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Mientras tanto2016/24 — Peinados estilosos

2016/24 — Peinados estilosos


 

 

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—¿Le dan ganas alguna vez de volverse a Inglaterra?

 

—Soy ya demasiado mayor para eso… los de mi edad ya pensamos en volver a casa a morir. Dice un amigo que a partir de los setenta caminamos por un campo de minas. ¡Pum!, un día se va uno, ¡pum! otro, se va otro.

 

Entrevista de Alberto Gordo a Juan Pedro Aparicio en El Cultural.

 

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A partir de esta definición operativa, fueron seleccionados doscientos ochenta y cuatro personas que en lo medios de comunicación eran comentaristas o prescriptores en relación con tendencias políticas y económicas. A través de cuestionarios y entrevistas, Tetlock les pidió que estimaran las probabilidades de que en un futuro no muy lejano ocurrieran determinados acontecimientos, tanto en aspectos relativos a su especialidad como en otros más alejados de la misma. Se preguntó también a los expertos el camino que les había llevado a sus conclusiones y cómo reaccionaron cuando sus predicciones resultaron equivocadas. Finalmente se reunieron más de ochenta mil predicciones.

 

Los resultados fueron demoledores. Personas que se ganaban la vida estudiando determinados aspectos de la política o de la economía hacían pronósticos con un índice de aciertos ridículamente bajo. Como escribe Tetlock, los colaboradores de los grandes medios de difusión apenas eran mejores en la “lectura” de situaciones emergentes que simples periodistas o atentos lectores de The New York Times. “Los expertos más solicitados son más confiados que aquellos colegas suyos que se ganan la vida lejos de los focos”. El exceso de confianza les llevaba a equivocarse y, aun peor, a no admitir sus errores, agarrándose a múltiples y variadas excusas.

 

Bernabé Sarabia reseña El juicio político de los expertos, de Philip E. Tetlock en El Cultural.

 

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Resumir la trama de una obra de Irving es como querer desviar el Nilo para meterlo en una copa de champán.

 

Dwight Garner reseña Avenida de los misterios, de John Irving, en El Cultural.

 

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No es este un libro más, ni menos todavía un libro cualquiera, aunque a veces pueda parecerlo. Es un libro de cierre. Libro póstumo que termina la vida de un escritor que se convirtió en emblema de su tiempo. Fue –justa o injustamente– el escritor alemán de una época, lo mismo que Mann lo fue de otra, Goethe de otra, o Lessing de una anterior. Libro que cierra un tiempo y un estilo de pensamiento, la era socialdemócrata, que, mucho me temo, se va con él en su féretro. Y «cierra» también algo imposible de cerrar: la marca a fuego de la historia alemana de la primera mitad del siglo XX, uno de esos «accidentes» inconcebibles de la historia humana que cayó como un rayo fulminante sobre dos generaciones de europeos. Esa marca trágica la llevó Grass tatuada en el cuerpo y en el alma, y es origen y determinación de casi toda su obra.

 

Luis Meana en ABC Cultural.

 

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—No he traducido todos sus libros, pero sí he traducido casi todos los que ha escrito después de El rodaballo. Hasta llegar a este, un libro póstumo.

 

—¿Y cómo fue traducirlo?

 

—Cada vez que había un libro nuevo, Grass se reunía con sus traductores, lo cual podía ocurrir en Fráncfort, en Lübeck… Y convivía con nosotros cinco, seis días. Con Grass se podía hacer así porque sus libros se traducían simultáneamente a siete u ocho idiomas. Es un sistema fenomenal. Antes de que ocurra lo irreparable y de que salgan las traducciones, el autor se reúne con sus traductores y les explica lo que le importa en el libro, les lee partes, les dice: «Mirad, aquí podéis poner lo que queráis, lo que me importa es que tenga este ritmo, que suene como un tambor».

 

Entrevista en ABC Cultural de Laura Revuelta a Miguel Sáenz, traductor de Günter Grass.

