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Mientras tanto#15 El mejor tenor del mundo

#15 El mejor tenor del mundo


 

I.

 

Anoche, Plácido Domingo visitó a Bertín Osborne. Estuvieron cocinando un plato con dos kilos de pasta en un cazo, hablaron un poco de todo, cantaron rancheras el uno y My way el otro y, esencialmente, estuvieron promocionando el macroevento que tendrá lugar en Madrid el próximo 29 de junio: El universo va a rendirle homenaje a Plácido por su 75 cumpleaños en el Santiago Bernabéu. Plácido: el mejor tenor del mundo; el hombre que suscitó un aplauso de 80 minutos después de cantar Otello. Plácido, el solidario y Plácido, el inmortal. No se sabe de qué está hecho ese hombre.

 

Hoy, Plácido sale en todos los periódicos. Plácido es un hombre realmente famoso, y la prueba de ello es que cada medio ha insertado la crónica de su paso por En tu casa o en la mía en su nicho de influencia, en lugar de subrayar lo insólito de que un cantante de ópera aparezca en un programa en hora punta. De este modo, La Vanguardia elige «Plácido Domingo y Bertín Osborne, dispuestos a cantar el himno del Barça» —que suena un poco amenazante—; y el portal de crónica social Vanitatis apuesta un espectacular «Las dos mujeres de Plácido Domingo: precocidad, bodas secretas y sacrificios».

 

Plácido, —le pregunta Bertín— ¿con quién tienes muchas ganas de cantar y no lo has hecho todavía?

 

Plácido se lo piensa: jóvenes cantantes de ópera de todo el mundo se agarran en este momento a los brazos del sofá esperando que su nombre salga de la boca del figurón: «Me gustaría hacer Traviata con tal», «Simon Boccanegra con cual» o dirigir a cual.

 

Adele y Lady Gaga —responde con total naturalidad al atónito crooner ibérico.

 

 

II.

 

El pasado domingo por la mañana Plácido no estaba en cuerpo, pero sí en alma, en la animada tertulia de Radio Clásica. El asunto: «El mejor tenor del mundo». Los combatientes: el crítico y cronista Rubén Amón; el experto en voces (así firma sus intervenciones) Arturo Reverter; y el también crítico Gonzalo Alonso. Las armas: una batalla encarnizada por la razón, o autoridad, sobre la definición de la mejor voz masculina y humana de todos los tiempos. (El programa puede escucharse aquí.)

 

La premisa del debate era una lista elaborada en 2008 por una docena larga de críticos musicales para la BBC Music Magazine, y que encumbraba, a pesar de ser profundamente británica, a adivinen quién.

 

Exacto: a Plácido.

 

De los participantes en la tertulia de Radio Nacional, Amón es el único que parecía capaz de entender los porqués —quizás por escribir y opinar a diario sobre temas de actualidad; quizás por ser el más periodista y menos «experto» de los tres—. Sin perder el sentido crítico (escribió una biografía autorizada del tenor, y suele referirse a él con cierto deslumbramiento), era capaz de verbalizar el porqué de la importancia general de Plácido en la historia de la ópera contemporánea. Un hecho objetivo e innegable, pero que la crítica más acerada suele resistirse como gato panza arriba a aceptar: unos, porque episodios como el de anoche les hacen torcer el bigote; y otros, porque encuentran en la técnica de Domingo agujeros insalvables.

 

En cualquier caso, y superado el trance de decir A, B y C sobre Domingo, se trajo a colación el misterioso caso de Jon Vickers o el de Mario Sereni —y añado yo a Denise Duval—: el de grandes cantantes que, al igual que ocurre con las estrellas del fútbol, encuentran en la hora de su muerte un eco mediático de lo más discreto. Y a veces, incluso, encuentran la gloria y el olvido en el tiempo que dura su vida.

