Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img

Amchit


 

Alguien ha traído a unos europeos a la fiesta, lo que nunca deja de resultar curioso porque te hace pensar en lo que hubieses seguido siendo tú de no haber recalado en el desagüe libanés, en esta casa de Amchit que se levanta junto al mar rodeada de torres de alta tensión, escombros y bolsas de basura que los nativos han tirado entre las rocas.

 

Los chiíes se pasan por el sagrado sable el ramadán, agasajan a una compañía inglesa de teatro de gira por el Líbano. Si quince años de guerra civil modifican para siempre el mapa facial de un libanés, qué decir de esos europeos de mediana edad a los que hicieron creer que lo tenían todo, que el suyo era el primer mundo, el de los privilegiados, y que para soportar el peso de tanta grandeza a su alrededor debían hundirse ellos un poco más, empapar la cabeza en alcohol, pudrirse cualquier viernes en un bar, solos, preguntándose cuándo se torció todo…

 

Agotados como si hubiesen atravesado veinticinco crisis económicas, apoyan sus lustrosas barrigas cerveceras contra la barandilla de la terraza. El pelo claro se pegotea a la nuca por la humedad, las camisetas con lamparones, las chanclas de piscina de los suburbios, esos pantalones comprados en las rebajas de cualquier hipermercado un día que se sintieron elegantes… La que parece la inestimable compañía de los gruistas de la obra revela a un rapado ojeroso en sus cuarenta, destrozado no se sabe si por la heroína o por la dureza de la vida en un barrio obrero de Manchester, y que resulta ser el escritor y guionista. Actúa incluso como actor cuando es capaz de encadenar dos noches de sueño seguidas. Nos ha dejado a todos completamente desconcertados cuando lo vemos hervir litros y litros de agua en la cocina para su té.

 

No me digas que eres musulmán… Suelto yo en la versión más antipática y abofeteable de mí misma.

No, no soy musulmán. Soy alcohólico.

Ah. Respondo abochornada. Huir ahora sería de cobardes así que decido aguantar el embate. ¿Y qué te parecen todos estos chiíes borrachos?

¿Tú eres chií?

No, no… Yo soy española. Suena a castigo.

¿Y qué haces aquí?

 

Pues…

 

…Sigo sin saberlo muy bien. Me estanqué. Pensé como cualquier gilipollas que mi misión en la vida era ser feliz y que si antes lo había conseguido a medias en otros países quizás la apuesta me saldría bien en este, pero no. Tengo 37 años, me siento como si tuviera 80, no puedo caminar orgullosa por la calle sin considerarme a mí misma una completa imbécil. ¿Enorgullecerse de qué…? No soporto a la gente que me recuerda que mi problema es esa perenne insatisfacción como si en este estercolero cósmico no fuese de enfermos sentirse satisfecho, no aguanto a los triunfadores que juzgan el mundo ocultando un as en la manga pero tampoco a los que se dejan arrastrar, a los que prefieren no resultar incómodos para sí mismos. Sé que no tengo las respuestas, que no están al alcance de mi brillante mente pero no confío en la vida. No confío en nada.

 

Un poco de todo. Sonrío con mi mejor máscara.

 

Las horas pasan, mi cabeza se embota cada vez más. Contemplo como la gente se retira poco a poco a descansar en las habitaciones disponibles. Me han dejado un colchón en el amplio salón que se abre frente al mar. El único sonido poderoso es el de las olas, las nubes oscuras del cielo se ciernen sobre mí como si alguien de un momento a otro fuese a obligarme a volver a nacer, a salir a la luz que se esconde detrás. Sin dormir, observo el campo de batalla que se libra en mi mente donde se superponen pensamientos, ideas, imágenes, sensaciones que no logro acallar. Me he quedado sola, no sé cómo podría serenarme algunas noches hasta que reparo en la hoja en blanco… El único reino en el que aún me atrevería a ser libre.

Más del autor

-publicidad-spot_img