 

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Kingsley Amis decía que existen dos reglas básicas para escribir humor: que los personajes jamás pueden reírse de algo que otro personaje dice o hace; y que uno nunca debe ofrecer algo que sea solo divertido. “Hazlo aceptable como información, comentario, narrativa… algo, para que si la broma falla, el lector por lo menos se quede con algo”.

 

Begoña Gómez Urzaiz en Cultura/s.

 

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Desde que hemos dejado de escribir a mano, se ha perdido el sentido de, por ejemplo, la responsabilidad. Y no me miren así. Antes, una hoja en blanco era un reto al amor propio; una amenaza a la autoestima. Y como tal se trataba. Casi como una ofensa que vengar. Daba vértigo. Y no por aquello que dicen los poetas y los cursis (expresión que se asoció a la letra cursiva inglesa), sino por la amenaza cierta del error. Un renglón no del todo recto, una coma insinuada en mal lugar o una idea surgida en un tropiezo acababa irremediablemente en un tachón, la negra insignia de la torpeza. Cela escribía a mano porque, decía, acompasaba mejor el ritmo del pensamiento y Alejo Carpentier, que trabajaba al ritmo seco y titilante de una máquina, sólo acertaba a resolver los párrafos conflictivos bajando del caballo y resolviendo, pluma en ristre, el entuerto.

 

Luis Martínez en Papel.

 

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Nos pasamos la vida hablando de los libros, y casi nada de las libretas. Ni que no supiésemos de dónde viene una novela, un poemario o un ensayo, incluso un periódico o un programa de radio. Y sin embargo, libro y libreta forman una familia secreta. Después de venir de la nada, y convertirse en una idea que deambula a la deriva en la cabeza, los futuros libros pasan una larga temporada, que puede ser corta, en un pequeño cuaderno, que puede ser grande. Esa estancia es crucial, aunque no lo parezca. Ahí, en esas hojas caóticas, garabateadas, con tachones, en las que a veces se mezclan tus frases con las de otros, o el desarrollo de un personaje con una lista de la compra, o un número de teléfono con la descripción de un sentimiento, el libro se hace adulto, y a la idea le salen pies y manos, y un día te dice: «Quiero ser libro».

 

Juan Tallón en El Progreso.

 

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Ojo: si ustedes ven a un librero de la Feria del Libro atender durante las primeras horas de la mañana de forma confusa y espesa, como si tuviera un clavo clavado en el cerebro, tal vez se deba a que la noche anterior haya estado de farra. Porque la Feria es feria por el día, pero muchas noches también es fiesta.

 

Así son las fiestas del mundillo literario.

 

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Nunca queda bien dilucidada, excepto para los partidarios de la afirmación, la confluencia en el género novelístico de la ficción y lo real, de la invención y la historia. Recientemente, Juan Marsé ha dicho en una entrevista que el escritor se esfuerza en transformar la realidad, “pero al final la realidad se acaba imponiendo”. En el último libro de Antonio Soler, Apóstoles y asesinos, esta cuestión se resuelve aceptando que la imposición de la realidad vale por sí misma como material novelesco. Claro que, para que esto suceda, dicho material debe adoptar formas narrativas irrecusables, de las que el escritor puede servirse sin empeñar su imaginación.

 

Francisco Solano en Babelia.

 

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Y no nos engañemos, la presencia de un yo desaforado en un texto sólo se digiere en el caso de los muy grandes.

 

[…]

 

A cuenta de sacudirse la caspa académica, algunos libros se confeccionan con espumas, lacas y reflejos. ¿El resultado? Peinados estilosos y cardadísimos. Es decir, huecos.

 

Ana Rodríguez Fischer en Babelia.

 

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“Claramente, la audacia de tomar algo frívolo y hacer algo profundo solo puede venir de una mujer, no he leído a ningún hombre que toque este registro con ese nivel de profundidad. Quizá porque para ellos las cosas importantes son otras”.

 

Entrevista de Andrea Aguilar a Yasmina Reza en El País.

