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Mientras tantoPor donde cae el tequila

Por donde cae el tequila


 

Uno de los mantras que repite Pablo Iglesias en su discurso es el nerviosismo que provoca en las élites. Visto en perspectiva, Pablo sería como un portero de discoteca, (que se expresa en un sánscrito muy popular) o como una mujer turbadora que hace temblar a los poderes financieros más templados.

 

Ignora uno cómo se ve él, aunque se reconozca soberbio, lo cual explica que unas veces frunza el ceño o levante la ceja para que sus contertulios vayan avisados (ese gesto tan patriarcal con el que sobran las palabras), un puro emoticono con coleta, y otras practique aquellos contoneos de Salma Hayek donde quizá al final del pie, por donde cae el tequila, aguarde cualquiera de esos castosos que dirigen el mundo con la boca abierta.

 

No será Rajoy, que anda por los bosques de Galicia en botines, como dicen en Sevilla, un poco acharlotado con ritmo de cinematógrafo, donde casi sólo le faltan el bombín y el bastón, como si Pablo, en su versión masculina, le hiciera avanzar con patadas en el trasero. Cualquiera diría que el presidente está nervioso con ese caminar de locomotora cómica, aunque uno le ve más bien entrenándose para dos mil quince, que pinta ser un año de grandes acontecimientos.

 

Si Pablo está en un bucle a cuenta de la impresión que produce su persona, aquella no parece hacer mella en Mariano (aunque ya se lo apunten las encuestas) que atesora una disposición como de tener siempre un as en la manga para luego, lo cual termina siendo otro luego y después otro y así sucesivamente, como verle en un vine compareciendo en Moncloa con la solemnidad de Putin, abriéndose portones imperiales a su paso.

 

Esto de los portones a Pablo le debe de invitar a usar la pose de portero imaginándose un bolchevique al asaltar el palacio de invierno de los poderosos, dispuesto a requisar todas sus estancias.  El líder de Podemos, a quien uno a estas alturas le imagina como a un Bourne que en lugar de su identidad trata de averiguar su ideología, en realidad lleva una doble vida pero públicas ambas mitades, lo cual es otra contribución al nuevo orden que se avecina, donde los corruptos de hoy (de antaño se dirá) serán machacas o señoras imponentes perfectamente legales según la ocasión.

 

A quién sí le pone nervioso, además de a los mercados, la figura wildeana de Pablo es a Pedro, una relación que ha tornado el dominio respecto a sus tocayos de Los Picapiedra. Ahora es el primero quien le llama enano al segundo a pesar de la apostura de éste, que en él es una virtud inútil, si acaso pasajera como el éxito de Troy Donahue, que pasó de explotar en estrella adolescente a ser el novio títere de Connie Corleone, precisamente su mejor papel.

 

De este modo, casi ya se puede saber quién es el castoso elegido para abrirle la boca al pie sinuoso de Salma en ese parlamento del pueblo que parece el bar de vampiros ‘La Teta Enroscada’; pero en lugar de al son de los punteos de la guitarra tenebrosa de Robert Rodríguez, al ritmo de los versos sonoros que escribía en trance  el comisario político Monedero: “… Chávez en la señora que limpia, Chávez en el señor que vende periódicos a la entrada del metro, Chávez de la empleada de la tienda, Chávez del vendedor de helados, Chávez de la abuela que ahora ve…”

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