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Mientras tantoLa Habana de Pedro Juan Gutiérrez: hedonismo contra miseria

La Habana de Pedro Juan Gutiérrez: hedonismo contra miseria


 

 

Algunos dicen que, más pronto que tarde, La Habana se convertirá en un Nueva York caribeño tal y como deseó el escritor cubano Reinaldo Arenas: una metrópoli  en todo su esplendor, con fabulosos teatros, restaurantes de todo tipo e inmensos mercadillos populares. Otros la comparan con Barcelona y esperan que la cultura y el mar se fundan en una urbe moderna y cosmopolita. Los más pesimistas hablan de Miami, Puerto Rico o Santo Domingo, los espejos urbanos más cercanos a Cuba.

 

A Pedro Juan Gutiérrez le gusta tal y como es: sucia, vivaracha y hedónica. Así la radiografió hace casi veinte años en su Trilogía sucia de La Habana (Anagrama, 1998) –el libro que le condujo al éxito internacional– y así la sigue disfrutando hoy desde su azotea con vistas al malecón.

 

Allí, en lo alto de un edificio mordido por el tiempo, vive Pedro Juan Gutiérrez, uno de los escritores cubanos más respetados y traducidos en el extranjero. Centro Habana es el escenario de casi toda su obra, desde la mencionada Trilogía, hasta El Rey de La Habana (1999) y Carne de Perro (2003).  Hace pocos meses salió a la luz su última obra, Fabián y el caos (Anagrama), que nos ubica en la provincia de su infancia: Matanzas.

 

Antes de convertirse en escritor, Pedro Juan malvivió como vendedor de helados y periódicos, instructor de kayaks, cortador de caña de azúcar, obrero agrícola, soldado, locutor y periodista. También, si nos fiamos de los relatos que él mismo reconoce autobiográficos, ejerció de jinetero ocasional, compitiendo con los negros superdotados por captar extranjeras calientes y adineradas. Trilogía marcó un punto de inflexión en la literatura cubana y de algún modo en la hispanoamericana. Su visceralidad autobiográfica –un narrador homónimo de Pedro Juan desnuda sus miserias y desenfrenos sexuales ante el lector– es un incuestionable precedente caribeño de la narrativa de no ficción tan en boga desde la última década (véase el éxito de Carrere, Modiano, Knausgård, Amis, Cercas…). Tras la aparición de la novela, fue despedido de la redacción periodística en la que trabajaba y tachado de obsceno y repugnante.

 

–¿Cómo te tomaste el despido y los insultos recibidos tras la publicación de Trilogía sucia de La Habana?

 

–Hasta me alegré. Además, gracias a ese libro pude vivir de escritor y viajar por todo el mundo.

 

–¿Cómo lograste publicar el libro?

 

–Me era imposible publicarlo Cuba, así que lo envié a Barcelona. Yo soy escritor gracias a que existe Herralde, Anagrama y España, porque este libro aquí nunca se hubiera permitido. Allí salió sin censura. No me quitaron ni una palabra. En 2018 el libro cumplirá 20 años y no ha dejado de reeditarse en el extranjero. Ojalá para entonces la apertura sea mayor en Cuba y acepten publicarla aquí. Las autoridades le siguen teniendo pánico a mi novela. Siempre se niegan a editarla. Dicen que no es el momento todavía.

 

–Su vida, como la de todos los cubanos, experimentó un punto de no retorno a partir del llamado periodo especial de los años noventa, años de hambre y penurias coincidentes con la desintegración del gran aliado: la Unión Soviética.

 

–En ese momento hay una decepción generalizada. Yo de joven estaba completamente entregado al proyecto revolucionario, pero tras la caída de la URSS la vida cambió abruptamente, violentamente. Hasta ese momento había un gobierno paternalista, pero de repente cayó y fue un shock: no había nada para comer, todo se volvió difícil. Muy difícil. A partir de entonces, el pueblo cubano se desencantó: los homosexuales empezaron a hacerse respetar más. También los santeros y los opositores. Yo empecé a escribir la Trilogía en el 94 al amparo de esta frustración. Fue el año de los balseros, del éxodo. Fue muy humillante. Me sentí muy, muy, muy mal. Escribí como una venganza, con mucha furia, sin concesiones.

 

–Gracias a esa furia y a esa visceralidad te llaman también el Bukowski cubano ¿Te agrada?

 

–Eso del “Bukowski cubano” es una etiqueta comercial que inventaron en Anagrama. Yo ni le había leído. Cuando vi la portada de mi novela en Madrid en la que me comparaban con él,  me pregunté: ¿quién carajos será ese Bukowski? Herralde me regaló doce libros de Bukowski. Y sí, al final me pareció un gran escritor.  Más allá de los apodos comerciales (“el Henry Miller tropical”, “el Bukowski habanero”, “el nuevo Reynaldo Arenas”), crecí leyendo a los clásicos cubanos. A Carpentier, Lezama Lima, Cabrera–Infante, Arenas, Piñera y Sarduy.

 

–Me llama la atención que has citado autores muy distintos, a veces enemigos. Alejo Carpentier  y Reynaldo Arenas eran completamente opuestos estéticamente, incluso ideológicamente…

 

–Eso que dices es muy interesante, nada tienen que ver entre sí un Carpentier con un Arenas o un Sarduy. Unos apoyaron a Castro y otros lo odiaron. Fue una literatura muy heterogénea. Cuba tiene un cuerpo literario tan diverso y copioso como el de Argentina y México, que tienen muchos más millones de habitantes. Es asombroso.

