Podría ser cualquier habitación de cualquier hospital. Podría ser cualquier hombre corpulento aferrado a un gotero común. Pero ése y no otro, que rompió, enojado, tres ladrillos de la chimenea de un solo puñetazo, conservó en el congelador, años después, restos de una nevada prepirenaica, metidos en una botella, en el primer invierno que no estuve. Ese hombre de pijama azul sistema de salud, ese hombre y no otro, que nació en Campos del Río en 1934 y se quedó viudo con cincuenta y tantos, cuya mano de obra devolvió préstamos familiares, que tuvo un hermano y una hermana, que trajo dos hijas y dos hijos, dos nietos y una nieta, resopla a mi lado, dificultoso, fatigado, burlón, en escorzo, con los puños apretados y acaso cerca el cansancio de vivir. Podría ser cualquier fanático del Barça, cualquier operario, inmigrante del sur, sobreexplotado, marginado forastero en el norte. Y sin embargo. Y sin embargo él y no otro, que hizo siempre gala de una fuerza bruta que me avergüenza profundamente, miró a su nieta, que mochila en mano se despedía, y le regaló, desde la escalera, un verso libre: qué hueco dejas.