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Mientras tanto¡Maldito 18 de julio!

¡Maldito 18 de julio!


 

Una hipótesis: quizás si el golpe de Estado de Francisco Franco & Cia. que tuvo lugar un 18 de julio, de 1936, concretamente, contra el Gobierno democrático de la República, no hubiera desembocado en una guerra civil, esta última hubiera pasado a la Historia con bastante mejor fama. El problema fue que pudo defenderse, que el Gobierno elegido en las urnas en febrero de ese mismo año, el Frente Popular, tenía recursos. En primer lugar, porque controlaba los poderes del Estado y el oro del Banco de España. Aunque los más importantes eran los recursos humanos dispuestos a defender la democracia que tanto había costado conseguir. No hablamos de democracia sólo como derecho al voto, que también, sobre todo al verdaderamente universal que se consiguió en esos años, porque incluyó el sufragio femenino. Nos referimos, especialmente, a la democracia social, gracias a la extensión de derechos en el ámbito laboral, tanto en la fábrica como en el campo, además de en cuestiones educativas, sanitarias, seguridad social…

 

La República, para defender la democracia, tuvo que matar. La Dictadura, sin la guerra que utilizó como excusa para el exterminio de la disidencia, tendría que haber dado muchas explicaciones si es que ése era el objetivo. Limpiar España de rojos, para convertirla en la reserva cristiana de Occidente. En provincias en que no hubo guerra, si por este concepto entendemos conflicto abierto, con trincheras y dos bandos en combate, también hay fosas comunes. Burgos, fiel a los golpistas desde el primer momento, es un buen ejemplo de ello.

 

Eso significa que para los sublevados, los rebeldes, los subvertores del orden constitucional republicano, la retaguardia era tan importante o más que las trincheras.

 

La guerra, los tres largos años de sangriento enfrentamiento armado, es muestra del equilibrio de fuerzas entre las dos Españas de esos momentos. Las dos Españas sempiternas, o las tres, incluso, que sólo se explican por la inexistencia de un mito de fundación nacional. España se construyó excluyendo o incluyendo a la fuerza. Por eso no nos queremos. La Transición fue el último ejemplo de elaboración de un mito de esas características, aunque muy tardío y ya fracasado apenas cuarenta años después. Porque los incluidos a la fuerza, aunque en ese momento casi ni nos diéramos cuenta de que lo éramos, ya somos conscientes de que el que se dio entonces fue un paso atrás, al régimen de Cánovas y Sagasta en su nueva forma PP-PSOE. Bipartidismo-turnismo.

 

A principios del siglo XX el reparto del poder entre conservadores y liberales dejó de funcionar, dejó de dar respuesta a las necesidades del nuevo tiempo industrial y sus novedosos conflictos entre capital y trabajo. A principios del siglo XXI nos pasa lo mismo con el régimen de la Transición. Ahora, como entonces, se articulan opciones políticas diferentes, nuevas, que pueden dar la sorpresa, como la dieron hace cien años las alternativas que se plantearon. Entonces, a la desesperada, el régimen intentó defenderse de lo nuevo con un ingeniero de hierro, Miguel Primo de Rivera, al que llegó a apoyar el PSOE. Pero en 1931 triunfó lo que se llevaba años fraguando. Aunque el éxito fue efímero. Demasiado.  

 

Ese nuevo orden gestado a partir de 1931, con más justicia social, lo que implicaba era la puesta en cuestión de los privilegios de la clase dominante desde siempre.

 

«La totalidad del aparato estatal puesta al servicio del terror planificado y sistemático tenía por finalidad sentar las bases para instalar un modelo socioeconómico, político y cultural funcional a los intereses de los sectores dominantes. Un proyecto de semejantes características requería -en términos de la dictadura- liquidar las conquistas sociales del último siglo y devastar cualquier manifestación de oposición y resistencia en un país con amplia participación popular. Para esto, el objetivo principal estuvo en eliminar las organizaciones político-revolucionarias y sus periferias y aniquilar toda forma de organización política y social, gremial o sindical, estudiantil, religiosa, barrial, etc., quebrantar sus capacidades de lucha y acción, borrar hasta el recuerdo de una sociedad movilizada».

