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Mientras tanto2016/07 — La redacción

2016/07 — La redacción


 

Lunes, 8 de febrero

 

 

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* El objetivo de esos finales [de las novelas realistas] es consolar, mientras que el efecto que buscan muchos desenlaces modernistas es inquietar. Los victorianos creían que una de las funciones del arte era levantar el ánimo del lector. Se consideraba que la melancolía debilitaba la moral. Incluso se veía como un peligro desde el punto de vista político. Un pueblo desanimado sentía desafección. Por ese motivo casi todas las novelas victorianas terminan de un modo positivo.

 

* Un escritor puede acumular una frase tras otra, una adjetivo tras otro, con el objetivo de determinar la esencia imprecisa de una cosa. No obstante, cuanto más lenguaje utilice para describir a un personaje o una situación, más tenderá a enterrarlo bajo un montón de generalizaciones. O más lo hundirá bajo el lenguaje mismo.

 

Terry Eagleton en Cómo leer literatura.

 

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“Además de la ficción y la no ficción, tendría que haber una nueva categoría para la mezcla de hechos y ficción. Lo que hago yo es lo que los periodistas tiene prohibido hacer”, explica Beigbeder.

 

Frédéric Beigbeder a David Morán en ABC.

 

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Es una época maravillosa para estar haciendo esas cosas, porque ahora la economía mundial está como está, movediza. Pero le daré un ejemplo de cómo funciona la creatividad. BuzzFeed nos robó a uno de nuestros mejores periodistas, Mark Schoofs. Le pagábamos mucho dinero pero ellos le ofrecieron más. Lo que fue enorme es que le dijeron que podía contratar a seis reporteros y un pequeño equipo de datos para hacer periodismo de investigación, pero orientado a su audiencia. Es decir, millenials, urbanitas y con estudios. Primero estaba molesto pero luego pensé: «Un momento, nosotros existimos para ayudar a recuperar el periodismo de investigación, que fue arrasado por el colapso del modelo de negocio de los periódicos en Estados Unidos». Y yo no soy un millenial urbanita, no leo BuzzFeed a diario, pero leí un par de historias que sacaron y que eran maravillosas. Hace poco pregunté a Mark cuántos periodistas eran ya y me dijo que 20. Y lo que intentan hacer es restaurar en un entorno digital lo que el entorno digital destruyó.

 

Entrevista de Antonio Villarreal a Paul Steiger.

 

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Martes, 9 de febrero

 

La diferencia fundamental entre una librería y una biblioteca es que la biblioteca solo la visitan lectores. Nadie entra en una biblioteca para hacerte un regalo, a sabiendas de que te gustan los libros. Nadie entra tampoco para cargar inútilmente un par de kilos de papel hasta casa, que luego habrá de cargar de vuelta. Cuando uno entra en una biblioteca, quiere leer.

 

Cuando uno entra en una librería, quiere comprar.

 

Un libro tomado en préstamo de una biblioteca no tiene nada que ver con un libro comprado en una librería, siendo —para aclararnos— exactamente el mismo libro. Digamos que Pureza, de Jonathan Franzen.

 

Pureza, comprado, son 24 euros, un momentáneo pico de placer por consumir (el consumo es una dilatación del ego, transitoria: compramos para ampliar el imperio de la pertenencia), la potestad de destrozar el libro a subrayados, de mancharlo con el café, de dejarle a otro leer nuestro libro, que dinerito nos costó. Pero también es una suerte de esclavitud, porque 24 euros obligan un poco a leer ochocientas páginas que a lo mejor son un coñazo, de modo que quien compra un libro lee siempre un poquito más a disgusto que quien lee gratis, pues dejar de leer nunca supondrá para este último un despilfarro.

 

Alberto Olmos en buensalvaje.

 

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La actitud de César Rendueles como entrevistado es mucho más coherente con su trayectoria activista que con el disfraz de ensayista de éxito (relativo, puntualiza) que saltó a la fama con la publicación de Sociofobia (Capitán Swing). Ahora presenta Capitalismo canalla, publicado por Seix Barral, cuya contraportada califica al entrevistado como “uno de los intelectuales de izquierda más relevantes del nuevo siglo” y al libro como “el ensayo más esperado”. La editorial tiene una persona dedicada a la promoción del libro y el autor lleva semanas concediendo entrevistas; lo que, si se conoce su tesis sobre el trabajo fordista, obliga a comenzar la entrevista con la pregunta de si está cansado, harto o molesto por la promoción.

 

Entrevista de Ignacio Trillo Imbernón a César Rendueles en buensalvaje.

 

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Después de tantos años escribiendo, y también leyendo todo lo que puedo de lo que se publica, sigo soñando con el premio perfecto, limpio, indiscutible. El premio Nacional para Técnicas de iluminación, de Eloy Tizón, por ejemplo; el premio Nobel para Javier Marías; el premio Nacional de Poesía Joven para Pablo Fidalgo. He participado como jurado en muy pocos certámenes, pero puedo afirmar con una seguridad absoluta que nadie ganará un premio si yo le apoyo. Lo siento por Tizón, y por los otros dos.

 

Alberto Olmos en buensalvaje.

 

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Miércoles, 10 de febrero

 

Uno de los enigmas del periodismo es que los periódicos salgan cada día sin rastro de tanta sangre y traición: sólo reflejan las guerras de afuera y, en contra de lo que se cree, tampoco demasiado.

 

El sol como disfraz. Pedro Sorela.

