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La izquierda se lleva peleando desde el principio. Por eso hay cuatro internacionales. La primera se dividió por las desavenencias de Carlos Marx con Mijail Bakunin. La segunda, la comunista, la que se quedó Marx, se partió en dos por los desacuerdos entre sus miembros respecto a su postura en la Primera Guerra Mundial y sobre el mejor modo de llegar al poder. El triunfo de la URSS dio alas a la Tercera Internacional. Y, con la llegada al poder de Stalin, la oposición liderada por Trotsky se propuso crear la cuarta. Menos de ochenta años de historia de la izquierda y ya teníamos todo ese lío montado.
Pero quizás la muestra más palpable de la división histórica de la izquierda sean las primeras elecciones democráticas en España tras la caída de Franco, las de 1977. Además de un PSOE renovado y un Partido Comunista con los mismos líderes que había en los tiempos de la Guerra Civil (aunque ello no impidió su viraje hacia un eurocomunismo que era, en realidad, socialdemocracia), concurrían otras fuerzas relevantes como el Partido Socialista Popular de Enrique Tierno Galván, la Organización Revolucionaria de Trabajadores (ORT), que era maoísta, el Partido de los Trabajadores de España, el Movimiento Comunista, la Liga Comunista Revolucionaria, ésta de inspiración trotskista, enre otros muchísimos.
Es cierto que la derecha concurría a esas mismas elecciones también muy fragmentada, pero como cuenta Julio Aróstegui, aunque tanto los grupos de la derecha como los de la izquierda experimentaron la misma tendencia hacia la concentración en pocos partidos, ello afectó especialmente a la derecha, que se aglutinó en torno a la UCD y a AP, mientras que la izquierda se presentaba siempre más diferenciada por la permanencia de grupos a la izquierda del PCE que éste nunca logró atraer a su órbita.
¿Cuándo hay más divisiones?
La división de la izquierda no es de hoy. Y parece que se acentúa cuando hay verdaderas oportunidades de cambio. Ocurre ahora y sucedió en 1977. También en los momentos de más tensión, como alrededor de la Primera Guerra Mundial y en la propia Guerra Civil Española, cuando también estalló una pequeña, aunque cruenta, guerra entre las propias izquierdas, entre comunistas y trotskistas, entre comunistas y anarquistas.
En cambio, en momentos de tranquilidad y cuando se da todo por perdido, domina la unidad. Hay que buscar el abrigo de los camaradas, porque cuando nos sentimos solos y perdedores, le damos más importancia a lo que nos une que a lo que nos separa. Así pues, Izquierda Unida, el gran experimento unitario de la izquierda a la izquierda del PSOE ocurrido en España, se gestó cuando éste, el partido de Felipe González, se había convertido en la gran fuerza hegemónica. Fueron las traiciones del PSOE a su electorado las que hicieron crecer (muy modestamante) a Izquierda Unida. Pero IU siempre ha tenido muchas almas. Y a algunas las fue perdiendo por el camino. La más socialdemócrata, primero, cuando al frente estaba Julio Anguita. Se creó Nueva Izquierda, con Cristina Almeida y Diego López Garrido al frente, y después acabó en el PSOE. La más anticapitalista, después, cuando mandaban Francisco Frutos o Gaspar Llamazares, y en dos oleadas: la Corriente Roja de Nines Maestro y la Izquierda Anticapitalista, que entonces se llamaba Espacio Alternativo y cuya cabeza visible que recuerdo era Jaime Pastor. Casi no nos acordamos, pero allá por los años 2001, 2002, 2003 y 2004, las agrupaciones más combativas del PCE, el partido dominante dentro de IU, decían que la coalición sólo sobrevivía por los cargos que todavía era capaz de proporcionar a algunos de sus miembros.
