Donde no hago falta no me entretengo
Israel Galván. Fla.co.men (Teatro Lope de Vega).
Algunos, días atrás y en la Maestranza le gritaban vete ya. Pero muchos más gritan, en el Lope de Vega, estás loco tío, cómo lo sabes, eres un genio. Se burla de la tradición. Pero de la caspa, no de la magia. Triza la bota de tacón y triza con ella las normas de quienes creen sentar la cátedra del esto sí y esto no es flamenco. O vida, que es lo mismo. La vanguardia que abandera la técnica, trabajo e intuición de Israel no sacrifica ni la pulcritud ni la ortodoxia de la que parece desternillarse. Es una trampa: cantes, instrumentistas, luces, trapos, peinados… de primera. Todo. El mimo en los detalles me obliga a llorar de gratitud… Sólo quien es soberano es capaz de deconstruir aquello que domina. Y si usted, querida persona lectora, estima en algún modo la búsqueda, estima también a Galván. Cualquier otra cosa sería imposible, improbable e indeseable. ¡Bravo!
Rocío Márquez. El Niño. Andando por los campos marcheneros (Teatro Central).
Rocío es una diosa. Eso para empezar. Usted debe saberlo. Y existen tantas voces autorizadas que comentaron la presentación del disco con que la cantaora onubense homenajea a Pepe Marchena (cuyo estreno fue en la Bienal), que resulta difícil aportar algo sin derretirse avergonzada. Sólo rememoro, de aquella noche que crucé el Guadalquivir para grabar con letras de oro su nombre y su voz en el puente de Triana, la figura inicial. Brazo izquierdo formando un triángulo exquisito: la manito apoyada en la cintura, sosteniendo con el volumen generoso un mantón florido, en blanco y negro, que le partía el pecho en dos partes: la sabiduría y la libertad. Y el brazo derecho estirado pero sin tensión, apuntando a la rodilla de la pierna contraria, sobre la que reposa. Aquel cuadro resumía lo delicatessen de la flamencura. Qué felicidad. Y la felicidad, sépalo lectora, tiene muchos rostros. Viajar es, probablemente, uno de ellos. Entregue sus flores a quien sepa cuidar de ellas, y empiece. O reempiece: ningún viaje es definitivo.*
*de José Saramago en Viaje a Portugal.