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Mientras tantoCuando más se dice es no diciendo. Días de Monção

Cuando más se dice es no diciendo. Días de Monção


 

Monçao 1

 

En Monção las sombras aparecen cuando menos te lo esperas. Al fondo de una calle, al doblar una esquina. Fue en un mercadillo en la plaza principal, Deu-la-deu, donde encontré la segunda edición de As sombras, de Teixeira de Pascoaes:

 

Arvore minha amiga, abençoada

Alminha vegetal, com que ternura

Abres o brando seio á luz sagrada

Que, como um vento mistico, murmura.

   

Podría estar hablando del viejo ulmeiro, el olmo que sigue vivo, dominando el Miño desde lo alto de la muralla que sirve de mirador y de fortaleza, con la orilla española, tan cercana y tan lejana al mismo tiempo, al otro lado de la corriente, que aquí baja mansa, como si ya supiera que no le queda mucho que luchar hasta llegar a la desembocadura en el Atlántico, entre Caminha y La Guardia.

 


 

“¿Se me entenderá si digo que cuando más se dice es no diciendo?”, se preguntaba Enrique Vila-Matas, ayer, el día de Reyes, en una página, mientras en la siguiente del mismo diario el bailarín/bailaor Israel Galván decía: “Me siento cómodo en el silencio, el sonido que hago yo mismo”. Silencio que las calles de Monção atesoran, y no solo cuando la noche se teje junto al río, las calles empedradas, y los paseos de tierra y arenisca bajo los altísimos plátanos. Cuando caminamos con nuestra sombra a cuestas el ruido que hacen la suelas de los zapatos es el mismo que el de Grândola, vila morena cuando arranca, cuando uno piensa y sueña que no camina solo aunque lo desee.

 

 

Apenas a unos metros del ulmeiro, un hermoso ciprés proporciona sombra amable, ningún delirio, a José Rodriguez Vale, alias João Verde, poeta regionalista que nació el 2 de noviembre de 1866 y murió el 7 de febrero de 1934. Una pared frontera, sobre azulejos azules, como debe ser, recuerda uno de sus mejores poemas, que habla de la vecina España, de la distancia que mantiene el río:

 

Vendo-os assim tão pertinho,

A Galiza mailo Minho

São como dois namorados

Que o rio traz separados

Quasi desde o nascimento.

Deixal-os, pois, namorar

Já que os pais para casar

Llhes não dão consentimento.

 

 

No es de extrañar que el bar de la esquina, el que abre temprano para que intercambien consejas las comadres y cierra tarde para que apuren la noche los insomnes, y los poetas lean y los enamorados se conozcan, se llame Mira Espanha, que es el país al otro lado, el país fatigoso del que de vez en cuando huyo para escuchar lo que casi nunca escucho. Bajo desde el convento dos Capuchos al bosquecillo de los bambúes, y a la fuente de los frailes, donde los peces parecen estar esperando a un Matisse portugués que los calque y los refleje. Y de noche, cuando me siento a escribir mis cuadernos azules en el Mira Espanha, me pregunto por el origen de la camarera, sonriente y silenciosa. Solo la última mañana, antes de partir, a la dueña que por la mañana sirve a las comadres, le preguntaré, y me dirá que no es ni siria ni libanesa, sino brasileira, y que se llama Letizia.

 

Fonte dos frades de Monçao

 

De la entrada rosto e dor, en el Atlas do corpo e da imaginação, de Gonçalo M. Tavares, traduzco el comienzo:

 

«Hay, por otra parte, la cuestión, ya levemente abordada, de la relación entre el rostro –manifestación exterior– y las sensaciones interiores. Wittgenstein desarrolla el tema a partir de la pregunta: ¿existirá una determinada expresión facial directamente ligada a una sensación interna? Liga, por ejemplo, nos preguntamos, como un árbol puede estar ligado a otro por medio de una cuerda».

