar igual. Los conquistadores se roban los caminos, el alma y los nombres.
“Los caminos de la vida”, al vallenato me refiero, es un buen ejemplo de ello. “Los caminos de la vida” fue escrito por Omar Geles, un afrocolombiano de Valledupar al que nadie conoce fuera de su territorio y su canción es atribuida a Vicentico, cantante blanco de la argentina criolla. Algo parecido ocurre con el Qhapaq Ñam, al que usted probablemente conoce como el Camino del Inca y que se atribuye a un imperio, el Inca, que nunca se llamó así, sino Tawuantinsuyu.
Ahora, la Unesco ha incluido en su lista de Patrimonio Mundial al Qhapaq Ñam y eso parece hacerlo existir, cuando las piedras que lo jalonan llevan seis siglos capturando las huellas de los pueblos que respiran el escaso pero puro oxígeno andino. El turismo masivo, esa nueva forma de penetración cultural y económica, terminará de convertir el Qhapaq Ñam en una postal, en arquitectura aculturalizada y ahistórica. Ni una referencia a su papel durante la invasión europea, ni un sólo ejercicio de memoria histórica que vaya más allá de las piedras y el trazado. La amnesia colectiva se sigue alimentando; la memoria del camino, sin embargo, será terca en su resistencia.