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Mientras tanto…Más que palabras

…Más que palabras


 

Esto que sigue es la carta que envió un viejo amigo a la sección Cartas al Director de El País hace ya unos meses; como no se la publicaron y a mí me parece que es muy pertinente la traigo aquí a ver si alguien la lee. Cómo estará de cascado que cuando le sugerí que la enviara a la Defensora del Lector me contestó, con su letra temblona: “No puedo, cada vez puedo hacer menos esfuerzos”. Ya no cumple los 90, vive solo en su casa frente al mar de La Herradura (Granada), y mantiene en perfecto estado el interés por la actualidad y por la lectura. Es un hombre sabio, por eso necesita muy poco para estar conforme con la vida. Fue profesor y sociólogo, también escritor, y después traductor/revisor en la FAO; en Roma trató a muchos españoles trasterrados (Cerón, Alberti). Nunca se casó (aunque se enamoró varias veces). Se llama Luis Rodríguez Aranda y esta es la carta:

 

“¿Se lee bien en España?

 

El domingo 15 de marzo publicó El País una entrevista de Maite Rico a Felipe González en la que éste afirmaba tajantemente:

 

`Por lo tanto, bienvenida sea la posibilidad de que los ciudadanos voten lo que quieran, que es la posibilidad que les ha dado el régimen del 78. Nunca habíamos tenido un régimen que diera esa posibilidad desde la Constitución de 1812´.          

                  

¿De verdad? ¿Ni siquiera en la Segunda República? Entonces, ¿cómo unas elecciones las ganó la izquierda y otras la derecha?

 

Pero lo incomprensible no es tan contundente afirmación (un lapsus lo tiene cualquiera), sino la falta de reacción pública ante ella. Académicos, catedráticos, historiadores, escritores, periodistas, intelectuales de todo tipo, tres millones de lectores de diarios o no se han dado cuenta o han optado por el silencio. ¿O es que se lee sin pensar en la veracidad o en la falsedad de lo afirmado?”.

 

Ahí queda la pregunta de Luis R. A., que abre otras muchas que atañen al débil músculo de nuestra cultura cívica (y de nuestra cultura a secas). O a cierta actitud reverencial hacia quienes han representado el poder,  y por lo visto esa sombra es alargada.

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