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Mientras tantoCinco discos que deberíamos rescatar este verano

Cinco discos que deberíamos rescatar este verano

La hora del crepúsculo   el blog de Luis Cornago

 

 

 

 

Hace ya algún tiempo que en Detroit reina la decadencia. Desde que en el año 2009 la revista Times publicase Detroit’s Beautiful, Horrible Decline, una fotogalería donde se visibilizaba el progresivo deterioro de la ciudad, se multiplican los artículos que recuerdan con nostalgia a la que fuera cuna de la industria del automóvil en los años cincuenta. Los articulistas recurren a menudo a lugares comunes: el fenómeno de la despoblación, las altas tasas de criminalidad, los disturbios de 1967 o el sonido Motown, banda sonora de la lucha por los derechos civiles y contra la segregación racial.

 

En el aspecto musical, más allá de los nombres del sonido Motown (Marvin Gaye, The Temptations), algunos hablaran del omnipresente Jack White, y muy pocos de The Dirtbombs. Otros, más al tanto de las tendencias,  habrán oído hablar del resucitado Sixto Díaz Rodríguez. Muy pocos conoceran a The Volebeats. Su entrada en Wikipedia sólo se puede leer en italiano y su vídeo más visto en Youtube no supera las 5600 visitas. Pasados 25 años desde que publicasen su primer álbum, Ain’t No Joke, y con ocho discos bajo el brazo, esta banda de Detroit se sitúa en las fronteras más gourmet de la industria discográfica. The Sky and the Ocean, su tercer álbum de estudio, se presenta como una especie de intersección entre Brian Wilson y Gram Parsons sensiblemente escorada hacia la melancolía. Y esa melancolía, bien dosificada, podría tener en estos días un efecto redentor. Bien sea en esta España que subsiste o en aquella ciudad de motores gripados, fábricas vacías y hoteles desvencijados.

 

 

A la publicación en marzo de 1970 del primer disco del cuarteto Crosby, Stills, Nash & Young, Déjà vu, le seguiría el lanzamiento de cuatro álbumes en solitario, uno por cada astro. After the Goldrush, de Neil Young, y If I Could Only Remember My Name, de David Crosby, fueron los más laureados en aquel momento. Graham Nash publicaría entonces Songs for Beginners, y nada tiene éste que envidiar a aquéllos. La amargura que le producía su reciente ruptura con Joni Mitchell se entremezcla aquí con su conciencia social y política, heredera del Woodstock Nation. Cuando en 2009 el creador de Juno, Jason Reitman, se atrevió a abordar los dilemas morales del mundo desarrollado con Up in the Air, y optó por el Be Yourself de Nash, pretendía reivindicar su vigencia. Y es que estas canciones nacieron para quedarse.

 

 

Los aficionados al jazz se levantaban el pasado sábado con una triste noticia, la muerte del saxofonista Charlie Haden. Haden, uno de los máximos valedores del jazz contemporáneo, se sirvió en vida de compañeros ilustres para dotar al sonido percutido de su contrabajo de nuevos coloridos. Ornette Coleman, Keith Jarrett, Hank Jones, Alice Coltrane o Pat Metheny son algunos de los nombres que figuran en el plantel de ilustres colaboradores. En 1997 buscó inmortalizarse junto a Metheny mediante un disco a dúo, Beyond the Missouri Sky. Cuando un lampiño Pat Metheny se presentó ante Charlie Haden y Ornette Coleman después de un concierto de éstos en Miami a principios de los setenta, no imaginaba que algún día compartirían estudio, giras y canciones. Quizás aquel día, en esa conversación en el backstage con uno de sus ídolos, Pat le comentó que él también había crecido en un entorno rural en Missouri. Después de muchos años planeando materializar su buen entendimiento en un álbum de estudio, el estado del Medio Oeste americano, testigo natural del florecimiento filarmónico de estos dos virtuosos, parecía ser una buena disculpa para llevarlo a cabo.

 

Cuando David Trueba pensó en la banda sonora de su última película, Vivir es fácil con los ojos cerrados, le vino a la memoria esta vaporosa colección de canciones. Trueba telefoneó a Charlie para encomendarle la banda sonora. Éste aceptó la propuesta y consiguió involucrar a Pat. Trueba había cumplido un sueño. Pero lo que no sabía es que su encargo, aparte de alzarse con el Goya a la mejor música original, sería la última colaboración de estos dos talentos.

 

 

El power pop es uno de esos géneros capaces de hacer llevadero lo inaguantable. Imaginen a un adolescente de provincias. Hijo único e incomprendido, veranea en una zona turística de la costa del Levante con su familia. Cuando llega el sábado noche y sus amigos proponen acudir a ese bar oscuro y maloliente, situado al otro lado de la carretera, frente a un concesionario de Seat, al chaval se le iluminan los ojos; ha oído que también Paloma, la chica que conoció hace un par de días en la piscina, estará allí.

 

Son ya las tres de la mañana y ni rastro de la chica. Mientras espera en la cola del baño se cruza con ella, que camina lentamente junto a otro chico visiblemente mayor. Pronto se alejan. El verano de nuestro protagonista comienza a resquebrajarse mientras sus piernas flotan instintivamente al son de la horripilante canción del verano. La música ha dejado de sonar y el chico, aturdido y sudoroso, encara la salida. Se acerca a la orilla de la playa mientras se acomoda los cascos que, por fortuna, y previendo de alguna manera el hundimiento,había metido en el bolsillo de atrás. Primero suena Surrender de Cheap Trick. A continuación I’ll Feel A Whole Better de The Byrds. Empieza a encontrarse mucho mejor cuando suena Parachute de The Greenberry Woods. No sabe cómo ha llegado a esta canción, pero la reproduce una y otra vez.

 

The Greenberry Woods se formaron en 1989 en los dorms de la Universidad de Maryland. Después de graduarse se mudaron a Baltimore y en febrero de 1993 ficharon por Sire Records. Con este sello lanzarían dos álbumes y abrirían para bandas como los escoceses The Proclaimers o Debbie Harry, ex cantante de Blondie. Tras publicar Big Money Item, y coincidiendo con la fusión de Sire con Elektra Records, emergieron con fuerza algunos problemas internos que llevaron a la disolución de la banda. Como aquel chaval no volvería nunca a saber nada de la joven de la piscina, nosotros nunca supimos qué fue de esta banda que tantos buenos momentos nos ha brindado.  

 

 

Llegará el día en que me ponga a escribir sobre el bueno de Quique, pero ese día todavía no ha llegado. 

 

Volver a casa después de un año en el extranjero nunca es fácil: uno, que todavía es estudiante, tiene que compartir techo con sus queridos progenitores. Hace un par de días andaba haciendo orden en los cajones cuando me topé con el cedé original de Pájaros Mojados. Un papel de periódico arrugado me sorprendió al abrir el disco. Era la crónica de un concierto de Quique González en Galileo que Fernando Neira escribía para El País el 28 de septiembre de 2003. Apoyé el disco sobre la mesilla de noche. A la mañana siguiente no dudé ni un segundo en comenzar un martes de julio en la desértica Ribera de Navarra con la canción homónima que abre el disco. ‘¡Cuánto le debemos a Van Morrison!’, pensé mientras se calentaba el agua de la ducha. 

 

Esas chicas inalcanzables y las nostálgicas escenas de infancia de las que hablaba Neira fraternizan con el costumbrismo de un González cansado de estar con cuerpos extraños. Este verano volveremos a ver nadar a los patos a lado de su barrio. Y será suficiente.

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