Felices los amados y los amantes y los que pueden
prescindir del amor.
Felices los felices.
(Jorge Luis Borges)
Cuenta Kurt Vonnegut que, hablando con Joseph Heller en una fiesta ofrecida por un multimillonario en Long Island, le preguntó: «Joe, ¿qué sientes al darte cuenta de que nuestro anfitrión probablemente ganó más dinero que el recaudado por tu novela, uno de los libros más populares de todos los tiempos, en los últimos 40 años?».
Y Joe replicó: «Pero yo poseo algo que él nunca tendrá».
«¿A qué te refieres, Joe?».
«A la tranquilidad de que tengo suficiente».
Leí varias veces esa frase de Heller. El bueno de Vonnegut con sus preguntitas y él respondiendo, desde la posición de haber escrito Catch 22, la novela que probablemente marcó a generaciones enteras, que él tenía el secreto de los secretos. El que el millonario nunca conseguiría: tenía suficiente, estaba tranquilo. Ninguna imagen de grandezas futuras enturbiaba lo que había hecho ya.
Hace poco terminé de Felices los felices, de Yasmina Reza. Mira que dije que no iba a meterme en más novelas de parejas, infidelidades y truculencias. Pero al final es difícil: todos los libros hablan de lo mismo. La novela de Reza, compuesta por 18 relatos que aparentemente no tienen nada que ver, es una auténtica maravilla. Porque de manera cruda y despiadada se sumerge en el mundo de parejas radicalmente distintas. Ancianos ricos cansados de la vida, soledades compartidas en un supermercado, jovencitas enamorados de hombres casados, matrimonios unidos por hijos que luego se marchan, mujeres que se reencuentran a su amor de juventud. El mundo de la pareja es francamente opaco. Pocos sabemos lo que se esconde detrás de ellas, y Reza, metiendo el dedo en la llaga, hace una radiografía de todos aquellos anhelos escondidos que nunca salen a la luz. A Yasmina Reza no le gustan las parejas. Eso se nota: “Creo que la pareja es una estructura que pesa demasiado para el amor”, dijo recientemente en una entrevista.
Quizás, lo que pese no sea la pareja sino esa necesidad de querer más, de nunca tener suficiente. De mirar hacia afuera para ver que nos falta aún. Me gusta creer que la pareja no es una estructura sino una plataforma, un lugar que se comparte, que se expande. Los años me lo confirmarán y tal vez, espero que no, dentro de un tiempo acabe pensando como Reza. Pero me pregunto que si a los personajes de Felices los felices, si a todos nosotros, no nos ocurre exactamente lo mismo que al millonario de Long Island: que nunca tenemos suficiente.