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Mientras tantoGuerra contra el Terror: imágenes inexistentes de los valores occidentales

Guerra contra el Terror: imágenes inexistentes de los valores occidentales


 

Cárcel de Bagram, noviembre de 2002. El interrogatorio se está produciendo en la celda número cinco de la cárcel de Bagram, antigua base aérea soviética a 60 kilométros de Kabul. El soldado Damien Corsetti trata de concentrarse en la lectura de la novela antibelicista Trampa 22 mientras los interrogadores –entre los que se encuentra un médicorealizan su trabajo. Es difícil concentrarse. Los interrogadores golpean una y otra vez al detenido, al que han desnudado. Se oye un crujido. El médico revisa al detenido. Es sólo una costilla rota. El interrogatorio puede continuar. Los golpes, ahora sobre todo en los testículos del prisionero, se reanudan.

 

No sería hasta varios años más tarde, cuando Damian Corsetti hablaría de todo aquello con el periodista español Pablo Pardo. Su historia puede leerse en el libro El Monstruo. Memorias de un interrogador (Libros del K.O., 2011). Su trabajo por aquel entonces en Bagram era extraño: presenciaba los interrogatorios y escribía informes sobre las sesiones, pero no estaba autorizado a intervenir. No se convertiría en interrogador hasta un tiempo después.

 

Los detenidos en Bagram eran en su inmensa mayoría inocentes. Muchos de ellos habían sido detenidos tras denuncias falsas. El ejército estadounidense pagaba por cualquier información que ayudase a detener a miembros de Al Queda. Las denuncias falsas a cambio de unos dólares eran un buen negocio. Muchos de esos detenidos, además, no eran registrados oficialmente cuando entraban en la prisión. La llamada “guerra contra el terror” se estaba llevando a cabo en las sombras. Las reglas que regían los interrogatorios eran difusas y se conocían como Crueldad Informal: privación de sueño, ahogamientos simulados, sesiones de golpes o tortura psicológica. Todo ello en nombre de la Democracia.

 

Corsetti afirma que los detenidos se asustaban especialmente cuando los interrogadores les amenazaban con enviarlos a Guantánamo, un lugar del que se sabía poco, pero que ya tenía resonancias aterradoras como limbo alegal (Obama prometió cerrarlo en su prima campaña electoral a la presidencia: sigue abierto). También cuando les decían que si no colaboran serían enviados a cárceles situadas en países colaboradores de Estados Unidos, como Egipto, en cuyas cárceles la tortura era aún más intensa que en Bagram (el régimen de Al Sisi, según informes de ONGs está superando al de Mubarak en represión política: Al Sisi recibe cada año miles de millones de dólares desde Washington, y el respaldo tácito de los principales países de la Unión Europea).

 

Cárcel de Abu Ghraib, Iraq, 2003. Meses más tarde de su llegada a Afganistán, Corsetti entraba en la cárcel de Abu Ghraib, un inmenso centro penitenciario a las afueras de Bagdad usado por el régimen de Sadam y ahora utilizado por el ejército estadounidense. Los reclusos se contaban por miles. Y no dejaban de aumentar. El ejército estadounidense usaba la estrategia sixteen to sixty (de dieciséis a sesenta): cuando recibían un ataque desde un poblado o un barrio, los militares estadounidense se dirigían hacia allí y detenían a todos los hombres que encontraban con edades entre los dieciséis y los sesenta años. Otros detenidos, como sucedía en Afganistán, estaban en Abu Ghraib tras denuncias de informantes locales con una fiabilidad cuestionable. Corsetti le cuenta a Pardo que, si en Afganistán, los soldados tenían más o menos claro que hacían en aquel país (desde allí se había planeado el ataque del 11-S contra las Torres Gemelas), las razones para haber invadido Iraq eran turbias: ¿petróleo?

 

Corsetti admite que en Iraq las cosas comenzaron a salirse de madre. Los largos interrogatorios y las torturas sistemáticas se implementaron con métodos muy similares a los empleados en Afganistán. Buena parte del personal militar, dice Corsetti, eran simples piezas en un mecanismo burocrático que parecía avanzar hacia el abismo. Estaban encerrados en una especie de Trampa 22 del siglo XXI. Todo aquel descontrol, según Corsetti, se puso de manifiesto cuando se filtraron las fotos en las que algunos soldados estadounidenses que prestaban servicio en Abu Ghraib aparecían junto a presos en situaciones humillantes. Aquellas fotos, que apenas reflejaban el horror de las torturas sistemáticas que se cometían en las salas de interrogatorios, no habrían sido posibles en la cárcel de Bagram: allí el control era exhaustivo y ningún soldado habría podido entrar con una cámara, mucho menos usarla como se había hecho en Abu Ghraib.

 

Mayo, 2015. La televisión pública estadounidense PBS emitió el pasado mayo un reportaje titulado Secretos, política y tortura, en el que se revisa el papel de la CIA en la llamada “guerra contra el terror”. En concreto, se centran en los planes de detenciones y torturas llevados a cabo durante la Administración Bush. Resulta estremecedor. Aquellos programas se han podido conocer gracias a la labor de algunos senadores estadounidenses y a la de varios periodistas que decidieron hacer públicos los hallazgos (parciales, la mayoría del material sigue siendo secreto) encontrados en los más de 6 millones de páginas de documentos.

 

Entre los materiales que pudieron revisar los senadores no se encontraban las grabaciones de vídeo de algunos de los interrogatorios realizados por la CIA en sus cárceles secretas en países como Afganistán, Tailandia, Lituania, Rumanía y Polonia (estos tres últimos, países miembros de la Unión Europea: la Europa de los valores). La CIA destruyó esas grabaciones cuando las investigaciones comenzaron a avanzar.

 

Otros muchos países –incluida España permitieron usar su espacio aéreo e incluso sus aeropuertos para el paso de los vuelos secretos en los que se trasladaban detenidos.

 

 

 

A día de hoy, ningún alto cargo de la CIA ni de la Administración Bush, que autorizó los programas secretos contrarios a la Convención de Ginebra, se ha enfrentado a un tribunal. No hablamos sólo de torturas: también de secuestros, programas de asesinatos (por lo general con drones, bajas civiles incluidas) y de pactos con dictadores para subcontratar la represión (igual que los años 70 y 80 cuando los enemigos eran los movimientos izquierdistas y laicos de los países árabes, perseguidos, torturados, exiliados). Tampoco ningún líder europeo ha tenido que enfrentar una investigación judicial para establecer si se produjeron complicidades criminales en base al Derecho Internacional.

 

Otoño de 2015. A raíz de los brutales atentados cometidos en París por ciudadanos europeos radicalizados, se han podido leer en los medios de comunicación occidentales, incluidos los españoles, numerosas declaraciones de políticos y columnas de opinión llamando a la lucha contra el Estado Islámico en defensa de “los valores occidentales”. Si no recuerdo mal, en ninguna de estas piezas dialécticas se precisaba si se referían a los valores que se mantienen –menguantes, pero aún amplios dentro de nuestras fronteras o los que usamos –Jekyll & Hyde en el desconcertante mundo exterior que empieza allí donde terminan nuestras murallas.

 

@linoveiguela

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