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Mientras tantoSobretitulando a Butterfly (I)

Sobretitulando a Butterfly (I)


 

Cuando nos queramos dar cuenta, habrá pasado. O estará sonando el himno de los Estados Unidos a todo volumen, partido por melodías ajaponesadas. O nos habremos caído dentro de un aria, cuando pensábamos que esto se parecía más a una película de época.

 

Esto es lo que significa Madama Butterfly, entre otras muchas cosas: que Puccini exhibe su obsesión por el show hasta en el último recoveco. Todo es acción, todo es narración y espectáculo y, cuando parecía que junto a Illica y Giacosa ya había establecido las bases del drama, coloca ese aria cantable y aplaudible que tanto anhelan los aficionados de otro tiempo. Cuando parece que todo va a estallar por los sitios más previsibles, coloca una turba de vientos metales (à la Turandot) para epatar.

 

Puccini tiene una forma de componer que responde más al cine que a la ópera. Quizás ese sea el gran triunfo de la Butterfly: que hay buenos y malos; culebrones y exotismo –errores de transliteración del japonés incluidos–; y giros dramáticos, con sus espoliers más propios de una serie de televisión que del arquetípico soprano se enamora-tenor sufre-barítono trama-alguien muere.

 

Todo eso se refleja en una estructura continuada y coherente; en un libreto que se va desplegando poco a poco para luego volver a plegarse sobre sí mismo. Todo se entiende, nada está plantado al azar (salvo alguna escena algo más inflada de lo imprescindible), pero con la gran dificultad de que los parlamentos se van disparando a una velocidad de vértigo, pisándose o, sencillamente, fluyendo a la misma velocidad a la que lo haría una conversación natural.

 

Este efecto significa que el espectador se caiga dentro de la obra como si la música estuviese de acompañamiento; como si fuese teatro con un agradable hilo musical de fondo. Esto, para el primer acto; en el segundo se calza Un bel di vedremo y, para el final de este y todo el tercero, toca desarrollar estructuras y texturas hasta reivindicar la partitura como auténtico motor de las cuitas de Butterfly. El calor, vamos.

 

Es un fenómeno tan particular, tan suyo, que obliga a empezar el estudio para el sobretitulado por una toma de decisiones que tiene más que ver con la posición que uno ocupe ante Puccini que con el tratamiento que se vaya a dar a cada escena. Es decir, ¿estamos ante un cuento o ante un drama? ¿Se trata de transmitir emociones, superpuestas, o de narrar algo? ¿Hay que caracterizar a los personajes o discriminar sus rasgos más llamativos en favor de las cosas que hace, que dicen, que se lanzan?

 

Ese ha sido el gran reto, mucho más especial que en otros casos. La respuesta a las dificultades no era tanto de técnica como de sentido; no tanto de tempos como de matices, de frases decisivas. Ya solo quedan tres días para ver el resultado…

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