Soy una niña cadáver en un nicho que es mi cama, el aliento putrefacto de un siglo que no ha hecho más que comenzar; soy las tres de la mañana, las cuatro de la mañana, las cinco… ¿Qué he hecho que mi conciencia me persigue y ya no soy más que un nadie diluyéndose en un insomnio que no juraré nunca mío? ¿A quién pertenecen mis noches, sino a los libros que jamás escribiré por la cobardía de ver hechas tinta todas mis sentencias de muerte? Y he escrito muerte aunque se diga soledad porque estas horas están llenas de pensamientos ahorcados estrangulándose en el silencio, de vestidos de funeral y grietas en los zapatos, de miedos monologados, de hormigas, de licores, de palabras de odio, de palabras de rabia, horas llenas de los ojos de mi madre que hoy tan solo recuerdo muertos. Y esta vez escribo muerte porque se dice muerte. Esta vez escribo. O vomito, si se prefiere.