Dentro de nada, el general-presidente que lleva en la cima del poder guineoecuatoriano llamará a sus súbditos a la liturgia de siempre. Repartirá “comida” a diestra y siniestra, saldrá por televisión todas las horas de todos los días y al final proclamará que “el pueblo” lo ha elegido por enésima vez para dirigir los “destinos históricos del país”. Y saldrá elegido con un porcentaje abrumador de votos. Es curioso que habiendo llevado tantos años en el poder, no tuvo que hacer una reforma constitucional para ampliar las posibilidades de presentarse, sino que lo hizo para situar en el escalón inmediato a su hijo. Y esto con la concurrencia de los individuos ambiciosos y pusilánimes que se dicen ser la oposición.
Pasado mañana, habrán votado los que se creen con derecho a ser obligados por el poder e inauguraremos la etapa en que veremos a políticos septuagenarios hacer oposición a un joven de la edad de sus hijos. Y esto ocurrirá porque, desde el principio, no quisieron entender que la maldad, el despilfarro, la violencia institucional, la corrupción y el desgobierno no se pueden someter a las urnas. Nadie quiso entender que para someterse a las elecciones hay que cumplir unos requisitos. Y es que unas elecciones no deben ser convertidas en el dictamen de la justicia ordinaria. Porque, desde el principio, ninguno de los que quisieron hacer oír su voz quisieron entender que el multipartidismo era un recurso eufemístico para designar al desalojo de Obiang del poder, por cuanto que, con aquellas farsas, la realidad política espera que tenga mayor probabilidad el hecho de que el poder sea retenido por los mismos que el de que pudiera cambiar de mano.
Las ambiciones materiales de los diversos actores políticos hicieron que se creyera que la derrota del régimen dependía del perfil ideológico del elegido, un hecho que permitió que ambiciosos de la metrópoli metieran sus patas en el juego de las ilusiones guineanas e impidieran que alguna vez los guineanos tuvieran voz única en la lucha contra la barbarie. Son estas mismas ambiciones las que propiciaron que muchos guineanos creyeran que una sola persona podía constituirse en partido político, y representara, por este hecho jamás repudiado, a los militantes que su ambición e ignorancia le han impedido contactar. Este hecho de un partido unipersonal, largamente practicado por diversas sensibilidades, ha sido uno de los factores que contribuyeron a la eternización del poder del clan de Obiang. El ejemplo lo tenemos pasado mañana: cuando se presente en la tribuna y lea los resultados, mencionará a los infames guineanos que lo han estado acompañado en las farsas con las que regala los oídos a los que alababan sus dolosos hechos. Ni siquiera el entorno científico de cierto grupo constituido por interesados españoles supo ver que la insistencia en el hecho ideológico había imposibilitado la unidad de los políticos guineanos, ambiciosos convictos, por otra parte. Y así nos fue. La reiterada mención de este interés es para un cabal juicio de las consecuencias de estas posiciones férreamente sectarias.
Las consecuencias de todo lo dicho nos hacer recordar aquello tan martillado de que los pueblos se merecen a sus dirigentes. Porque han acondicionado sus deseos a los altibajos de una deprimente realidad. Y todos hemos perdido. Parece mentira que una realidad de resultados tan prevenibles pueda ser tan opaca al entendimiento de los opositores guineanos.
Barcelona, 9 de abril de 2016