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Mientras tantoLa nave es blanca

La nave es blanca


 

A Ancelotti no le gustan los elogios quizá porque empiezan a rasgársele las vestiduras, y esto a pesar de no dramatizar una situación sino lo contrario, por mesurarla. Carlo es en realidad Bruce Banner tratando de contener dentro de sí a Hulk, aunque lleve en su interior el espectáculo de la lírica. El Madrid es un volcán que suelta gases a diario y lava los fines de semana. Carletto le canta ópera al cráter en chándal, para calmarlo, y el sábado o el domingo se pone el chaleco y la corbata para ver correr sin freno esos ríos incandescentes que arrasan las aldeas, como la del Rayo (donde Jémez no debiera llevar camisas chillonas sino túnica y manto de pastor bíblico), antes de que el de Reggiolo les devuelva al interior de la montaña ensanchando con una inspiración esa caja torácica suya de tenor.

 

Los rivales observan al magma engullirles sin solución, pero al entrenador del Madrid lo que en realidad le salen al campo son las arias que les canta a sus jugadores en la intimidad de Valdebebas. Esas jugadas trenzadas, al límite, que llegan hasta la línea de fondo como si no tuvieran suficiente espacio (corre, Forrest, corre), y que luego vuelven para que las remate casi siempre un Bale descompuesto en escorzo, suenan al  Ridi Pagliaccio de Leoncavallo. Es Modric diciéndole a Kroos: “Recitar! Mentre preso dal delirio,non so più quel che dico…”, antes de que el alemán le ceda la pelota a Marcelo: “…e quel che faccio!/Eppur è d’uopo, sforzati!/Bah! sei tu forse un uom?/Tu se’ Pagliaccio!”, quién como una tijera cortando el papel de regalo se la deja a Cristiano que canta: “Vesti la giubba,/ e la faccia infarina./ La gente paga, e rider vuole qua.”, hasta que Benzema la sopla como a una flor: “E se Arlecchin t’invola Colombina,/ ridi, Pagliaccio, e ognun applaudirà!/ Tramuta in lazzi lo spasmo ed il pianto/ in una smorfia il singhiozzo e ‘l dolor, Ah!”, y el galés, finalmente, concede la apoteosis: “Ridi, Pagliaccio,/ sul tuo amore infranto!/ Ridi del duol, che t’avvelena il cor!”.


En estas no hay esquema que valga sobrepasado por la música. El Madrid la toca no como los equipos de Guardiola sino como los violines melancólicos del ‘Werther’ que observa en su regreso a Charlotte preparando la cena de sus hermanos pequeños. Toni marcó un gol el sábado que más que un chut era un staccato acortando su valor original. Hay que quitarle el chaleco a Carlo y ponerle un frac y hacerle sostener una batuta mientras no les cante a sus pupilos.

 

Sale el Madrid a luchar, sale el Madrid a ganar y por momentos resuena interminable Mozart y ‘La reina de la noche’: Luka dando vueltas sobre sí mismo produciendo notas tan agudas que dejan sin sentido a los centrocampistas. ‘Der Holle Rache’ y la ira de una madre vengativa donde el balón alcanza una tesitura de infarto. Uno ve el afán de esos delanteros lamentándose en cada soledad, en cada jugada fallida con la pasión del Turiddu de la ‘Cavalleria Rusticana’ que va a batirse con Alfio a navajazos.

 

Las madres sicilianas se desgarran y estalla la nobleza rústica en el área que no termina con la muerte sino con la nacencia de una jugada, Madame Butterfly cantándole a la esperanza de la vuelta de su amado: “Un bello día veremos/ Levantarse un hilo de humo/ en el extremo confín del mar./ Y después aparece la nave./ La nave es blanca…”. Porque el Madrid también es una esperanza de amor expresada por unos maestros peloteros que emocionan en los escenarios bajo la dirección de un italiano más conocido que Verdi. Uno mira al campo o pone la televisión y ve corriendo al teniente Pinkerton, y a Radamés, y a Don Giovanni, y a Don José, y a Parpignol, y a Mefistófeles… A Carlo no le gustan los elogios quizá porque empiezan a rasgársele las vestiduras de tanto virtuosismo. El drama que comienza a rebosar igual que si la lava del volcán fuese a destruir no sólo aldeas y ejércitos (como el de Cataluña) sino también este sonido único de la voz, de la cuerda y del viento.

 

Publicado en ‘El Minuto 7’.

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