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Se llama Marco Revelli y acaba de publicar La lucha de clases existe… ¡y la han ganado los ricos! Nos ha interesado su libro porque explica la curva de Laffer. Hasta hace muy poco tiempo, sólo hablaban de ella los muy versados en economía, sobre todo los fiscalistas y, dentro de ellos, los más liberales, que son los que más aprecio han sentido siempre por esta figura geométrica. Pero ya ha llegado al gran público. Puede que por Ciudadanos, porque, de acuerdo con sus primeras propuestas fiscales, parecen tener fe en ella. Aunque desde antiguo el Partido Popular le ha puesto velas. No recientemente, no en la última legislatura, eso es verdad, pero para las próximas elecciones, tanto las municipales como las autonómicas y, más adelante, para las generales, parecen querer volver a recuperarla.
Hemos dicho que el PP le ha puesto velas a Laffer. Y lo hemos hecho a propósito porque creer en Laffer es una fe como otra cualquiera. Parecida a la de creer en el Cristo de Medinaceli, por ejemplo. Que nadie se ofenda. Ni los creyentes en San Laffer ni en los del Cristo, al que tengo mucho aprecio porque es un vecino casi siempre silencioso.
Tercer párrafo y aún no hemos explicado qué es la curva de Laffer, ni qué mide, sólo hemos dicho que es una fe. No lo contaremos todavía. Vamos a explicar su génesis, que revela Revelli (valga la redundancia) y que nos parece muy interesante.
Corría el año 1974 y Gerald Ford era presidente de unos Estados Unidos inmersos en una gran crisis fiscal. Para atajarla, estaba preparando una subida de impuestos. En un almuerzo sobre este tema, en el que estaban miembros del gabinete del presidente, como Donald Rumsfedl y Dick Cheney, además de Arthur Laffer, entonces catedrático en una escuela de negocios americana, nació la curva de Laffer. En esa reunión, cuenta este último, «mientras comentábamos la propuesta de aumento de impuestos del presidente Ford, conocida con el nombre de ‘WIN’ (Whip Inflation Now -o derrotemos a la inflación ahora-), supuestamente yo agarré mi servilleta y un bolígrafo y tracé sobre ella una curva para ilustrar la relación inversa entre los tipos impositivos y los ingresos fiscales». Laffer, en esa nota autobiográfica que reproduce Revelli, dice «supuestamente» porque en realidad no recordaba la anécdota. Quizás hasta sea falsa.
Pero lo que no es falso es que a partir de los años ochenta, con Reagan y Thatcher, la curva de Laffer se convirtió en la guía de la política fiscal. Una curva de Laffer radicalizada.
Según explica Revelli, «la idea que se visualiza en la curva presupone la existencia de un nivel de imposición más allá del cual cualquier incremento ulterior empieza a funcionar al mismo tiempo como desincentivo para la actividad económica, y como incentivo para las prácticas de evasión, elusión y sustracción fiscal». Parece (o es) una teoría construida contra las subidas de impuestos, por ser «anti-económicas». Podemos resumir la curva de Laffer en «menos impuestos significan más recaudación». Eso, si nos quedamos con la versión más ideologizada y más simplista. Porque podríamos decir, simplemente, que según Laffer, si se suben las tasas impositivas más allá de determinada tasa, quizás se consiga el efecto opuesto al que se busca y se reduzca la recaudación estatal, lo que también ocurre si los impuestos se reducen por debajo de un determinado porcentaje. Pero, intencionadamente, se incide más en lo primero que en lo segundo.
Por decir algo más de Laffer, fue miembro del Consejo Asesor de Política Económica del Presidente Reagan entre 1981 y 1989, después de que en 1978 hubiera divulgado y promovido una enmienda a la Constitución de California que limitaba el impuesto sobre el patrimonio a un máximo del 1%. Ese movimiento, a su vez, dio origen a la rebelión de los contribuyentes que luego condujo al triunfo de Reagan en las elecciones.
De la curva de Kuznets ya hemos hablado en alguna ocasión. Ésta, obra de Simon Kuznets, nacido en 1901 en Bielorrusia, emigrado a Estados Unidos y Premio Nobel en 1971, representa la evolución de la desigualdad a lo largo de la historia. De acuerdo con ella, al principio de los tiempos, la desigualdad era mínima, fue aumentando hasta su nivel más elevado en los tiempos de transición entre la economía agrícola e industrial, para después decrecer, cuando se impuso esta última.
«El modelo», dice Revelli, «no pretendía poseer un valor predictivo (…) Tan solo más tarde -entre los años setenta y los años ochenta- se empezó a hacer un uso ideológico, con el fin de neutralizar las críticas contra los efectos desigualitarios del modelo de desarrollo (…) y de publicitar las políticas de imposición del modelo neoliberal sin el mínimo escrúpulo a los países en vías de desarrollo, a pesar de los efectos negativos para su equilibrio social».
Si la curva de Laffer se interpreta «con impuestos más bajos se recauda más», la de Kuznets implicaría creer que «este modelo de desarrollo termina corrigiendo las desigualdades que necesita crear en primera instancia».
La curva de Kuznets tuvo su versión medioambiental. En ella, se sustituye la variable social ‘desigualdad’ por el indicador medioambiental ‘contaminación’ o ‘degradación medioambiental’. Cuenta Revelli: «El propósito es evidente: se trataba de utilizar el potencial ‘optimista’ de la parábola de Kuznets para combatir tanto los argumentos neomalthusianos, por así decirlo, de los ‘críticos del desarrollo’ (…) como las denuncias ‘poscoloniales’ de quienes veían en la práctica indiscriminada del libre comercio una forma de exportar a la periferia del mundo las producciones con mayor impacto ambiental».
Qué razón tiene Yanis Varoufakis cuando dice que la economía es ideología con ecuaciones. O con curvas aparentemente científicas con ejes de abscisas y de ordenadas en supuesta correlación.
Revelli, después de la descripción y crítica de las curvas de Laffer y de Kuznets, esta última tanto en su versión social como en su versión medioambiental, las desmonta, y con muchísimos datos. La conclusión, ya la saben, es el título del libro con el que comenzábamos este artículo: La lucha de clases existe… ¡y la han ganado los ricos!. Y, en gran medida, por creer a pies juntillas teorías económicas que sólo son pura ideología o por tener una intencionada visión optimista de un modelo económico que ha probado reiteradamente que necesita controles para evitar generar disfunciones sociales. Sus consecuencias pueden ser terribles. Revelli toma prestada de Oxfam esta idea: «Oxfam señala como causa principal de la creciente desigualdad ‘el pernicioso impacto que puede llegar a tener la concentración de la riqueza sobre una representación política equitativa’. Y añade: ‘Cuando la riqueza asume el control de los procesos de decisión política de los gobiernos, las reglas se sesgan a favor de los ricos, a menudo en detrimento de todos los demás'».
Somos libres de creer que el crecimiento económico que ha comenzado en España (el PIB crece, eso es indiscutible) se traslade de las capas más altas de la sociedad, que son las que se están beneficiando de esa recuperación, a las más bajas en forma de goteo, según la metáfora que utiliza Revelli. El caudal de esa especie de lluvia dependerá de las políticas que se pongan en marcha. Hacer caso a Laffer o a Kuznets, sobre todo en sus versiones más ideologizadas, no va a funcionar.
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