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Mientras tantoCosmogonías

Cosmogonías


 

Camino a Samaná - República Dominicana (tmg)

 

Amore:

 

de tu lista, soy incapaz de elegir nomás dos cosas. Me gusta todo así, mezclado, como la vida. ¿Se puede, acaso, vivir de otra manera? Tanto, que a veces se nos olvida respirar. Menos mal que es automático.

 

Ahora que soy yo la que está al otro lado, en este asidero oscuro de la vida, te diré que sigo pensando que América Latina es un espacio-tiempo de luces entrañables y de sombras vergonzosamente impunes. Pero sigo prefiriendo sus contradicciones, del mismo modo que preferí México siempre, con balaceras y todo.

 

Que la luna que vierte toda su luz en una carita zamorana te guíe siempre. Y no te olvides del valor que encierran las chelas en una azotea, los muchos te quieros de gente desconocida que lo dice con el alma y no con la boca (y por eso y sólo por eso cobra sentido), que el poder de saber que la calle es tuya, que para eso viniste, te hace soberana. Levanta la cabeza y el corazón y honra a tus muertas, llóralas, aunque sea –y sobre todo- en la distancia: es la única manera de comprender.

 

Te regalo hermana, si es que puedo, a Alejo Carpentier, de cuya boca nace una crónica lenta y certera de una tierra que inspira y amarra a partes iguales. Mi carne está en la península, pero mi corazón juega, como un volantín, por algún cerro de Valparaíso.

 

Pero es que muchos se olvidan que lo maravilloso comienza a serlo de manera inequívoca cuando surge de una inesperada alteración de la realidad (el milagro), de una revelación privilegiada de la realidad, de una iluminación inhabitual o singularmente favorecedora de las inadvertidas riquezas de la realidad, de una ampliación de las escalas y categorías de la realidad, percibidas con particular intensidad en virtud de una exaltación del espíritu que lo conduce a un modo de “estado límite”.

A cada paso hallaba lo real maravilloso. Pero pensaba, además, que esa presencia y vigencia de lo real maravilloso no era privilegio único de Haití, sino patrimonio de América entera, donde todavía no se ha terminado de establecer, por ejemplo, un recuento de cosmogonías.

Y es que, por la virginidad del paisaje, por la formación, por la ontología, por la presencia fáustica del indio y del negro, por la Revolución que constituyó su reciente descubrimiento, por los fecundos mestizajes que propició, América está muy lejos de haber agotado su caudal de mitologías.

¿Pero qué es la historia de América toda sino una crónica de lo real maravilloso?


Y ustedes, si quieren reírse, si quieren mejorar su salud, cómprenla, róbenla, pídanla prestada, pero lean a la Chica de los Botones.

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