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Mientras tantoOportunidades perdidas

Oportunidades perdidas


 

La crisis era una oportunidad. Nos lo dijeron en el año 2007, cuando comenzaba la que aún no ha terminado. Pero la hemos desaprovechado para muchas cosas:

 

 

Para crear riqueza redistribuyéndola. Nos seguimos creyendo ese falso dilema de que o bien se crea riqueza o bien se reparte, dado que las dos cosas a la vez no se pueden hacer. Continuamos pensando que para crear riqueza, quienes se apropian de las plusvalías y los márgenes deben concentrar ambos y multiplicar el beneficio porque un día invertirán y ello, por el mero efecto goteo, llegará a todas las capas sociales, desde arriba hasta abajo.

 

 

Para redistribuir de partida, es decir, en el mercado, igualando salarios de diferentes escalas profesionales y haciendo posible que los salarios participen en mayor medida de la riqueza que genera la empresa.

 

 

Para que el Estado redistribuya más y mejor una vez que lo haya hecho el mercado, con una política impositiva que deje más dinero en los colectivos con menores rentas y las rentas del capital participen en mayor medida en la financiación de los servicios públicos que son los que ayudan a reducir las desventajas de partida de las clases bajas. Hablamos sobre todo de una educación que tendría que empezar a edades tempranísimas.

 

 

Para construir sociedades de verdad más igualitarias. No sólo en cuanto a recursos económicos a los que se puede acceder con rentas básicas o garantizadas, que son muy importantes, necesarias, pero no lo son todo, sino también en cuanto a recursos culturales, sociales, relacionales, que son los que de verdad hacen posible la movilidad social ascendente que no se ha terminado de producir (los hijos de la clase obrera llega a la universidad, pero no mucho más allá, no llegan a puestos directivos ni al poder político todavía, salvo en casos aún anecdóticos).

 

 

Para borrar la desigualdad de género. Las políticas públicas de los últimos años la ha acentuado, han hecho todavía más crónicos los roles tradicionales, han amarrado todavía más a la mujer al hogar y a los hijos. Por no hablar de que la brecha salarial incentiva que las mujeres dejen su trabajo, que son ellas las que sufren en sus carnes en mayor medida los contratos a tiempo parcial, las que soportan más paro y en mayor medida se desaniman y abandonan un mercado de trabajo que las castiga más y les premia menos.

 

 

Para corregir los déficits y las deudas que han aflorado en los últimos años como gran problema construyendo sistemas fiscales más progresivos y más eficaces, para luchar contra el fraude y la evasión fiscal, para armonizar las políticas impositivas en el seno de la Unión Europea, del G20 o incluso de la OCDE, para evitar competencia internacional, porque de ésta sólo se puede salir de una forma cooperativa y no competitiva.

 

 

Para, sobre los bancos que han tenido que ser nacionalizados, construir un sistema financiero público y eficiente, menos centrado en la rentabilidad (aunque sin renunciar a ella) que en la contribución a la transformación de la estructura productiva de España y, en general, de Europa, cada vez más desindustrializada.

 


Para aprovechar la limpieza que ha hecho el implacable mercado sobre ciertas empresas o determinadas actividades económicas para una realizar una verdadera reconversión industrial en España y cambiar el modelo productivo. Podemos hacer referencia al sector inmobiliario en su conjunto. Pero también determinadas empresas individuales: ¿No podían ser ciertas empresas alimentarias en problemas, con necesidad de un rescate, de apoyo financiero, el germen de una gran manufactura de la alimentación innovadora, moderna, de propiedad estatal?, ¿no puede ser ahora mismo Abengoa la primera semilla de un conglomerado industrial centrado en las energías renovables que haga de España un país menos dependiente del crudo y reduzca su factura energética, al tiempo que exporta un modo nuevo de hacer las cosas?

 

 

Para mejorar la calidad de vida de todos, reducir los tiempos de trabajo, aumentar los dedicados a la cultura, al deporte, al tiempo libre, a la familia, a lo que nos gusta de verdad. De la crisis tiene mucha culpa la hiperproducción, el consumo excesivo… Para drenar esos problemas, se ha generado un nivel de desempleo insoportable e insostenible. Hay que corregirlos trabajando menos y mejor. Trabajando menos, además, para trabajar todos.

 

 

Para pensar en el medio ambiente, pensar en cómo mantenerlo y no continuar destruyéndolo. Algunas de las medidas que hemos apuntado contribuirían a lograr un crecimiento más sostenible medioambientalmente, como la reducción de los objetivos de producción, las expectativas de beneficio, la apuesta por las energías verdes, la reducción del consumo de combustibles fósiles…

 

 

Para cambiar no sólo las caras de la política, sino las formas de hacer política. Durante la crisis se creó un sustrato proclive a una mayor participación de la sociedad en las decisiones que nos afectan a todos, una mayor preocupación por los asuntos públicos, una mayor concienciación sobre la importancia de implicarse. Hubo un germen de democracia directa, de democracia participativa que al final ha quedado en agua de borrajas.

 

 

Demasiadas oportunidades perdidas que no nos podíamos permitir. Hemos visto, quizás definitivamente para la mayoría de generaciones vivas, cómo la ventana de la oportunidad se ha cerrado ante nuestras pasmadas caras. Estas grietas sólo surgen una vez cada cuarenta años. Y eso sólo si tenemos suerte. Hubo unos meses en que parecía que la crisis y el sufrimiento no iban a ser en vano. ¿Qué ocurrió para que, al final, nada vaya a cambiar de verdad?

 

 

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