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Mientras tantoLo que no puede decirse

Lo que no puede decirse


 

 

 

Dicen que hará frío este fin de semana. Esta vez no han bautizado la drástica bajada de temperaturas con ningún nombre exótico de chica playboy del tipo ciclogénesis explosiva. Pero sí: hará más frío. Así que abríguense.

 

Con la manta acuestas, en el salón, saco el libro subrayado, con la esquina superior de las páginas dobladas: Departamento de especulaciones, de Jenny Ofiill. Ayer volví a él de nuevo y pensé que tenía que escribir unas líneas. En primer lugar: no sé a quién recomendarle este libro. O sí, a todos. Hay un poco de Keats, Kafka, Einstein o incluso de los cosmonautas rusos, y en él leemos la radiografía de una historia de amor. Vale, el punto de partida no es especialmente original.

 

(Paréntesis: ¿Por qué narices volvemos una y otra vez sobre lo mismo? ¿Cuándo empezaremos a escribir relatos o a escribir canciones sobre temas como el deshielo de los polos o las ventajas de la comida bio? Al menos a mí me facilitaría la vida. Fin de la cita).

 

Vuelvo a Jenny Offill. No me siento particularmente identificada con la manera como ella aborda el dolor, la pérdida o la traición. Pero la historia está narrada mediante una escritura fragmentaria en la que cada párrafo es una historia en sí y una posibilidad de relacionar el mundo cerrado y claustrofóbico en el que a menudo se convierte una relación  con lo que está más allá. Subrayé el libro de arriba abajo y di con una de las definiciones más sinceras del amor que he leído: “Si tuviera que resumir lo que hizo conmigo diría lo siguiente: hizo que yo me pusiera a cantar toda las canciones malas que sonaban en la radio”. Quise llamar a Offill para decirle que una vez supe que me gustaba un chico cuando me vi en un taxi tarareando una canción de Maná.

 

Departamento de especulaciones se cuenta sobre todo en los espacios en blanco que separan los párrafos, en los cambios de tema, en las pausas. Lo que la autora quiere decir está fuera de nuestro alcance y del suyo: no se dice. Y esto me llevó a aquel verso del poeta sueco Tomas Tranströmer:

 

Lo único que quiero decir 
reluce fuera de alcance. 
Como la platería 
en la casa de empeños.

 

Edward Hopper lo dijo con otras palabras: «Si pudiera decirlo con palabras no habría razón para pintar». Pero todos andamos en las mismas y seguimos atrapados en esa distinción que hizo Wittgenstein entre lo que puede decirse y lo que solo puede callarse. Gracias a dios siempre está Maná para echarnos un cable.

 

Una de las anécdotas que narra Offill –y que yo desconocía por completo– es la existencia del Disco de oro de las Voyager ‘Sonidos de la tierra’, que es un disco de gramófono que acompaña a las sondas espaciales Voyager 1 y 2 lanzadas en 1977 y que tardarán 40.000 años en alcanzar las proximidades de la estrella más cercana a nuestro sistema solar. La nave espacial y el registro solo serán encontradas si existen otras civilizaciones capaces de viajar en el espacio interestelar. El registro es más bien una cápsula del tiempo o algo simbólico. Algo parecido al lanzamiento de una botella al inmenso océano del espacio.

 

El disco contiene sonidos e imágenes que retratan la diversidad de la vida y la cultura de nuestro planeta y se diseñó con el objetivo de dar a conocer la existencia de vida en la Tierra a alguna posible forma de vida extraterrestre inteligente que lo encontrase, y que además tenga la capacidad de poder leer, entender y descifrar el disco. Contiene saludos en 56 idiomas distintos del tipo Bienvenidos seres del más allá/ Hola a los residentes de los cielos lejanos/ Hola de los niños del planeta tierra. En realidad y resumiendo, son saludos que pretenden transmitir el siguiente mensaje: Venimos en son de paz. No ataquéis.

 

Por otro lado, en el disco hay una sección de audio dedicada a los sonidos de la tierra y en ella encontramos desde música de esferas, viento, lluvia, el sonido del mar, trenes, un beso o el latido de un corazón. También una selección de música que va desde Bach, Louis Armstrong o un canto nocturno de los indios navajos –nada de Maná, claro.

 

En realidad, todo lo que contiene el disco es una muestra de lo que el ser humano había alcanzado hasta ese momento. Pero hubo algo que me sorprendió: en él no había ni rastro del sufrimiento. Lanzaba un claro mensaje de perfección y avance, pero no había ninguna presencia de guerras, enfermedades o muerte. Tampoco había lágrimas y es cuanto menos curioso que en un vinilo en el que se graba lo más representativo de la tierra incluyan la risa maquiavélica de una hiena y no a un niño llorando.

 

Entre lo que no podemos decir y lo que no queremos decir se nos escurre lo que nos define. Las lágrimas, los silencios están a menudo en los espacios en blanco de un libro como el de Jenny Offil, en los márgenes, o en el bonus track de un disco de oro que nunca encontrarán.

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