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Mientras tantoViajar con la brisa

Viajar con la brisa


 

Ha hecho uno intención de leerse el auto del juez Castro, pero entre sus ciento sesenta y siete páginas y las escasas setenta de ‘Ni César ni nada’, de González-Ruano, se ha decantado por éstas, se cree que con gran acierto, navegando en un frágil esquife (esto lo aprendió uno de los cuentos de Astérix) sobre un oleaje moderado de intrascendencia y brillantez, y además así guardar algunas energías para meterse algo en la tele esta noche, que eso sí que es duro. La lectura en diagonal hubiera sido un recurso para decidirse por la primera opción, como el zapping, pero el detalle de la obra juega en su contra para hacer inútil una modalidad muy periodística y, en este caso, muy poco práctica. Saca uno más información de la imputación de la Infanta en la liviandad de la novelita de César que en la firmeza del documento de José. Vaporoso que es uno. Hay gente que sí se lo ha leído (o eso dice), incluso el anterior, que era novela larga, y afirmaba en conjunto que la cara de doña Cristina podría ser mayor que la del consorte, por orden alfabético, con índice y hasta vocabulario de términos y nombres propios. Lo que sí es seguro es que es más Real, circunstancia que le da al caso categoría de affaire del tipo Dreyfus pero español y actual, o sea inversamente proporcional. No hay Zola que valga sino millones de españoles diciéndole a la aurora: yo acuso, como si el auto del juez descamisado (se creyó un día verle en el telediario en pantuflas por los pasillos de los juzgados de Palma, aunque serían las ganas) no fuese para leer sino para fumar. Uno tuvo un amigo que decía ser consumidor de porros pasivo, y así, siempre que alguien encendía el suyo, se ponía al lado para respirar las influencias, incluso movía las manos hacia la nariz con los ojos cerrados como un maharishi, que es justamente lo contrario a lo que hace el Rey, enviando a los duques a fumar a la calle. España entera funciona respirando el humo de unos pocos que se colocan inhalando estas y otras cosas. El auto del juez Castro está encendido y tira, a la espera, quizá no, de que se apague como el anterior, como los anteriores, pero funciona mejor como si las frases y las palabras más memorables se levantasen del folio para viajar con la brisa igual que aquellos aromas voluptuosos de ‘Cómo agua para chocolate’. Aquí hasta las metáforas salen del revés, y lo mismo que de un placer se saca un dolor, se asiste a la tensa espera de ver si se saca una garduña de una princesa.

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