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Mientras tanto'Birdman' o querer ser alguien

‘Birdman’ o querer ser alguien


 

 

 

Ir a ver una película y que empiece con los versos de ‘The last fragment’ de Raymond Carver es como para levantarse y aplaudir, pero que esa misma película narre la vida de un actor que, en sus horas bajas, dirige la adaptación teatral del relato ‘De qué hablamos cuando hablamos de amor’, también de Carver, es para ponerse de pie y hacer una ola. Estoy hablando de Birdman, la última película de Alejandro González Iñárritu.

 

Birdman fascina. No sólo por lo que cuenta sino, sobre todo, por cómo lo cuenta. Porque lo hace mediante unos protagonistas que, en su vida privada, son muy parecidos, casi iguales, a los personajes del relato de Carver al que ellos mismos dan vida en un escenario de Broadway. La película es otra versión del relato, como si los personajes, cada uno a su manera, se preguntaran qué es lo que entienden cuando hablan de amor o de realidad. De lo que es la realidad encima del escenario, aunque, sobre todo, fuera de él. Pero Birdman no habla de amor. O sí. Pero no solo de eso. Habla de quiénes somos en verdad. Habla de lo que somos cuando se baja el telón y nos quitamos el traje de padre, el de workaholic o el de rebelde adolescente. Birdman se cuestiona si al salir del escenario dejamos de actuar o si lo más real que concebimos es el aprendernos un papel que nos defina a ojos de los demás.

 

Cada uno de los personajes de la película persigue un sueño. Uno de ellos, el encarnado por Naomi Watts, cuando están a punto de estrenar la obra en Broadway se pone a llorar. Ve que su sueño se ha cumplido: ya es una actriz de Broadway. ¿Ahora qué? ¿No se supone que debería brindar con botellas de champán francés? Pero no. No descorcha ninguna botella: llora. Se ha cumplido su sueño pero no ha pasado nada, no se siente diferente. Cuando acaba la obra desciende el telón. Hay aplausos y un fundido a negro.

 

También está el propio protagonista, Riggan Thomson –autor venido a menos después de dar vida a un personaje súper taquillero, Birdman– que sueña y ha soñado toda la vida con «ser alguien». Riggan me dio pena. En realidad, a todos nos lo han dicho cientos de veces: tienes que ser alguien. Eso sí; nunca nos han aclarado qué narices quiere decir eso. ¿Alguien para quién? ¿Para mi o para los demás?

 

Esas frases son traicioneras. Sobre todo los domingos de invierno por la tarde. Porque cuando salí de ver Birdman ya me lo veía venir. Frío, lluvia, amor… Mala combinación. Así que mientras comentábamos la película dije en un arranque melancólico y hollywoodiense:

 

Yo también quería ser alguien.

Se me quedaron mirando y surgió esa misma pregunta.

¿Pero para quién?

 

Entonces no supe si era para mí o para los demás. Si lo decía por montar la escenita y que me dieran la palmada en la espalda, si me refería a querer haber sido famosa y todas esas tonterías o si hablaba de algo más profundo. Porque lo de querer ser ‘alguien’ es un poco confuso. Todos queremos ser alguien. Pero hace falta ser un poco más específico.

 

De niño te lo repiten continuamente. Tienes que ser alguien importante: “esta chica es buena, va a ser alguien”. A los dieciocho te lo crees. Porque a los dieciocho uno cree que la vida va a ser una retahíla de asignaturas y que las peores elecciones que tendrá que tomar serán las de escoger una optativa o la otra. La cantinela de que los mejores años son los de la universidad no se refiere a la infinitud de tequilas y resacas. Se refiere a que después, uno se hace mayor y hay caminos y elecciones. No hay un plan de asignaturas para el año siguiente ni siquiera existe septiembre si se suspende. Y claro, están también esas preguntas… ¿eres alguien? ¿pero para quién?

 

Birdman habla también un poco de eso: de suspender en la vida. Como persona, como padre, como marido, como hijo. De no tener absolutamente ni idea de lo que hablamos –como en el relato de Carver cuando hablamos del amor, de la vida, de la realidad. Y de seguir viviendo y hablando como si lo supiéramos. Aunque eso, también lo decía Carver, debería darnos vergüenza.

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