¿Qué es Vingli de Ulingli? Que un servidor está cansado y, además, avergonzado de llevar meses repitiendo lo mismo. ¿Pero sobre qué? Pues sobre el profundo peligro que pende sobre la cabeza de los guineoecuatorianos si la providencia no media en la historia y nos aparta del amargo trago de seguir soportando los hechos del clan Obiang et alii.
Hace unos días dijimos lo último sobre lo que nos parecía del proceso político que se ha conocido como Diálogo Nacional. Y dijimos claramente que nos parecía llamativo que se quisiera repetir una estructura política que no es nueva en la dictadura, que es la de unos señores que manifiestan ser políticos afiliados a un partido y con la intención de hacer oposición al general-dictador. El asunto del diálogo empezó después de unos meses convulsos, propiciados por la manifestación de la cobardía del mismo dictador, quien mandó a sus teloneros escribir denuestos contra sus supuestos enemigos, enraizados, además, en el extranjero más pérfido. El llamamiento al diálogo fue capitaneado por un grupo que no tuvo la delicadeza de desmarcarse antes del grupo de los aliados eternos de Obiang, quienes cobran para reírle las gracias y callar las desgracias que causa con su particular e incalificable ejercicio del poder. Luego, durante las horas de la exposición de la idea, se dio preeminencia al partidismo, un modus operandi importado del bancal nacional. Allí un solo individuo puede proclamarse partido y obtener la dispensa del mandamás para sentar cátedra de tonterías y vivir del cuento de la manera más punible posible.
En tiempo sumarísimo materializaron la idea, tan breve fue que no parecía que aquel proyecto iba a llegar lejos. Porque enfrentarse a Obiang, con 34 años a sus espaldas y en un nuevo proyecto requería una mayor preparación, sobre todo si se tenía en cuenta las reticencias por aquella indelicadeza referida ut supra. El guión se llevó a cabo y los espectadores vimos cómo un grupo de estos llamativos señores fue recibido por «Su Excelencia». Era un salón purpurado en el que se olía la suntuosidad vana del pérfido mandamás. Viendo la imagen de la recepción, no se podía intuir que todos eran guineanos, besadores de la bandera bajo la denominación de república, sino a poder señorial, la satrapía heredada de padres que subyugaron a otros para obtener el trono. Sí, es llamativo que los guineanos sigan diciendo de su país esto de República de Guinea Ecuatorial.
Pero la creencia de que el país es de Obiang ha calado tan hondo en el espíritu de los políticos guineanos que ninguno de ellos levantaría la voz para decirle nada. O lo intentan y los teloneros de siempre les llaman al orden. Era este el marco reinante cuando se empezó a hablar del Diálogo Nacional. Avanzó el tiempo y supimos, oh hados mentirosos, que los políticos que se embarcaron en la historia esa viajaron pagados por el mismo dictador, un hecho que contrasta con la realidad de que algunos pidieron el indulto. Así: te indulto y te llamó a mi brazo, a pedir perdón. De hecho, fue la palabra que salió de la boca del general en jefe. Que fueran a pedirle perdón. Cuando tuvimos la certificación que Obiang, representando a un Estado que no existe, pagó los billetes de los guineanos que iban a «dialogar» con él, dijimos muchos: Eso ya lo conocemos. Porque, ¿no es harto llamativo que los discrepantes con Obiang se avengan a ser recibidos en los mismos marcos de suntuosidad en los que el sátrapa muestra su poder?: los diputados, todos los alcaldes, todos los ministros y viceministros, el clero, el cuerpo diplomático, los militares y las iglesias evangélicas, su esposa, con los coros de animación, se dan citan en la magnificación del poder de Obiang. Pretender obtener un rédito, o ventaja mínima, ante un déspota en su corte es de una ingenuidad babélica. Porque ante sus aduladores, miles, Obiang se cree Dios, o una entidad de un rango superior. O Bien, sus aduladores se lo creen. Fue ahí donde se puso de manifiesto que todavía la oposición cree en Obiang, y cree en sus atributos y en su verdad. Pero no contaban con que en el régimen las cosas se tomaban más en serio de lo que imaginaban. Porque surgió una discrepancia, quizá la segunda, y vieron que no fueron a Guinea para aquello. Claro, no haber aceptado ser recibidos por el dictador en la plenitud de su gloria, como si la escenificación del poder no fuera importante.
La manifestación unánime de la discrepancia implicó la vuelta a la realidad, porque la rajada de los guineanos de la oposición ante la intransigencia de Obiang fue interpretada por éste como una grave afrenta, siendo como era, lo es todavía, árbitro y moderador. Reclamó, en una nota gubernativa infame, este título, como si en una democracia hubiera la necesidad de un árbitro y moderador, quien, a la vez, ostentaría la magistratura suprema. ¿No debería una democracia estar regida por leyes y sin dar preeminencia a ninguna figura física? Pues Obiang es árbitro y moderador, cuando la realidad guineana exige que él y toda su inmensa familia dejen el poder y que el pueblo pueda elegir el camino que mejor le convenga.
Termino el Vingli de Ulingli diciendo que nosotros vimos ingenuidad donde la realidad consignaría naturalidad, porque forma parte de la naturaleza de los políticos, y lo han demostrado a lo largo de todo el mundo, la capacidad innata para eludir el presente. Los de Guinea no van a ser menos. Lo que pasa es que no esperábamos que se abonaran tan pronto a esta capacidad suya, porque ello supone la eternización de nuestros dolores. Las acusaciones antiguas que pesan sobre ciertos opositores toman cuerpo, y se sostienen cuando se pone de manifiesto que Obiang los recrimina porque se han atrevido a cambiar alguna norma de su afeable conducta política. Personalizar las afrentas o atribuirse estigmas por la mera citación de una verdad forma también parte de la necesidad de los políticos de escurrir el bulto. Y es decir, Guinea Ecuatorial es una dictadura y los que aman los focos del dictador, amantes de sí mismos, pero sin paliativos.
Barcelona, 10 de noviembre de 2014