Siempre hemos querido creer que las divisiones en la izquierda tienen que ver con las convicciones. Que los divorcios responden a decisiones de la cúpula vistos como inaceptables para ciertas corrientes. Por ejemplo, se puede entender que hubiera gente en IU descontenta con la estrategia de Julio Anguita en contra de cualquier pacto con el PSOE; también, que luego otros se enfadaran porque, de eso, IU, con Francisco Frutos y Gaspar Llamazares, pasó a ser el principal palmero de un Gobierno, el de José Luis Rodríguez Zapatero, que no se lo terminaba de merecer.
Mucho antes incluso, en 1977, también era de entender una división de la izquierda por convicción: había organizaciones y personas que habían arriesgado su vida por conseguir una democracia más de verdad que la que hacía posible una transición que, en su opinión, sólo era una reforma del régimen anterior, de la dictadura. Ellos querían una ruptura real y no pasar a un sistema en el que los apellidos de los poderosos siguieran siendo los mismos. Por eso no podían soportar la idea de unirse al PCE.
Aunque las divisiones de la izquierda en España están ligadas a acontecimientos muy internos, muy de la política doméstica, estos fenómenos han tenido lugar en todos los países europeos. En Grecia, ahora conocemos a Syriza, pero también al KKE. En Alemania tienen al SPD y, además, a un ala que se le escindió, Die Linke. En Francia nació el Parti de Gauche; en Italia, Rifundazione Comunista… En 2009, Daniel Bensaid hablaba de la emergencia de una nueva izquierda después de la caída del comunismo y después de que la socialdemocracia tradicional se entregara al capital, gracias, entre otros, a Tony Blair y a su Tercera Vía.
Las convicciones y… el poder
Pero, ¿qué es lo que pasa ahora? Si mirando retrospectivamente se pueden reconocer divisiones y peleas por convicción, algo que podemos perdonar e incluso entender porque, en su día, también tomamos partido por unos o por otros, ahora nos resulta mucho más difícil discernir, distinguir los motivos de unos y de otros. Porque las divisiones en política no sólo tienen que ver con las ideas sino también con el poder.
¿Las deserciones en IU tienen que ver con él, con la posibilidad de que sólo a través de Podemos la izquierda a la izquierda del PSOE pueda tocar el poder alguna vez?, ¿es la ambición por obtener cargos políticos lo que está provocando este desbarajuste en la izquierda, esa ola de deserciones en las filas de Izquierda Unida?, ¿hay muchos abandonando el barco de IU porque esta coalición ya no va a dar más puestos de trabajo a sus militantes y a sus cuadros?, ¿o lo hacen porque ésta puede ser la última oportunidad para cambiar las cosas en España, lo de menos son las siglas, lo importante es que se ha podido crear el instrumento más apropiado para hacerlo y que ése puede ser Podemos?, ¿se embarcan en nuevos proyectos para converger con el partido de Pablo Iglesias porque en IU han llegado a un nivel inaguantable de frustración y de impotencia?, ¿los desertores son sólo pragmáticos y dirigen sus esfuerzos en la dirección que creen va a ser más eficaz?, ¿Podemos no admite acuerdos con otras formaciones pero sí se empeña en captar a los mejores de IU para enriquecer su pobre -por joven- infraestructura?
Pero, y los que resisten, ¿lo hacen porque ya son mayores, porque ahí está su medio de vida, o aguantan porque creen que también será necesario un partido a la izquierda de Podemos para fiscalizarlo cuando llegue al Gobierno?, ¿no se fían de que Podemos sea un partido de izquierda de verdad?, ¿su a veces ambiguo discurso, su carácter atrapalotodo, su espíritu transversal, podrán convertirlo en una fuerza tan moderada como lo ha sido el PSOE y, por tanto, requerirá de una fuerza a su izquierda?
Añado, como nota al pie, un día después de publicar el artículo, la siguiente frase del historiador peruano Pablo Macera que he encontrado citada en La Historia después del final de la Historia, de Josep Fontana, y que es la mejor síntesis de esta entrada:
«Debemos aprender a vivir sin oportunismos en esta frontera (entre dos épocas). De lo contrario, todo proyecto reformista sólo vendría a ser una herramienta disimulada de arribismo, una maniobra para engañar por igual a nuevos y antiguos».
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