 

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Jueves, 11 de febrero

 

Muchas veces me pregunté por qué, a lo largo de los años, el boxeo produjo tantos muy buenos relatos literarios y, en cambio, con el fútbol no ocurrió lo mismo. A menudo me respondí que debía ser por sus distintas características. El boxeo es individual y el fútbol un juego de equipo, y en la ficción los héroes singulares dan mejor resultado que los colectivos. El púgil, además, expone su propio cuerpo, su integridad, en cada enfrentamiento, cosa que —salvo excepciones— en el fútbol no sucede. Por otro lado, el objetivo en el fútbol es, digamos, más bien simbólico (meter la pelota en el arco más veces que el equipo contrario), mientras que en el boxeo se puede calificar de real: dejar al adversario fuera de combate. La parábola clásica de los boxeadores: pobreza-éxito-fortuna-despilfarro-pobreza otra vez, es, desde luego, dramática en sí misma.

 

Después me di cuenta de que hay otro elemento en la ecuación, quizá más decisivo: la literatura boxística tiene mucha más historia que la futbolera. “Un buen bistec”, de Jack London, posiblemente el primer gran cuento de boxeo, fue publicado en 1909. Desde entonces, muchos otros autores de prestigio (Hemingway, Cortázar, Piglia, etc.) siguieron su huella. El fútbol está muy lejos de contar con tal tradición.

 

Cristian Vázquez, en Letras Libres.  

 

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En How Fiction Works James Wood se pregunta cómo la literatura nos enseña a ser más observadores. Usa el término noticing. El ejemplo que da es “notar que mi madre se limpia los labios antes de darme un beso”. Leer ficción le da al lector una mejor capacidad de observación de la realidad y, en consecuencia, el lector observa una mayor cantidad de detalles en su propia cotidianidad. El lector, de acuerdo a Wood, es cada vez mejor noticer de detalles dentro y fuera de la literatura.

 

Elvira Liceaga en Letras Libres.

 

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Yo trabajaba en El País y estaba mal acostumbrado. Por lo general los escritores querían ser entrevistados para el periódico, y alguno, incluso, como Aldo Busi, hacía tales esfuerzos por soltar frases de titular que lo convirtiesen en el niño malo de las letras italianas, el muchacho rebelde o alguna postalita por el estilo, que mi jefe entonces, Félix Bayón, que tenía una de las mejores carcajadas que recuerdo, me permitió escribir, no la entrevista sino la crónica de los esfuerzos de Busi por llamar la atención, algo mucho más informativo. Poco después leí satisfecho la columna furiosa de Aldo Busi en su revista. Eso fue años después de lo de Sciascia.

 

Pedro Sorela.

 

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Sábado, 13 de febrero

 

Como venía siendo habitual, la velada comenzó con las presentaciones al uso. Así que yo volví a referir mi historia, que por aquel entonces había alcanzado una forma más o menos estandarizada: “Soy un escritor español a quien el Gobierno de Baviera, atendiendo al mérito de sus novelas traducidas al alemán, ha decidido otorgar una beca para que resida un año en Bamberg sin preocuparse de cuestiones económicas, dedicado única y exclusivamente a la creación”. Y tras esbozar una sonrisa, añadía de forma un tanto mefistofélica: “Por supuesto, estoy muy agradecido a la sensibilidad que Alemania demuestra hacia los escritores. En España, por desgracia, semejante empresa sería imposible”. Para pasmo de mi oyente, tenía que explicar entonces que en mi país el escritor es desde siempre una figura sospechosa, alguien que en el mejor de los casos oficia de portaestandarte, y en el peor, de mandarín. Y que luce bien en los ágapes, pero poco más. La literatura, concluía yo, “forma parte en España de la redundancia de la opinión, no de la singularidad del discurso”.

 

Ricardo Menéndez Salmón en ABC Cultural.

 

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Nadie “corre” las miniseries como los británicos. Su capacidad para comprimir historias en la media distancia de los seis capítulos es comparable a la resistencia genética de los atletas de las islas en los 1.500 metros o, mejor aún, en la carrera de la milla. En seis capítulos cabe todo y no sobra nada. Los personajes tienen el tiempo justo de crecer sin la posibilidad de adormecerse en la rutina. Entran todos los matices, pero o hay sitio para la repetición. Impulsadas por su tradición teatral, las miniseries del Reino Unido toman la salida a toda velocidad, mantienen el ritmo en las primeras vueltas y, cuando vislumbran la línea de meta, descubren fuerzas desconocidas para espiritar, con el corazón en la boca. Al público solo le queda aplaudir.

 

Federico Marín Bellón en ABC Cultural.

 

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Domingo, 14 de febrero

 

En aquellos tiempos, la prensa en general prosperaba, así que los compañeros que fueron despedidos no solo salieron con un buen paquete de dinero en los bolsillos sino que encontraron nuevos trabajos rápidamente. Nunca olvidaré la reacción de un compañero a los pocos minutos de recibir la noticia de que lo echaban a la calle. Citando al autor escocés Robert Louis Stevenson, me murmuró, “Los que mueren serán los afortunados”.

 

Me fui, con vida pero sin finiquito, en 1998 y desde entonces no he podido evitar fijarme en la correlación entre el descenso de la calidad del Independent y el gradual e implacable recorte de la plantilla, acelerado por la letal conjunción que han sufrido los diarios en casi todo el mundo de, por un lado, la crisis económica de los últimos años y, por otro, la aparición de Internet.

 

John Carlin en El País.

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