 

Estragos cubistas

 

Cuando subí la foto a Instagram la titulé Estragos cubistas. Una de las cosas que más me gustan cuando estoy en un lugar que apenas conozco y sé que dispongo de al menos un par de días para perderme es explorar el extrarradio, hacerme una composición de lugar, escribir en los bares, caminar hasta agotarme, imaginar historias detrás del ámbar de las ventanas iluminadas, restaurantes tristísimos como el hotel de las Termas: los comensales apuran la cena, la noche se vuelve irreversible, el río sigue su curso.

 

 

Hace tiempo que trato de hacerme con todo lo que se va publicando de Maria Gabriela Llansol. Tal vez por eso abandoné un día la senda del Miño, madrugué, cogí el autobús que salía de Monção a las siete y media de la mañana, me senté en primera fila, en la parte de arriba, para ver cómo se desvanecían las sombras, y para ser el primero en leer los nombres de las estaciones, de las paradas, de los hitos del camino: Valença, Caminha, Vila Praia de Ancora, Viana do Castelo, Esposende, Porto. En Porto hice lo que siempre. Pero me costó encontrar mi librería favorita. Leitura. Tal vez porque han tenido que vender la planta baja, y el esquinazo, ahora convertido, y no es ninguna metáfora, en una peluquería ultramoderna. Mejor cambiar de peinado que de cerebro. Otra derrota. En Leitura encontré Lisboaleipzig. O encontro inesperado do diverso. O ensaio de música. Esta vez no traduzco, solo transcribo. Son palabras de Llansol:

 

«Está frio e bruma. Incontestavelmente, estamos a Norte, e eu julgo viver em face deles, apenas separados por uma cortina, ou sebe, que nos afazeres e agitação nos tornaria a todos invisíveis mas, no silêncio, faz de nós seres e modalidades de ser, entre si perceptíveis e comuncáveis. Mas tudo é seda e trama fina, sempre à beira de se romper, como soe acontecer ao intenso».

 

 

Seda y trama fina. Sombras y silencio. Junto al hotel encuentro mi casa, de aire oriental, como de alguien que hizo fortuna en Macao. Pero no hago preguntas. Ayer fue el día de Reyes. Todavía recuerdo cuando mi abuela Emilia cortaba el cañaveral en la trasera de la casa de piedra donde pasamos la mejor parte de nuestra infancia. «Es para que pasen los Reyes Magos». Y lo creíamos a pie juntillas. Hay palabras que no tienen más propósito que dar cuenta del tiempo, de la mansedumbre de un río que pasa y que no es ninguna metáfora. ¿Se me entenderá si digo que cuando más se dice es no diciendo? Entre los tesoros que encontré en Monção, junto al tomito de los poemas del amigo de Miguel de Unamuno, había uno, también diminuto, pero con tapas duras, editado en el año de gracia de 1875 por Lallemant Frères, TYP. Lisboa. Fornecedores da Casa de Bragança. Rua de Thesouro Velho, 6. El autor de Arte orthographica da lingua portugueza es Manuel do Canto e Castro Mascarenhas Valdez. En escrito datado en Ás Monicas el 8 de Outono de 1875, y que firma, «com muita particular estima», D. José de Lacerda, y que hace las veces de prólogo, se lee en sus últimos compases: «A Arte Orthographica é obra indispensavel a todas as pessoas estudiosas, como auxiliar da instrucção primaria, e como complementar do curso da lingua portugueza. A sua leitura e estudo hade ser de maxima utilidade assim aos professores como aos seus alumnos; e os mesmos homens feitos n’esta especialidade d’estudos não a lerão inutilmente». Por eso he decidido aplicarme. Para cuando vuelva a Monção, a orillas del Miño, frente a Salvatierra del mismo río, quizás para encontrar lo que Israel Galván, y para descansar de tantas fatigas españolas, de tanto ruido, de tanta senda rota.


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