La actual Europa desnortada se debería fijar con atención en el espejo de la gran universidad renacentista europea; decir paneuropea sería una redundancia: si ha habido una institución europea esa fue la universidad anterior al cataclismo de la Reforma, la Contrarreforma y las guerras de religión que asolaron el continente. En aquel universo de saber y conocimiento el examen y eventual concesión del grado de doctor adoptaban el simbolismo de un matrimonio del doctorando, que siempre era un hombre, es ocioso decirlo, con la Universidad, cuya representación, como su género, era femenina. Casi una diosa, un recuerdo de la promiscuidad con la que dioses olímpicos y humanos se relacionaban en la Antigüedad Clásica. A esa ceremonia el “novio” era acompañado por dos padrinos: el tutor y el detractor. El primero, cuyo heredero es el actual director de tesis doctoral, culminaba en ese matrimonio simbólico el trabajo de años de tutela académica y personal del doctorando, aconsejándolo o dándole ánimos durante el difícil y enojoso trámite de la defensa de la Tesis. El detractor, lo han adivinado, era como el demonio que acosa a los personajes de los dibujos animados. Cual abogado o mera encarnación del diablo, se dedicaba con entusiasmo durante el examen a molestar al doctorando y a tratar de hacerle perder la concentración, llegando al extremo de incluso pellizcarlo o gritarle.
Resulta difícil imaginárselo, pero hagamos un esfuerzo y situémonos en el paraninfo histórico de la Universidad de Alcalá, en el Colegio Mayor de San Ildefonso, embrión de la universidad cisneriana y de sus dos hijas y mal avenidas hermanas: la Universidad Complutense de Madrid y la Universidad de Alcalá. La entrada al espectáculo, pues tenía mucho de eso, era libre, la gente entraba y salía constantemente, hablaba en voz alta, comía, gritaba, incluso, si sabían latín, literal no figuradamente, podían hacer preguntas al doctorando, que tenía que sufrir una verdadera ordalía, pues podía ser preguntado acerca de cualquier saber que le hubiesen enseñado durante la carrera. En latín, siempre en latín. No es de extrañar que pocos doctorandos superaran aquella exigente y diabólica prueba. A los pocos que aprobaban se les abría en su honor la puerta de la gloria; en el exterior, en la plaza, les aguardaba el pueblo de la villa, dispuestos a conferirle tratamiento de héroes, aunque en Alcalá no existiese la tradición salmantina del víctor, el emblema que los nuevos doctores tenían derecho a pintar en algún muro de la histórica ciudad con “el rojo de Salamanca”. A los muchos que suspendían, les aguardaba la puerta de los carros, donde eran sometidos a mofa y escarnio de los decepcionados vecinos de la villa, muchos de los cuales habían asistido al acto. ¿Decepcionados? ¿Por qué? Porque era costumbre que el nuevo doctor por la Universidad de Alcalá, el último en contraer matrimonio simbólico con ella, convidase a los allí congregados. ¿Pueden imaginarse la dolorosa a la que tenía que hacer frente el flamante esposo? Si sigue aún en vigor, creo que la acostumbrada comida que el neo doctor tiene que pagar en los tiempos actuales a todo el tribunal de la tesis es cosa menor en comparación con aquello.
No es de extrañar que a la dificultad académica se uniese la insolvencia económica como explicación de que muchos doctorandos optaran por recibir su grado en universidades de menos relumbrón y prosapia pero más económicas, como Pastrana, Sigüenza, El Burgo de Osma o Baeza.
Paraninfo tiene una etimología muy clara: pará, “al lado de”, y nýmphi, “novia”, es decir “los que acompañan a la novia”. En algunos rituales universitarios que mantienen las normas de la universidad europea, como el holandés, aún existe la figura de los paraninfos (paranimfen), pero ambos son un par de padrinos que actúan como consejeros, no se conserva la división de funciones de la ceremonia antigua. El DRAE recoge también la siguiente acepción: “En las universidades, persona que anunciaba la entrada del curso, estimulando al estudio con una oración retórica”; por tanto, el encargado de dar la lección de apertura del curso académico en una facultad o en un colegio mayor estaría ejerciendo de “paraninfo”.
En otras culturas la palabra designa, en conformidad con sus orígenes, a los padrinos del novio o de la novia en una boda. Pero la acepción más conocida en España de este vocablo es la de “salón en el que tienen lugar los actos académicos de las universidades”. En un peculiar tipo de metonimia el vocablo que nombraba a dos de los participantes en la ceremonia académica por excelencia ha pasado a designar el lugar donde esta tiene lugar. Y en el paraninfo más ilustre de nuestra universidad, el de Alcalá, tiene lugar todos los 23 de abril, fecha del fallecimiento del autor del Himalaya de nuestra literatura (aunque algunos autores consideran que falleció el día 22 de abril de 1616), como un reloj, la entrega del más alto galardón de nuestras letras: el Premio Cervantes. Felicidades a Fernando del Paso, que recogerá este galardón en el año del cuarto centenario de la muerte de Miguel de Cervantes Saavedra.