 

Este párrafo no intenta explicar lo que sucedió en España, aunque es perfectamente aplicable. Se trata de un fragmento de los muchos que podemos leer en el Espacio Memoria y Derechos Humanos, un lugar público, gubernamental, ubicado en la antigua Escuela de Mecánica de la Armada Argentina, en Buenos Aires, que no viene en las guías turísticas, pero que hemos visitado por un buen chivatazo a tiempo.

 

Recuerda, in-situ, en uno de los 600 centros clandestinos de detención que hubo por todo el país entre 1976 y 1983, lo que ocurrió durante la terrible dictadura. No sólo eso. En general, explica, contextualiza, las prácticas represivas utilizadas por el Estado argentino, bajo Gobiernos de uno y otro signo, contra los movimientos sociales durante todo el siglo XX.

 

Un espacio público que plantea la pregunta: «¿Qué relación hay entre la violencia social y la violencia del Estado?».

 

Este lugar recuerda a lo que alguien propuso que se hiciera con el Valle de los Caídos, que sigue siendo un monumento funerario para rendir honores a un dictador. ¿Marca España?

 

En Argentina, el Gobierno de Menem tuvo la tentación, o la intención, de derruir el grupo de edificios de infausto recuerdo que forman la antigua Escuela de Mecánica de la Armada y construir en su lugar algún monumento de reconciliación nacional. Una manera de cerrar las heridas. O de borrarlas definitivamente. Como si no hubieran existido. Como si no hubiera habido víctimas y verdugos. Las promociones inmobiliarias que hay enfrente se llegaron a comercializar con la promesa de que en ese espacio se construirían campos de golf. A este tipo de injusticias siempre le siguen las frivolidades. 

 

Los planes de Menem y de las inmobiliarias no triunfaron. Y Néstor Kirchner hizo posible la creación de ese lugar. Para hacernos una idea de lo que piensa la sociedad argentina, al Gobierno de Kirchner se le acusó de apropiarse del sentimiento pro recuperación de la memoria de todo el pueblo. Sólo unos grupos minoritarios, especialmente los formados por los familiares de los verdugos, son contrarios a esta política. En Argentina hay una cierta unanimidad en el relato sobre el más inmediato pasado. 

 

En España, parecemos preferir el olvido. Como si éste hiciera desaparecer las cosas. O no es olvido, sino recuerdos y memorias diferentes, dependiendo del lugar que ocupáramos en la historia, o el que consideramos que hubiéramos ocupado de haberla vivido.

 

Aunque se usan muchas coartadas para alentar el olvido o considerar que unos y otros eran iguales. Quizá por lo que decíamos antes: una guerra iguala, aunque sea a lo que es radicalmente desigual (en este caso, en objetivos: no es lo mismo luchar para mantener privilegios que para acabar con ellos). Además, por los cuarenta años de infamia que nos dejó atrofiado el sentido de la justicia. Y, posiblemente también, porque no hemos asumido que una dictadura es el dominio de una clase contra otra y que se recurre a ella cuando los medios más suaves y habituales se hacen insuficientes para mantener el «statu quo».

 

El 30% de los desaparecidos en Argentina en la última dictadura eran obreros industriales. Fábricas con lugares clandestinos de detención, empresarios que denunciaban a los líderes sindicales… No es casualidad.

 

Pero es que, además, España tiene un problema con su pasado. Ya lo decíamos cuando dábamos un paseo por algunos museos de historia de otros países

 

El 18 de julio no fue un fenómeno natural, ni fue inevitable. Fue fruto de un plan para recuperar el poder por parte de aquéllos que lo sentían cuestionado.

 

¿Franco hubiera iniciado un programa de aniquilación, como Hitler o como las dictaduras latinoamericanas integrantes del Plan Cóndor, si el golpe de Estado no hubiera desencadenado una guerra?, ¿habría consenso en España de lo malo que fue el franquismo, de lo injustificable de la sublevación de hace casi ochenta años?, ¿la habrían condenado todos los partidos políticos?, ¿Garzón podría investigar los crímenes de la dictadura?, ¿hubiera sido diferente la Transición?

 

Si, nos encanta la historia ficción.

 

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