 

–¿A qué autores vivos admiras?

 

–Siempre rehuyo la presencia de literatos. Soy un lobo solitario. Aunque tengo algunos buenos amigos escritores, no los busco. Yo prefiero ser amigo de la gente normal, como ese pintor que ves ahí –señala a su azotea–, es mi vecino de al lado y mi amigo desde hace más de veinte años. Tomamos ron juntos y lo pasamos muy bien. Prefiero mil veces su amistad a la de un escritor. Los escritores son, somos, muy tóxicos. Sí he tenido romances y sexo con algunas mujeres escritoras y periodistas, pero jamás se me ocurrió enamorarme de una de ellas.

 

–Perteneces,  junto a Wendy Guerra, Leonardo Padura y a otros, a una larga lista de intelectuales reconocidos en el extranjero y prácticamente ninguneados en Cuba.

 

–Así sucede aquí. Cuesta mucho abrirse camino, uno debe empezar teniendo éxito fuera para convencer a los de aquí de que deben publicarle. Nadie entiende qué pasa.

 

–Pero poco a poco van a apareciendo algunos de tus libros en Cuba.

 

–Sí. Hay instituciones que se están abriendo al mundo. Hace poco me invitaron como jurado en Casa de las Américas. Me trataron con mucho cariño, fue muy raro. Parece que quieren relajarse, al menos reconocer que Pedro Juan es escritor.

 

–¿Cuál ha sido tu último encontronazo con la cultura oficial?

 

–El año pasado no dejaron rodar El Rey de la Habana, ni estrenarla en cine, ni siquiera en una pequeña exhibición para 50 personas. Pero a mí no me frustran esas cosas. Yo me río a carcajadas. Yo estoy ya de regreso de esas tonterías de funcionarios timoratos. No me lo tomo a pecho. Además la película existe el circuito pirata. Se está vendiendo pirata a un dólar. Y todo el mundo lo sabe.

 

–¿Cuál fue el momento más duro de tu carrera?

 

–Esa etapa en la que escribí la Trilogía fue una etapa de crisis, mucho alcohol, depresión e ideas suicidas. Estoy vivo de milagro: era muy borracho y tenía mucha promiscuidad. Fue una momento tope, un frenesí, un veneno. El exceso y la euforia me llevaron demasiado lejos. En 2006 perdí amigos, tuve problemas con la familia, de todo. Decidí cambiar y lo hice en un día. Me pasé un año entero sin beber y practicando budismo japonés que me ayuda mucho a estar positivo, a concentrar energía y a ser más feliz. Pero tampoco soy un santo. Tengo ratos en los que soy un diablo, otros soy un buda.  A veces hay que emborracharte y otras hay que mandarle al carajo a alguien. Pero siempre mantengo un centro al que poder regresar, un equilibrio.

 

–Háblame de tu vocación por el budismo.

 

–Siempre tuve vocación mística, primero era religioso, después marxista y al final me incliné por el budismo. Pero al principio lo hacía mal: practicaba budismo por la mañana y por la noche me traía a las negras de centro Habana y nos tirábamos toda la noche como dos fieras. ¿Has paseado por aquí abajo? Toda la locura del mundo está en este barrio.

 

–¿Fuiste al histórico concierto de los Rolling Stones? ¿Crees que supondrá una apertura cultural en Cuba?

 

–No. Ya soy un señor mayor, no me gustan las moloteras. Pero me alegré mucho de que vinieran los Rolling. He sido muy rockero, de ACDC y Led Zepelin. Es buenísimo que vengan y que terminen su carrera aquí en Cuba y de forma gratuita. Además, el éxito de este concierto va a dar una lección a mucha gente oficialista y paralizada en el tiempo. Me dan repelús. Hay en Cuba una brecha entre cultura oficial y cultura real. Los oficialistas privilegian a sus amigos artistas y escritores revolucionarios que casi siempre son desconocidos fuera de las fronteras insulares.  A pesar del maltrato y el sinsentido burocrático, soy optimista. Poco a poco hay más apertura, cada vez hay más acceso a internet. Soy positivo en cuanto a lo económico y lo cultural.

 

–¿Tienes esperanza en el cambio?

 

–Sí, todo este proceso de restablecimiento de relaciones con Estados Unidos está yendo despacio, y creo que así debe ser. Porque todos los conflictos que pasaron en 50 años no se pueden resolver ahora en un año. Yo creo que necesitamos diez años. Yo creo que si regresas por entonces verás cambios interesantes.

 

–Dicen que Cuba va a convertirse en una especie de Barcelona con toques de Nueva York.

 

–No me gustaría. La prefiero tal como es, pero es imposible mantenerse aislado. Hay que aceptarlo: esto no es Macondo. Hay pros y contras en la llegada del capitalismo. El proceso civilizatorio es implacable.

 

–¿Nunca pensaste en marcharte? ¿Ni siquiera en los malos tiempos?

 

–Nunca. Afortunadamente después de Trilogía pude viajar a muchos países. Y cada viaje fue suficiente para amar más a mi país, a mi gente, a mi casa con vistas al Malecón y al mar. Me siento muy bien aquí. Es difícil de explicar… Hay como una alegría… una confianza. Es una sociedad basada en las relaciones humanas, no en el dinero. Aunque ahora probablemente cambie… 

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