
Nos conmovió El espíritu del 45, de Ken Loach. Sobre todo por lo que de ejemplar puede tener para estos tiempos, porque podemos resolver la crisis de otra manera, quizás como entonces el primer Gobierno socialista que tuvo el Reino Unido. Y eso mismo debió de pensar Salvador Allende respecto a las Misiones Pedagógicas desarrolladas por la Segunda República Española. O no. Puede que simplemente la República española y el Gobierno de Unidad Popular de Allende coincidieran en su deseo de democratizar la educación y la cultura.
Pero, efectivamente, las Misiones Pedagógicas fueron, y pueden aún seguir siendo un ejemplo. Sobre todo para países con grandes desigualdades, especialmente entre las regiones urbanas y las rurales. Pero también para Estados, como el nuestro, que cada día mete un tijeretazo nuevo a la educación y a la cultura. Hay que darle la vuelta a la tortilla. Y aunque las Misiones, tal como fueron diseñadas, ya no nos sirven, porque nuestro país ahora es muy diferente al de entonces, debemos alimentarnos de su espíritu, también del de Allende.
Por eso, Carolina Espinoza, periodista y antropóloga, recupera ambas experiencias, la española y la chilena, en un documental, El tren popular la de la cultura, que ya está rodado, pero que aún está pendiente de postproducción, para cuya financiación se ha abierto una campaña de crowdfunding.
Aquí está el tráiler. Disfruten:
Las Misiones Pedagógicas, en realidad, nacieron a principios del siglo XX, pero no se pusieron en marcha de verdad hasta que se instauró en España un sistema que convirtió a la educación y la cultura en una cuestión de Estado, hasta la Segunda República. Uno de los principales objetivos era lograr la democratización del acceso a la educación. Y las Misiones tenían como tarea llegar a los pueblos más recónditos del país, a las zonas mal comunicadas, a los vecinos de comarcas que jamás habían visto un cine, un teatro, un concierto de música:
“Si el aislamiento es el origen de las Misiones y la justicia social su fundamento, claro es que la esencia de las mismas, aquello en que han de consistir estriba en lo contrario del aislamiento, que es la comunicación para enriquecer las almas y hacer que vaya surgiendo en ellas un pequeño mundo de ideas y de intereses, relaciones humanas y divinas que antes no existían”.
La primera misión, en Ayllón, Segovia, comenzó con estas palabras de Manuel Bartolomé Cossío, presidente del Patronato de las Misiones Pedagógicas:
“Es natural que queráis saber antes de empezar, quiénes somos y a qué venimos. No tengáis miedo. No venimos a pediros nada. Al contrario; venimos a daros de balde algunas cosas. Somos una escuela ambulante que quiere ir de pueblo en pueblo. Pero una escuela donde no hay libros de matrícula, donde no hay que aprender con lágrimas, donde no se pondrá a nadie de rodillas, donde no se necesita hacer novillos. Porque el Gobierno de la República que nos envía nos ha dicho que vengamos ante todo a las aldeas, a las más pobres, a las más escondidas, a las más abandonadas, y que vengamos a enseñaros algo, algo de lo que no sabéis por estar siempre tan solos y tan lejos de donde otros lo aprenden, y porque nadie, hasta ahora, ha venido a enseñároslo: pero que vengamos también, y lo primero, a divertiros. Y nosotros quisiéramos alegraros, divertiros casi tanto como os alegran y divierten los cómicos y los titiriteros. Nuestro afán poder traeros esperanza y poder lograrlo”.
Bibliotecas, música, cine, teatro, coros, guiñoles, mucha pedagogía, educación sanitaria y agrícola… todas estas cosas componían las Misiones Pedagógicas. En esta página web pueden hacer un repaso de los municipios que recorrieron, de las actividades que promovieron, de las personas que participaron…
Pero, como decíamos, éste fue un modelo que imitó el Gobierno de Unidad Popular presidido por Salvador Allende en el Chile de principios de los setenta. Y ahí reside la gran aportación de Espinoza: el trazo de una línea imaginaria entre la Segunda República española y el Chile de Allende, quizás sobre la física que trazó el Winnipeg, el barco que trasladó a cientos de republicanos apresados en campos de concentración franceses hasta Valparaíso en un viaje organizado por el poeta Pablo Neruda.
Esa línea imaginaria que dibuja la realizadora se justifica por la importancia que a la educación y a la cultura dio el programa de la Unidad Popular con el que ganó las elecciones en el año 1970 y que fue idéntica a la de la República Española, incluso en su idea de llevar los libros, los escenarios y la música hasta el último pueblito de la Patagonia chilena:
“El nuevo Estado procurará la incorporación de las masas a la actividad intelectual y artística, tanto a través de un sistema educacional radicalmente transformado como a través del establecimiento de un sistema nacional de cultura popular. Una extensa red de Centros Locales de Cultura Popular impulsará la organización de las masas para ejercer su derecho a la cultura”.
El Tren de la Cultura chileno, el que da nombre al documental, recorrió el sur del país entre mediados de enero y mediados de febrero de 1971 por iniciativa del Gobierno para difundir diferentes expresiones artísticas a los moradores de esas remotas tierras.
Un país y otro, la España de los treinta y el Chile de los setenta, contaron con la complicidad de decenas de intelectuales comprometidos (cómo no recordar La Barraca, de Federico García Lorca). También la Rusia revolucionaria y sus trenes de agitación, el tercer pilar del documental de Espinoza, que tampoco podemos olvidar.
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