Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img
BrújulaEl egoísta supremo. El viaje de Fernando González Ochoa

El egoísta supremo. El viaje de Fernando González Ochoa

En Viaje a pie (Barataria, 2013), el escritor colombiano Fernando González Ochoa (1895-1964) cuenta un viaje que realizó junto a su amigo y ex jesuita, don Benjamín Correa, desde Envigado a Manizales, hacia finales del año 1928 y cuando ambos tenían treinta y cuatro años.

Se trata de un viaje de apenas un mes de duración y que sucede por los entornos rurales colombianos, en el que estos dos autodenominados “filosófos aficionados” se dan a la meditación, la conjetura y las divagaciones. Fundamentalmente, se exponen una serie de ideas sobre el estado de la nación colombiana de aquel momento (bastante críticas, atrevidas y sinceras), pero también sirve el libro tal que feroz invectiva anti-escolástica e igualmente funciona al modo de la diatriba contra la noción perversa del pecado (pues son agradables los actos, nos dice González Ochoa, precisamente cuando son pecado).

Es Viaje a pie el libro de un místico vitalista que encuentra que la existencia humana está determinada por tres factores: el hambre, el miedo y el amor. Y a estas tres circunstancias se dedican gran parte de los merodeos dialécticos de esta suerte de tratado informal de metafísica “efímera, agradable, esferoide”. Y la clave de esta personalísima filosofía asistemática –y, a veces, algo paradójica– de González Ochoa está en la egoencia, que es la facultad de expresar con gran energía la personalidad propia. Pues ya nos dice el escritor y ensayista colombiano que uno debe actuar conforme a su íntima conciencia. Que de ahí será de donde surja la fuerza de todo acto. De esa lógica bella que economiza la energía para dedicarla a una sola cosa cada vez. Y que es necesario que uno se posea a sí mismo en toda circunstancia. Que el principio básico del hombre culto es el de “no dejarse arrastrar por lo bueno que está fuera de su camino”. Que ha de limitarse uno y acatar su imperfección humana.

Esta idea de la naturalidad, de dejar “que el espíritu esté a sus anchas en la carne”, va en contra del irrealismo del hombre débil, aquel incapaz de olvidar, de curar su alma, de cicatrizar la herida. Aquel que teme al pecado o lo aborrece y, por esta razón, “establece una contradicción invencible entre los sentidos y el espíritu” y se convierte en un ser atormentado y lleno de remordimientos.

Incapacitados para la vida natural, automática, la del propio reflejo y la que tenía antes el hombre con la naturaleza (antes del “advenimiento del confesionario”, escribe el filósofo colombiano), los hombres débiles viven una vida ideal “contraria a la de la tierra”.

La única forma de recuperar esa vida apacible, ingenua, heredera del solaz de la antigua vida griega, es a través de la consideración de uno mismo tal que un egoísta supremo, nos dice González Ochoa. Y para este fin nos puede ayudar la filosofía, que nos deja ver las “emanaciones de la unidad perfecta”. Es ella, de hecho, la filosofía, quien nos alerta de que, contrariamente a lo que se nos quiere hacer creer, “la vida no es fragmentaria”.

Somos depósitos de poder, nos dice González Ochoa, pero debemos aprender a utilizar racionalmente esa fuerza, siendo que de ella emerge la belleza, que no es plástica, sino que es interior y expresiva. A eso se refiere el egotismo radical: a esa fuerza propia, generadora de inteligencia, belleza y verdad personal. Esta idea de la autenticidad del egoísta, contraria a la dispersión, cuya realización nos hace libres (pues nos prepara para confrontar la belleza), es lo que vertebra Viaje a pie, y que formalmente se nos presenta a la manera de los cantos, las loas, las alabanzas, las meditaciones, los escolios o los fragmentos de diario.

Además del tema del egoísmo también habla González Ochoa de muchas otras cosas, pues la naturaleza del libro es, como dijimos antes, la de la divagación. Entre los asuntos tratados están: la castidad, la belleza, la amistad, la muerte, la lógica, el sentido del tacto, el dinero, el crédito, el pensamiento, la filosofía alemana o la escritura. Uno de los faros –o influencias– del libro es Stendhal, aunque también el Arcipreste de Hita y Nietzsche (pero igualmente Schopenhauer). Y cabe resaltar la importancia de su destinataria: Julia, una muchacha de la que dos años atrás (en 1926), en un pueblo del norte de Antioquia, se enamoró don Benjamín, y a la que se canta todo el rato y a la que se le hacen constante apelaciones.

Viaje a pie termina con una reprimenda ciertamente jocosa del mismo Dios Padre y no con el propósito de enmienda, pero sí mostrando la aceptación de su destino humilde, escribe González Ochoa: “Confesamos, SEÑOR, que somos el animal que suda y que se hunde en la tierra cuando tu voz le llega”. Pero acaso no fue suficiente esta contrición, pues Viaje a pie fue condenado por el arzobispo de Medellín (en diciembre de 1929) y ratificado por el obispo de Manizales (en abril de 1930), como una lectura prohibida bajo pena de pecado mortal. Le reprobaban sus “sarcasmos volterianos”, los asuntos lascivos sobre los que trataba y el “sensualismo brutal” que respiran todas sus páginas. Afortunadamente, y como dice el poeta nadaísta Eduardo Escobar en el documental Toda mi obra es sueño, la singularidad de la obra de González Ochoa ha acabado imponiéndose. Pero es que ya  nos dejó escrito Fernando González Ochoa que “los libros son depósitos de poder”; de poder supremo, añado yo. Y, hasta cierto punto, egoísta.

Fernando González Ochoa, Viaje a pie, prólogo de Andrés Caicedo, Barataria, 2013, 184 páginas.

J. S. de Montfort es (Valencia, España, 1977) es graduado en Estudios Ingleses por la Universidad de Barcelona, así como diplomado en Literatura Creativa por la Escuela TAI-Madrid. En FronteraD ha publicado, entre otros, La utopía de internet. César Rendueles y la sociofobia como nuevo nihilismoLas hadas. El (post)feminismo despistado (o la refeminización de la pobreza)Dilemas de un alemán franófilo y Cartas del verano de 1926 (Tsvietáieva, Pasternak, Rilke). Este es su blog

Más del autor