 

A ello contribuye la falta de tirón mediático a la que se refería Reverter en el programa, pero también, y sobre todo, lo irrelevante que es en el mundo de la ópera la fonografía —igual que lo es, en el fútbol, la existencia de grabaciones televisivas: los mitos se acaban forjando por vidas tremendas o hazañas históricas, pero rara vez por la repetición de partidos—.

 

Así, si a cualquier lego o no tan lego se le ofreciese la posibilidad de indicar quién es el mejor tenor del mundo de todos los tiempos de la historia de la Humanidad respondería, casi seguro, que Domingo (que lo ha cantado todo) o, caso de que quisiese arrogarse un poco de morro fino, Enrico Caruso. Puede que, en un alarde de nacionalismo bastante justificado, Alfredo Kraus. De las mujeres ni hablamos: Callas, Callas y mil veces Callas.

 

Pero volvamos a Vickers por un segundo: decía que Reverter pone el acento en el precio que paga un artista por retirarse y luego morirse. Cuando uno deja de estar presente, en ópera, se le olvida a una velocidad pasmosa. Y eso hace intuir que es porque las grabaciones tienen un valor limitado fuera del mundo aficionado; y eso hace sospechar que es porque los nombres se encastran en oro por subirse a un escenario y hacer lo que mejor saben hacer; y eso implica, por ende, que hay un componente innegable de «artistry» que pesa lo mismo, o más, que las cualidades vocales y musicales de un cantante de ópera.

 

Así que, posiblemente, Plácido sea el mejor tenor de todos los tiempos: es popular, ha cantado cosas increíbles, nunca se enfada, jamás dice una palabra más alta que otra y goza de una imagen pública sólidamente cimentada en sus incursiones en territorios ajenos a la ópera.

 

En fin: que cierto sector de la crítica jamás le perdonará haber formado parte de Los tres tenores; igual que a Carreras o a Bernstein los miran regular por haber grabado y por haber compuesto, respectivamente, West Side Story.

 

 

III.

 

Dónde si no en Asturias podía surgir un movimiento de resistencia contra la BBC: un año después de la publicación de la famosa lista, en 2009, un grupo de críticos se organizó aquí para darle respuesta con una lista objetiva «y científica», según los muñidores de la cumbre internacional.

 

El organizador del asunto fue Carlos González Abeledo, inefable azote de la ópera contemporánea que, igual que no pocos colegas suyos en la batalla por las esencias, siempre ve en la dirección de escena la culpa de que un cantante falle; que de hecho no ve con malos ojos la exterminación absoluta de la dirección de escena; y que presume en cuanto puede de haber visto centenares de representaciones como argumento de autoridad.

 

Supongo que estos tres datos ya dan una medida del panel de expertos concitado en La Granda en 2009, y hace vaticinar a dónde mandaron a Plácido: al puesto 17.

 

En su top 3 científico (científico, eh), Beniamino Gigli, Alfredo Kraus y Enrico Caruso. Todos muertos y todos reivindicados hasta la saciedad en cualquier crítica y ocasión: si se hace Werther hoy, nada impide lamentar que no lo haya cantado Kraus.

 

Existe en esta escuela de escribientes una subespecie que disfruta especialmente de administrar los adjetivos «prestigioso» y «científico» y de escribir sus críticas en una augusta primera persona del plural («nos gusta», «nos parece»): que disfrutan casi más acudiendo a un teatro de ópera a sufrir que a disfrutar para después compartir con el mundo el motivo de su descontento, siempre científico, siempre prestigioso.

 

Con todo, si nadie se lo hubiese contado seguramente el lector jamás hubiese oído hablar de la lista de la BBC, ni de la contrapartida asturiana, ni de Jon Vickers, ni, quizás, incluso, se hubiese planteado quién o por qué era el mejor tenor de todos los tiempos.

 

Sencillamente, se hubiera acomodado en su sofá, hubiera encendido la televisión y hubiese visto a Plácido Domingo celebrar su 75 cumpleaños haciendo un plato de pasta dura como una piedra regada con salsa de aguacates.

 

Así es la vida. Y así, por tanto, es la ópera.

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