 

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Hasta chirría ver a un escritor tan reconocido y consagrado como Enrique Vila-Matas solventando con elegancia una cola mucho más reducida. Es fácil, si uno espera dos minutos, charlar con él. Mira con sus ojos extrañados y cuenta: «Ha venido una chica y me ha pedido que le firmara el dibujo que hago normalmente… ¡en la piel! En el cuello… Nunca me había pasado», explica. «Me he negado, claro. Le podía hacer daño… pero ha insistido tanto que… bueno, Madrid siempre ha sido muy expansivo y la gente muy abierta”.

 

Hoy no firma nadie: la Feria de los escritores invisibles.

 

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Al traducirlas, hay cosas que se pierden, y no es lo mismo que se pierdan de libros que no has escrito tú que perder las cosas que tú misma decidiste que hubiera en el libro. He aprendido a desprenderme de cosas, y también algo básico: que la traducción literal no sirve de nada.

 

Entrevista a Jenn Díaz en Letras Libres.

 

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El fenómeno asombra a los más incólumes. “Nunca, nunca, ni con Ángel González, ni con Miguel Hernández, ni con Gil de Biedma, ni con Machado, se acercó tanta gente a la poesía como ahora”, afirma Chus Visor, que editó su primer libro de poemas en 1968. En su catálogo también hay mucha cultura popular, como Bob Dylan, Leonard Cohen, Violeta Parra o Joaquín Sabina. Pero esto es diferente. “Me pregunto si estos jóvenes que compran tanta poesía seguirán leyendo dentro de cinco años, y si darán el salto a autores más exigentes”.

 

Juan Tallón en El País.

 

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Que para vender 100 libros se impriman 160 explica, de paso, el afán de los editores por jugar a muchos números con la esperanza de que les toque la lotería del best seller. Lo hicieron antes, durante y después de la crisis. Mientras, casi un tercio de los que reconocen no leer jamás declara no hacerlo sencillamente porque no le gusta. Así las cosas, tal vez el problema esté en las escuelas y no en las librerías. El futuro Gobierno, si cuenta entre sus miembros con algún lector, tendrá que tomar nota.

 

Javier Rodríguez Marcos en El País.

 

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La ocasión más destacada que recuerdo en que mis jefes prefirieron no publicar algo -y con razón- porque no era el momento adecuado, durante los catorce años que trabajé en El País, fue con motivo de la concesión del premio Nobel a Camilo José Cela. Como ocurría a veces en ese tipo de grandes ocasiones, se me encargó una encuesta entre escritores españoles, y cuando le mostré el resultado a mi redactor jefe, Juan Cruz, él comentó de inmediato: «No podemos dar esto. No el día en que Cela gana el premio Nobel». Y aunque eso inutilizaba mi trabajo del día, lo cierto es que sentí cierto alivio pues también me había costado tomar esas notas. Y la encuesta no reflejaba la habitual envidia hispana, o no sólo.

 

Pedro Sorela en su blog.

 

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AUTOFICCIÓN– Descanso del guerrero. // En algunos casos es a los novelistas lo que los discos acústicos a los músicos. // Género memorialístico cultivado por narradores omniscientes. // En algunos casos es a los novelistas lo que los discos en directo a los músicos. // Véase, HARTOFICCIÓN.

 

HARTOFICCIÓN- Término propuesto por Luis Magrinyà, que fue lexicógrafo de la RAE antes que fraile/escritor, como sinónimo de AUTOFICCIÓN.

 

Abecedario de la Feria del Libro 2016.

 

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Cuando mi hijo Amador era pequeño, le encantaba verme firmar en la Feria del Libro. Le impresionaba que estuviese detrás del mostrador, donde creía que solo se situaban las personas con autoridad. Un día los niños de su clase rivalizaron sobre la importancia de la profesión de sus papás: “El mío es médico, el mío ingeniero, el mío general…”. Amador, triunfante, proclamó: “¡El mío es el dueño de la Feria del Libro!”.

 

Fernando Savater en El País.

 

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